Que la Fiesta de la Mercé, patrona de Barcelona, no tengan la menor referencia a su origen religioso está descontadísimo, nadie lo espera ya; pero que un espectáculo pagado por el Ayuntamiento y dirigido a los niños represente un ‘strip-tease’ masculino es la prueba definitiva de una pulsión destructiva de la que hemos hablado a menudo en estas páginas.
En realidad, corresponde a dos de las manías de la modernidad: un afán enfermizo por destruir la inocencia de los niños y otro por meterles en la cabeza como sea que la homosexualidad y otras perversiones es tan ‘normal’ como cualquier otra condición.
Sucedió en el Paseo Lluís Companys, un espectáculo para niños de «Hip-hop, danza contemporánea, acrobacias”… Y dos tipos -los Losin Form Alls- que se quedan en tanga después de abundantes contorsiones sin otro mérito que el de dejar muy claro a los críos de qué trata todo esto.
No hay ni que decir que el grupo no está precisamente especializado en espectáculos infantiles, y que es “muy experimental”, otro modo de decir que son bastante cutres. Después de ver el vídeo, a una no le queda duda de que si no es pervirtiendo niños, no sé cómo podrían ganarse la vida: son malos a rabiar, y si alguien, por muy embotado que tuviera el gusto, hubiera pagado diez céntimos, les sacaba del escenario a gorrazos.
No, no hay mérito artístico o siquiera circense: todo lo que importa es lograr algo que, hace solo unos años, hubiera llevado a la detención de estos figuras y hoy lo programan las propias autoridades de la segunda ciudad de España.
Naturalmente, no ha sido noticia en los grandes medios, y es probable que esto hubiera pasado como una más de las vilezas anónimas y continuas con las que nuestros peores gobernantes se esfuerzan por meter su viciada ideología en la mente de los niños si no fuera por un concejal del PP en el Ayuntamiento de Barcelona, Óscar Ramírez, que ha denunciado la performance y ha mostrado en Twitter un vídeo en el que se recoge el striptease y en el que se aprecia cómo hay niños que se tapan la cara y se dan la vuelta.
Para ser justa, debo reconocer que el caso de Ada Colau es un tanto especial. Representa esa izquierda radical a la que no le vale con tolerar lo que siempre se ha considerado malo o desdeñar lo que siempre se ha juzgado bueno. No: lo bueno debe ser prohibido y perseguido; lo malo debe ser celebrado, impuesto, extendido.
Es la alcaldesa que odia a esos mismos turistas que enriquecen Barcelona y legisla en su contra, y en cambio mueve Roma con Santiago para traer ilegales cuya manutención y vigilancia -por ser, en muchos casos, menores- deberán pagar religiosamente los barceloneses, a menudo en varios sentidos.
Es la alcaldesa que pone todas las pegas del mundo a los propietarios de pisos que quieren alquilarlos a turistas, pero en cambio protege y ‘mima’ a los okupas
Es la alcaldesa que tiene manía a los honrados ‘botiguers’, los comercios legítimos, que dan trabajo, crean riqueza y pagan impuestos, y favorece todo lo que puede a los manteros, que hacen a las tiendas una competencia desleal, venden a menudo falsificaciones, no cumplen regulación alguna de las muchas que agobian al comercio regular y no pagan impuestos.
Es la alcaldesa que pone todas las pegas del mundo a los propietarios de pisos que quieren alquilarlos a turistas, pero en cambio protege y ‘mima’ a los okupas, que entran por las buenas en un piso ajeno y se instalan en él por la cara, convirtiendo normalmente los alrededores en zonas degradadas, sucias y peligrosas.
Es, en fin, parte de esa izquierda que prefiere la división nacional a la concordia, a los delincuentes antes que a los ciudadanos honrados, a los vagos en preferencia a los ciudadanos productivos. Y, como vemos, exponer a los niños a un ‘strip-tease’ cutre y homoerótico antes que darles, no ya lo que les conviene, sino meramente lo que les divierte, lo que pedirían.
Ya decimos que debe de ser una obsesión, porque Colau ya montó otra parecida en abril del año pasado, al autorizar un tobogán con forma de vagina para niños. La instalación, que imitaba la forma de una vagina en colores rojizos, estaba dirigida a niños y constaba de un tobogán central por el que podían pasar los menores.
El lugar elegido para su ubicación fue uno de los parques más concurridos del distrito Nou Barris de Barcelona. El entretenimiento formaba parte de la fiesta titulada ‘Feria del día de la tierra’. Un cartel colocado al lado de la instalación, advertía: “El tobogán vagina está construido pensando en vuestra seguridad pero está fuera de normativa. La organización no asume responsabilidad sobre posibles accidentes”.
El juego, autorizado por Colau, ni siquiera contaba con un control de seguridad que permitiese el uso adecuado de la misma, sino que se trataba de una creación casera e improvisada.
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