Imagen referencial / Pixabay
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Por Roberto Marchesini*

Algunos padres me han preguntado cómo reconocer, qué pistas seguir para detectar los libros que portan ideologías sospechosas.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Personalmente, antes de ocuparme de los libros, me preocuparía por la televisión. A decir verdad, sugeriría tirar a la basura la televisión… pero no me gustaría pasar por un talibán. Ocupémonos pues de los libros para niños y adolescentes.

Las ideologías revolucionarias tienen como objetivo la destrucción de la filosofía aristotélico-tomista, es decir, esa filosofía que se basa en el finalismo y en la ley natural, que conocemos en forma de ley moral y religiosa.

Según esta filosofía, los seres no son realmente como son, sino como deberían ser. Cada ser -ente- tiene su propio proyecto (una «naturaleza») que guía su desarrollo, su realización. Esto, obviamente, se aplica al ser humano: todo hombre tiene un proyecto; una vocación, para decirlo en términos religiosos. Por tanto, existe un must be [deber ser], superior a lo que es actualmente. La razón es la facultad humana más elevada; tiene la tarea de discernir el bien (lo que es según la naturaleza) del mal (lo que está en contra de la naturaleza) y guiar a la persona hacia su propia realización.

La literatura y el cuento han sido la herramienta fundamental para la construcción de la civilización europea, fundada en el ‘Logos’

Las ideologías más recientes, por supuesto, lo niegan. No hay naturaleza humana, no hay proyecto, no hay necesidad de serlo. Somos quienes queremos ser. Como no hay fin, la moralidad, el bien y el mal también son obviados. La razón, destronada, es reemplazada por las pasiones, por los movimientos del cuerpo. Todo esto, evidentemente, se refleja en la literatura infantil y juvenil.

La literatura y el cuento han sido la herramienta fundamental para la construcción de la civilización europea, fundada en el Logos. Basta pensar en los poemas homéricos, los relatos bíblicos, la literatura caballeresca, la Divina Comedia… Ahora Europa parece haber olvidado la importancia de este instrumento: pocos cuentan cuentos a los niños antes de dormirse, el narrador parece una figura perdida en la niebla mientras la televisión ha sustituido a la chimenea y el bafle al abuelo. Pero los enemigos del Logos, no: continúan produciendo cuentos y narraciones, especialmente para los más pequeños. De los cuentos del Marqués de Sade a Little Egg y Daddy’s Secret, la literatura revolucionaria ha cambiado el destino y el idioma.

He aquí, entonces, algunas sugerencias para distinguir la literatura infantil «tradicional» de la literatura ideologizada.

1) ¿Quién es el enemigo? En la literatura tradicional, el enemigo es una persona. El mal no es abstracto, sino que actúa bajo la apariencia de un ser personal. Alguien ha elegido el mal, ha decidido estar de su lado y actuar en consecuencia. En la literatura ideológica, sin embargo, el enemigo es impersonal: es tradición, prejuicio, expectativas. No hay «buenos» ni «malos».

En la literatura tradicional, frente al enemigo, el protagonista cambia, crece, se convierte en lo que debería ser. La lucha es una circunstancia que permite la propia realización

2) ¿Cómo luchas contra el enemigo? En la literatura tradicional, el enemigo lucha a través de una lucha real, luchando también físicamente; es decir, arriesgando su propia seguridad e incluso su vida. En la literatura revolucionaria, el enemigo se vence convenciendo a los demás, mostrándoles que están equivocados, gracias a los buenos argumentos.

3) ¿Hay crecimiento y cambio? En la literatura tradicional, frente al enemigo, el protagonista cambia, crece, se convierte en lo que debería ser. La lucha es una circunstancia que permite la propia realización. En la literatura ideológica el protagonista no cambia: está bien como está, con sus rarezas y peculiaridades (que otros consideran defectos). Todos los demás cambian. Es el vuelco de la materia de la paja y la viga (Lc 6, 41).

4) ¿Cómo termina la historia? En la literatura tradicional, el protagonista triunfa y se regocija. Pagó un precio por su victoria, pero enfrentarse al enemigo lo ayudó a lograr su propia realización. El enemigo es derrotado: si no está muerto, es exiliado y se muerde a sí mismo por la derrota. En la literatura ideológica, por lo general, todos están felices y en armonía. Nadie ha perdido, nadie ha sido derrotado.

El modelo de la literatura ideológica es, para simplificar, El patito feo de Andersen (1805-1875). Es la historia de un patito que se siente diferente: feo, en comparación con otros patitos. Luego huye y, tras varias aventuras, es recibido por una bandada de cisnes. Descubre así que su malestar se debe a que se obliga a asumir un papel que no le pertenece. Habiendo cambiado el contexto social, ahora es libre de ser lo que quería: un hermoso cisne. Un ejemplo más reciente de un cuento ideológico es, nuevamente, por ejemplo, el Cuento del tiburón (Dreamworks 2004).

Obviamente, estos son solo algunos puntos ilustrativos; no es seguro que en todo relato ideológico haya todos y sólo estos. Pero me parecen un buen punto de partida para evaluar si el libro que los tíos le regalaron a nuestro cachorro es adecuado o, más bien, un tortuoso vehículo propagandístico.

* Roberto Marchesini es filósofo. Publicado en la Nuova Bussola Quotidiana

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