
¿Cree no ser feminista? ¿Es, como yo, de las que no solo no se definen como feministas, sino que sufren sarpullidos cuando leen incluso la palabra? Pues estamos todas de mala racha, porque somos igualmente feministas. No es discutible ni voluntario: si usted es mujer, es feminista y punto, no se hable más.
Que no lo digo yo, que lo dice el partido del gobierno, el PSOE. Un cartel preparatorio de los aquelarres del 8-M, esas manifestaciones que no extienden el contagio del covid -a diferencia de iglesias, bares, restaurantes y manifestaciones contra del gobierno- porque, como sabemos ya, es un virus muy progresista, elaborado por el PSOE murciano, nos alecciona: “Nuestras causas son las mismas. Te definas o no te definas feminista, esta es también tu lucha”, todo bajo un “No soy feminista”, con el “no” tachado por la censura.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraAsí que esta es “mi lucha”. No que haya visto mucha lucha, la verdad, que me recuerda a ese tópico de “esos derechos que tanto nos ha costado conquistar”, para referirse a promesas electorales de la Santa Transición por las que luchar, lo que se dice luchar, no vi luchar a muchos.
Pero esto es más grave y, a la vez, más sintomático. Van ya para varios años que llevo hablando en estas páginas de pensamiento único y de los dogmas obligatorios de nuestro tiempo, pero hasta ahora lo normal, si no comulgabas con la ideología dominante, era que te arrojaran a las tinieblas exteriores, donde es el llanto y el crujir de dientes; que te condenaran al ostracismo, te llamasen carca, cavernícola, fascista y cosas así y te mandaran a fregar.
La idea es que el ‘feminismo’ no es una ideología, no es una facción, una manera de concebir el papel de la mujer, sino un rasgo esencial del hecho mismo de ser mujer
Felices tiempos aquellos, porque ahora, no; ahora, cuando niegas la mayor, cuando te opones a todo lo que dicen, te responden que te toca aguantarte porque, lo creas o no, eres feminista. No son lentejas: las tomas, las quieras o no.
La idea es que el ‘feminismo’ no es una ideología, no es una facción, una manera de concebir el papel de la mujer, sino un rasgo esencial del hecho mismo de ser mujer. Concretamente, es el único rasgo definitorio de nuestro sexo que, por lo demás, no tiene ningún otro, visto que podemos hasta tener pene y barba tupida e incluso hijos que nos han llamado padre hasta la mayoría de edad.
La segunda reflexión sobre este reclutamiento forzoso de las mujeres sin diferencia de credo o visión en las filas feministas es que delata una evidente desesperación. Es un cartel que una ideología en auge jamás haría, que no se le ocurriría a nadie a menos que a) tuvieran medios de sobra para imponer su criterio y b) se estuvieran dando cuenta, alarmadas, de que se están quedando sin parroquia.
Porque, sí, se están quedando sin parroquia. Cada día aumenta el número de mujeres que se resisten con uñas y dientes a definirse como feministas, aunque solo sea porque lo que hoy pasa por feminismo deja pequeñito al socialismo de Pol Pot en espíritu totalitario, impulso anticivilizador y pura rebelión contra la realidad incontestable. Las españolas hoy no vivimos en terreno talibán, precisamente, y si algo, algunos de nuestros quebraderos de cabeza vienen como consecuencia de esa ideología, no a pesar de ella. Fingir en estos días que somos un colectivo oprimido son ganas de divertirse barato o, más probablemente, el lloriqueo habitual de quien pasa el cepillo porque vive de esto.
Pero he dejado para el final una frase del cartel, la que lo ‘cierra’, por así decir, lo que debe entenderse como la explicación del ordeno y mando del primer mensaje: “La desigualdad nos une a todas”. Y, mira, en eso sí estoy de acuerdo.
Porque si el feminismo fuera un movimiento en favor de la igualdad, ha fracasado. Si mi marido y yo reñimos, puedo mandarle a la cárcel con una llamada. Llega la Policía y le detiene, aunque le haya dejado la cara como un cromo y yo esté intacta. Es la ley.
También puedo mandarle al calabozo aunque no hayamos reñido, porque, hermana, ellas sí me creen.
Tampoco es probable que mi marido pueda beneficiarse de cuota alguna, en la administración o en la empresa privada. Y, si nos divorciamos, los niños y la casa me los quedo yo, y él paga. Sí, ahora que lo pienso, empieza a ser la desigualdad lo que nos une a todas.