No es la voz de cualquier tertuliano a tiempo completo. El historiador José María Marco habla con conocimiento de causa. Especializado en la historia de España de los siglos XIX y XX, es autor, entre otros, de «La inteligencia republicana», «La libertad traicionada», «Azaña, una biografía», «Genealogía del liberalismo español», o «Sueño y destrucción de España. Los nacionalistas españoles, 1898-2015».
No hay duda de que el separatismo de distinto signo supone hoy el mayor reto al que se enfrenta España. Marco advierte de que la confusión actual es tan profunda que no son pocos los que sitúan al mismo nivel la defensa de la nación española y los distintos nacionalismos periféricos. Es decir, defender la unidad y lo contrario tienen el mismo valor.
Desde luego, abundan los tópicos que ayudan a mantener la visión pesimista y de nación fallida que pesa sobre España. Bastaría, señala, con que se obligara a los organismos oficiales a hablar bien de su propio país en lugar de promocionar lo contrario con cargo al contribuyente.
Seguramente quien más entusiasmo muestra en ello sea la izquierda, cuyo ‘idilio contra natura’ con el nacionalismo en Cataluña, País Vasco o donde haga falta, supone una traición a sus principios tan grande que podría acabar con ella misma.
¿Está hoy la idea de nación española más amenazada que nunca?
No tanto. El momento más crudo de desafío fue en 2012, cuando la mayoría de las fuerzas políticas (salvo el PP) pensaban que nuestro país estaba quebrado. Lo que ha venido después son las consecuencias de aquel impulso. Hoy, a pesar del ruido, de la retórica y de los riesgos, que son considerables, el independentismo está desacreditado. Y si se hacen las cosas mínimamente bien, lo estará para muchos años.
«El nacionalismo no es la traducción política de la existencia de una nación previa, sino el movimiento político que conduce a la creación de una nación»
¿Se ha confiado excesivamente en el nacionalismo moderado catalán desde 1978?
Sí, probablemente, aunque lo que es más asombroso es que tan poca gente haya caído en la cuenta que el nacionalismo no es la traducción política de la existencia de una nación previa, sino el movimiento político que conduce a la creación de una nación, una nación que no existe, como la nación vasca o la catalana.
El nacionalismo llamado moderado difería (y difiere) cualquier independentismo hasta la creación de la nación (la nación nacionalista). Era un proyecto a muy largo plazo, y eso permitía que el resto de las fuerzas políticas se hicieran ilusiones acerca del significado del nacionalismo. Nunca he sabido si les prestaban crédito de verdad y era un mero cálculo táctico. Ahora, ya nadie se puede llamar a engaño.
¿No es una trampa el término ‘moderado’ para tapar que al final todo nacionalismo aspira a la secesión? ¿O es posible nacionalismo sin secesión?
No hay nacionalismo moderado. El nacionalismo es un movimiento dirigido a la demolición del orden democrático y liberal y a la destrucción de la nación liberal o constitucional (España). Los quiere sustituir por otra nación, de orden nacionalista, es decir excluyente y fanatizada, de la que están apartados todos los que no compartan el concepto que el nacionalista tiene de la nación. Sólo serán catalanes los nacionalistas.
«El acercamiento a los nacionalistas -como la rendición al populismo- es un síntoma más de que la izquierda está en trance de desaparecer»
¿Cuánta culpa tienen los gobiernos centrales del crecimiento de los distintos nacionalismos en los dos últimos siglos?
Lo que ha habido, y ya se venía venir desde antes incluso de la Transición, es una cultura política que hace imposible el establecimiento de pactos nacionales, entre los que los grandes partidos y en temas tan básicos como son la definición de la nación y lo que se deduce de este. Ha pervivido una forma de ver España que es heredera de los regeneracionistas nacionalistas de hace un siglo, de la crisis que llamamos del 98.
Y esa forma de ver España es, por lo fundamental, idéntica a la de los nacionalistas periféricos: una nación que no lo era, con instituciones débiles y corruptas, sin tradición liberal, alejado de ‘Europa’, antimoderno… Como no había consenso sobre la idea de España, como no fuera un consenso en negativo, ha sido más fácil pactar con los nacionalistas que con el adversario político.
De paso, se ha demonizado la lealtad nacional hacia España como si fuera equivalente al nacionalismo, lo cual ha sido, y está siendo, un error gigantesco. Es como si la nación española fuera lo mismo que la catalana o la vasca, y entre el patriotismo -o la lealtad a la nación constitucional- y el nacionalismo no hubiera ninguna diferencia. Para salir del callejón sin salida se importó el famoso patriotismo constitucional, una propuesta útil para un país como Alemania y frívola, y descabellada, para nuestro país.
¿Ha dejado la izquierda de creer en la nación española? ¿Por qué?
La izquierda siempre ha tenido problemas para pensar la nación española. Nunca se nacionalizó como lo hizo el resto de la izquierda europea, y además hizo suya la cultura hipercrítica con lo español propia del regeneracionismo nacionalista de hace un siglo. Tampoco ha sido nunca una izquierda socialdemócrata, es decir con voluntad y capacidad para llegar a consensos nacionales con su adversario. Y la ola populista, a la que se ha rendido en vez de reformarse, no facilita las cosas.
¿Acaso no hay o hubo izquierda nacionalista?
No, la izquierda no es nacionalista, pero su antipatía por España y la nación española, además de su incapacidad para proponer un programa creíble, le llevan a seguir fantaseando con símbolos y eslóganes de hace más de sesenta años, cuando la dictadura de Franco politizó los símbolos y la idea de nación. Seguramente, el acercamiento a los nacionalistas -como la rendición al populismo- es un síntoma más de que la izquierda está en trance de desaparecer.
¿Cree que Cataluña finalmente será independiente?
No. Están el artículo 2 de la Constitución y la Unión Europea. Si no fuera por eso, la verdad, no creo que estuviera tan claro.
¿Cómo valora el papel del Gobierno frente al desafío secesionista catalán?
Teniendo en cuenta el estado de cosas, la política del actual Gobierno me parece la mejor posible. En contra de lo que se dice, se han hecho muchas cosas: evitar el enfrentamiento -que era algo fundamental-, asegurar a la sociedad catalana que el Estado español es su amigo, enfrentar a los secesionistas a sus responsabilidades constitucionales y jurídicas (incluidas las penales, llegado el caso) y aislar, en nuestro país y fuera, al nacionalismo catalán. Hay que recordar que el nacionalismo catalán, como el vasco, ha tenido hasta hace muy poco tiempo una prensa excelente, mientras que el Estado constitucional español ha seguido llevando todos los estigmas, como si no fuera un régimen democrático y liberal.
«Los nacionalistas no aguantan las naciones civilizadas -como España- y echan de menos la nación primitiva y excluyente propia de la tribu, los populistas son sus aliados naturales»
¿Nada entonces que reprochar?
Echo de menos lo de siempre: mayor presencia del Estado en Cataluña y en el País Vasco, aunque eso se ha empezado -sólo empezado- a corregir en los dos últimos años en Cataluña, así como un esfuerzo consciente y determinado por parte del Estado para defender y promover cultural y políticamente, sobre todo en la enseñanza, la idea de España.
Con que se obligara a los organismos oficiales a hablar bien de España cada vez que hablan de nuestro país como de una nación fallida, ya sería bastante. Y si los españoles hicieran lo mismo, en vez de recurrir siempre a los mismos tópicos, se habría resuelto cualquier problema. Cada vez que alguien dice ‘este país’, está dando argumentos al nacionalismo.
Se mira excesivamente hacia dentro y no hacia fuera cuando se tratan de aportar soluciones a los problemas de España? ¿Acaso la actual crisis del sistema español no se asemeja a otras parecidas en países como Francia, Italia o Alemania?
Los españoles, en particular las élites político intelectuales, han sido narcisistas hasta lo patológico. Les resulta imposible declararse naturalmente españoles y al mismo tiempo han pensado lo español como algo excepcional en el conjunto de las democracias liberales. La verdad es que no hay modelos aplicables a todos, ni hay ‘países normales’ como no sea en la fantasía de quien quiere describir su ideal político. Lo que distingue a España es que las élites se quedaron atascadas (y lo siguen estando, en buena medida), en la crisis nacionalista de hace un siglo.
El nacionalismo, que después de los años 40 fue desterrado de la política europea, sobrevivió aquí como si fuera algo positivo e incluso progresista. Es aberrante. Ahora el nacionalismo ha encontrado nueva vida, en todas partes, gracias al populismo. El populismo expresa, entre otras cosas, una nostalgia irreprimible del nacionalismo. Y como los nacionalistas no aguantan las naciones civilizadas -es decir, liberales y constitucionales, como España- y echan de menos la nación primitiva y excluyente propia de la tribu, los populistas son sus aliados naturales.
Entrevista realizada a: José María Marco
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