Un lechero canadiense ha sido arrestado por violar una orden judicial que le prohibía hablar públicamente sobre la ‘transición sexual’ de su hija/o. Concretamente, el delito del buen hombre, la causa por la que un honrado trabajador ha dado con sus huesos en el calabozo, según cuenta el New York Post, ha sido llamar a su hija y referirse a ella con los pronombres correctos/equivocados, es decir “ella”, en lugar de “él”.
Si les parece un lío, lo es; y si les parece injusto, indignante y orwelliano, también lo es. La cría, de 15 años, se identifica como ‘transgénero’ y prefiere que utilicen para referirse a ella los pronombres masculinos, lo que para su padre, alguien para quien siempre ha sido “ella”, debe de resultarle bastante difícil. Un error de cárcel, en concreto.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl padre presentó una demanda contra la madre de su hija, de la que está separado, al conocer que había iniciado esa ‘transición’ tan a la moda entre adolescentes occidentales. Una de esas modas adolescentes que se extienden como la pólvora entre jóvenes problemáticas, como hace unos años era hacerse cortes, o la locura de los ‘recuerdos reprimidos’. Al menos eso es lo que explicaría que el fenómeno se haya multiplicado en los últimos años de un modo pavoroso. Por supuesto, llamarlo ‘moda’ es insultante, probablemente ilegal, aunque es la tesis del libro de la experta Abigail Shrier, ‘Irreversible Damage: The Transgender Craze Seducing Our Daughters’.
Cuánto ha llovido, ¿verdad? Hoy puedes ir a la cárcel por llamar “hija” a tu hija de 15 años
El caso es que la demanda llegó al tribunal de casación de la Columbia Británica, que ordenó al padre no inmiscuirse en la terapia hormonal de su hija/o e intentar estudiar sobre la disforia, naturalmente con la condición de que llegara exactamente a la misma conclusión que los poderes públicos, que la han convertido en dogma de obligada aceptación.
Es más, el tribunal advirtió al padre que sus intentos de frustrar los deseos de su hija equivalen a una forma de violencia. Recuerden: los ‘deseos’ de su hija no tienen ninguna relevancia jurídica, ninguna validez, para decidir el gobierno mediante el voto, para tomarse una copa, para encenderse un cigarrillo, para conducir o incluso para someterse a un tratamiento médico sin permiso de sus padres, salvo este.
La niña empezó a identificarse como varón a los 11 años, se cambió de nombre a los 12 e inmediatamente después, con el entusiasta apoyo de su madre (psicóloga y endocrina, ya es casualidad), iniciar un tratamiento hormonal que deberá continuar durante el resto de su vida con serios efectos secundarios.
¿Recuerdan cómo empezó toda esta locura? El argumento popular venía a ser: “¿Qué te importa a ti lo que haga alguien con su propia vida, en qué puede afectarte?”. Cuánto ha llovido, ¿verdad? Hoy puedes ir a la cárcel por llamar “hija” a tu hija de 15 años.
Se me ocurren pocas cosas más crueles, estúpidas y peligrosas. Porque si algo tan absolutamente esencial, no solo para toda civilización, sino incluso para cualquier sociedad humana, como es el sexo, depende exclusivamente de la cambiante voluntad del sujeto, incluso cuando es menor de edad y podría querer identificarse como astronauta o brontosaurio, entonces hemos tocado fondo, definitivamente, y toda diferencia está llamada a desaparecer por intolerablemente molesta.
Un lechero corriente y moliente no tiene, por lo general, los medios económicos para mantener una batalla judicial o para evitar la cárcel, así que nuestro hombre abrió una página en Internet pidiendo donaciones para su causa. Solo que, naturalmente, la página le obligaba a dar su verdadero nombre, para indignación del tribunal, que ha ordenado al tipo a rectificar los datos de la página o será sancionado. El hombre ha pedido salir de la cárcel para poder llevar a cabo la rectificación, a lo que el tribunal se ha negado.
¿Les he contado que en torno a esta avalancha de ‘transiciones’ se mueve un jugosísimo negocio que maneja millones? No sé, a lo mejor tiene algo que ver.