Imagen referencial.
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Cuatro de cada diez casos de violencia en el hogar no tienen nada que ver con el sexo -ni el género- y sí con la edad: son de hijos contra sus padres o abuelos. Al menos es el caso de la ciudad de Madrid, según informe de la directora general de Infancia, Juventud y Educación, Sonia Moncada, en la comisión del ramo, informa el diario ABC.

Y si la proporción asusta bastante, no es menos alarmante el hecho de que el fenómeno vaya a más. Son, dice Moncada, manejando datos de los Centros de Atención a la Familia (CAF), “los nuevos tipos de violencia”, entre los que sobresale “la violencia ascendente, de hijos a padres o abuelos”. E insiste: “Tenemos un incremento espectacular. Son el 40 por ciento de los casos de violencia intrafamiliar”.

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¿Por qué no lo sabe usted? ¿Por qué no es primera de los diarios, noticia de los telediarios, tema de debate de las tertulias, objeto de sesudos editoriales y columnas de los popes de la información? Venga, que esta es facilita: porque se sale del guion.

Porque no cuadra, porque no ‘vende’ el mensaje que a todas horas se nos intenta meter -con notable éxito, en la mayoría de los casos-, grabar a fuego en nuestras cabezas. El mensaje se corresponde con un panorama sobre lo que pasa que no responde en absoluto a la realidad y que se propaga para que aceptemos las ‘soluciones’ que nuestras élites quieran imponernos.

El mensaje tiene que ser claro y simple. Los matices no hacen más que confundir en una era en que nuestra capacidad de atención se ha reducido al mínimo, época de frases tan huecas como breves e infantiles. Tiene que tener, por eso mismo, bordes nítidos, tajantes: los malos tratos en el hogar son algo que hace invariablemente el varón contra la mujer, y es así porque seguimos bajo el espectro omnipresente del Patriarcado, de cuya mortal influencia solo podemos librarnos mediante medidas drásticas de feminización del varón -reeducándole-, de represión y de liberación del opresivo entorno familiar que solo el poder puede proporcionarnos.

Por eso estas noticias tienen que ser enterradas o ignoradas. Distraen y llevan a pensar que quizá, tal vez, aprobar un marco legal que toma al varón como un predelincuente al que se niega la presunción de inocencia y que crea incentivos perverso para nosotras, poniendo fin a siglos de garantías jurídicas, no sea la mejor idea del mundo.

Quizá, no sé, una violencia tan a contrapelo del guión que amenaza con llegar a sumar la mitad de los casos merecería alguna atención, no solo de los ‘expertos’ -¡qué hartura de expertos!-, sino también de la población en general. Después de todo, no puede ser más diferente del cuadro habitual de esos padres rigurosos contra los que llevan aleccionándonos desde que tengo uso de razón.

Recuerdo el ‘affaire de la bofetada’, aquella señora que fue condenada por darle un cachete a su hija, y lo rígida que es la ley con los castigos a los hijos. Bueno, pues ahora está siendo al revés, y aquí no pasa nada. Literalmente, porque lo que no sale en la tele no está pasando.

Y el bendito confinamiento, al parecer, no ha hecho más que empeorar las cosas. Según un reciente estudio de las universidades de Oxford y Manchester, el 70% de los padres que han experimentado casos de violencia contra ellos por parte de sus hijos han experimentado un aumento de los episodios durante el confinamiento.

El propio estudio habla de ‘problema oculto’, exactamente por lo mismo que acabo de decir: no encaja. Vivimos en una efebocracia en la que se halaga las 24 horas del día a la “generación mejor preparada por nuestra historia” y en la que uno de los partidos en la coalición de gobierno, Unidas Podemos, propone bajar la edad del voto a 16. Porque el mundo se divide en la podrida y corrupta generación que aún vota al PP y que no deja avanzar a este país y esos seres de luz que lloran por el mundo que les dejan sus mayores y que lo curarían si no fuera por esos carcamales que se aferran al poder.

Así que no, esos ángeles encarnados no pueden hacer nada malo, igual que las mujeres no podemos ejercer violencia alguna, jamás de los jamases, en nuestras relaciones sentimentales, y mucho menos, palabrita del Niño Jesús, mentir sobre ellas.

Lo siento por esos padres; imagino que calvario que debe de ser su vida, no solo maltratados por los mismos a los que han dado la vida y criado, sino necesariamente ignorados por un guion obligatorio del que su caso, cada vez más frecuente, se sale más allá de lo permisible.

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