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Cruda realidad / Biden nombra para Sanidad al primer alto funcionario abiertamente transexual

Joe Biden elige al trans Rachel Lavine como secretario de Salud.

Joe Biden elige al trans Rachel Lavine como secretario de Salud.

El presidente Joe Biden ha elegido para el Departamento de Sanidad federal a un curioso personaje que responde al nombre de Rachel Levine pero al que solo hay que ver una vez para entender que no es el que tenía de niño. Es el primer alto funcionario abiertamente transgénero de una administración norteamericana, y ese es su principal, probablemente su único ‘mérito’.

Y no es carezca de currículum. Levine encabeza hasta hoy el Departamento de Sanidad del estado de Pensilvania. Pero su actuación durante la pandemia ha sido ‘polémica’, por decir poco. Levine decretó que los ancianos con coronavirus declarados ‘estables’ fueran devueltos a sus residencias de la tercera edad, lo que llevó a que se dispararan los casos en ellas. Pero no fue ese el escándalo, sino que eximió de esa regla general a su propia madre.

No, el ‘mérito’ de Levine, pese a su escandaloso nepotismo y su evidente incompetencia, es ser un cincuentón que se define como mujer sin parecerlo ni de lejos, que son los casos que molan porque obligan a un acto de fe ideológico. Ya saben: ve ciervo y di caballo.

Kamala Harris, vicepresidente con tantas posibilidades de convertirse en breve en presidente que ya la dan por tal con un descaro indecente los medios progresistas, obtuvo en sus propias primarias demócratas un 3% de los votos. Es decir, es tan querida por sus bases como cálida e inocente es Hillary Clinton. ¿Democracia? ¡Venga, que estamos hablando en serio!

Kamala Harris es una oprimida, en el mismo sentido que Ana Patricia Botín está más oprimida por razón de su sexo que un reponedor de Mercado del sexo equivocado

Claro que eso no quita para que la prensa áulica -es decir, la prensa de prestigio- le haga fiestas y homenajes por el logro increíble de ser una mujer empoderada y, sobre todo, de no haber nacido blanca, gloriosa hazaña. Es una hija del privilegio, criada en casa bien y con dinero, vástaga de un empresario jamaicano y de una hindú de la casta superior. Pero, hey, no es blanca, así que es una oprimida, en el mismo sentido que Ana Patricia Botín está más oprimida por razón de su sexo que un reponedor de Mercado del sexo equivocado.

Ilhan Omar, una refugiada somalí cuyo único mensaje es cuán espantosamente racista es la sociedad del país que le ha acogido y que ha respondido a sus patadas retóricas eligiéndola para la Cámara de Representantes, escribe a propósito de Harris en el USAToday: «Mientras Harris se dirigía por primera vez a la nación como vicepresidente, mi hija Ilwad, de 8 años, de volvió hacia mí y me dijo: “Se parece a mí, mamá”.

La idea de que la mezcla de jamaicano e hindú produce un fenotipo similar al de una somalí recuerda a ese “todos los negros me parecen iguales” que se ha señalado a menudo como el colmo del racismo blanco. Es la idea de que existen dos razas en el mundo: los blancos (si me apuran, los nórdicos) y todos los demás, eso que los norteamericanos llaman POC (People of color).

Omar, naturalmente, conoce el abismo cultural y de experiencias vitales entre un brahmín hindú y un pastor nilótico del Cuerno de África, pero hay que recordar que lo único que mantiene unidas las dispares tribus de la coalición progresista es su común odio por el blanco, varón, heterosexual y cristiano. Por otra parte, el hecho de que la apariencia física sea el principal dato para celebrar un nombramiento público dice mucho del futuro inmediato que le espera a Estados Unidos.

No tengo nada que reprocharles a priori a los teóricos de la conspiración. La idea de que achacar fenómenos históricos a una conspiración sea de chalados con gorritos de papel de plata es en sí mismo fruto de una conspiración y es una solemne tontería. Lo contrario sería creer que todas las decisiones de poder se toman con plena publicidad conforme a los intereses generales, algo que contradice frontalmente lo que sabemos de la naturaleza humana, por no hablar de que a lo largo de la historia ha habido conocidas conjuras.

La historia nos enseña que los procesos políticos tienen sus propias leyes implacables, que las revoluciones contra la naturaleza siguen fases regladas que escapan al control de sus autores

A lo que objeto es a esa insidiosa costumbre intelectual, común entre mis queridos conspiranoicos, de pensar que las conspiraciones -o, más frecuentemente, la Conspiración- va a salir bien. A veces pienso que la conspiración definitiva es la terrible consciencia de que no hay nadie al volante, en realidad.

En cualquier caso, la historia nos enseña que los procesos políticos tienen sus propias leyes implacables, que las revoluciones contra la naturaleza siguen fases regladas que escapan al control de sus autores. La principal, creo, es la Espiral de Virtud.

Hace algunos meses creo que les hablé de un grupo de añosos intelectuales de izquierda, entre cuyos nombres solo retengo el de Noam Chomsky, que publicaron un manifiesto (cómo les gusta firmar manifiestos, bendito sea Dios) contra la ‘cultura de la cancelación’, que consiste en procurar la ‘muerte civil’ de todo el que deje escapar una opinión menos que ultracorrecta. Eso es la Espiral de Virtud en funcionamiento.

La revolución no tiene extremos. Es el extremo. A la primera remesa de revolucionarios le sigue siempre una segunda, más radical, que denuncia a los primeros y los manda a la guillotina por reaccionarios, solo para caer ante una tercera ola aún más extrema, y así sucesivamente, en una enloquecida carrera al más absurdo todavía. Como este proceso no tiene fin en sí mismo, solo se detiene cuando se acaban las posibilidades físicas de continuar o, más frecuentemente, cuando alguien desde dentro manda parar, habitualmente en medio de un mar de sangre y fuego: Napoleón para la Revolución Francesa, Stalin para la rusa.

Sospecho que todo va a acabar rápido. El nuevo secretario de Defensa, bendecido por Dios con la dosis adecuada de melanina, ha declarado que su prioridad será purgar las Fuerzas Armadas de ‘racistas’ y sexistas, palabras que en su código significa votantes de Trump. No soy Sun Tzu, pero sospecho que un ejército con esas prioridades no le va a aguantar medio asalto a los chinos si las cosas se ponen feas.

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