JK Rowling, Lidia Falcón y Carmen Calvo.
JK Rowling, Lidia Falcón y Carmen Calvo.

Una pensaba que la peor locura de ‘El País’, incluida su caída en picado en papel y presencia digital, había terminado con la salida de la comisaria Gallego, que nos ha parecido desde el primer día un submarino de los peores enemigos de Prisa. Pero no, el buque insignia del progresismo hispano mantiene su apuesta por la estupidez posmoderna.

“Ni todas las mujeres menstrúan ni todas las personas que menstrúan son mujeres”, leo en sus páginas, escrito por Manuel Sanoja, del que no oso presumir su género.

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A ver, mujeres que no menstrúan: las que no han llegado a la menarquia, las que han llegado a la menopausia y todas las que no estamos en ese momento del mes. Sencillo. Del mismo modo, podría decirse que no todos los hombres comen, porque hay momentos en que no comen.

Lo interesante, naturalmente, viene con los que menstrúan sin ser mujeres, es decir, las mujeres a las que la ley o su santa voluntad les da la consideración de varones. Oh, bueno, volvemos a la carga, hasta demoler en finísimo polvo la realidad biológica.

Si lo de ser mujer u hombre es mera cuestión de capricho, de decisión personal, permanente o sobrevenida, sin ninguna base estable en la realidad biológica, ¿qué sentido tiene hablar de ‘hombre’ y ‘mujer’?

El texto en cuestión sería a estas alturas innecesario, cuando tenemos leyes que dan la razón a ‘El País’ y el propio Tribunal Supremo norteamericano lo ha convertido en doctrina constitucional, sino fuera porque ha surgido una fuerte resistencia a tal absurdo procedente de ámbitos hasta ahora ‘respetables’ para la progresía mundial. De hecho, el artículo empieza con un ya famosísimo tuit de la autora de la serie de novelas de Harry Potter, J.K. Rowling, el pasado 6 de junio: “Personas que menstrúan’. Estoy segura de que solía haber una palabra para ellas. Que alguien me ayude”.

Las credenciales progresistas de Rowling son impecables. Laborista y feminista, Rowling no solo decidió -a toro pasado, eso sí- anunciar sin venir a cuento que el sabio mago Dumbledore, amado por todos los fans de la saga, era homosexual, sino que sus libros se han convertido en verdaderas ‘biblias’ de la izquierda anglosajona. En la resistencia contra el presidente norteamericano elector Donald Trump, muchos milennials se llamaban a sí mismos ‘el Ejército de Dumbledore’ y sus cuentas en redes sociales están -estaban- densamente tapizadas de referencias a los personajes y situaciones de los aprendices de mago en Hogwarts.

Ya no. Tras su negativa a aceptar como mujer a cualquier hombre que declare serlo, la autora británica ha perdido el favor de su público más entregado, provocando reacciones histéricas bastante divertidas, como la de aquellos que pretenden exigirle que renuncie a su criatura para que pueda tener vida lejos de las garras de tan odiosa fascista.

No es que Rowling haya cambiado ideológicamente: es el marco progresista el que se ha corrido violentamente hacia el más absurdo todavía. La autora forma parte de un no irrelevante y creciente número de feministas que entienden que la teoría de género convierte en ininteligible toda la llamada ‘lucha de la mujer’. Si lo de ser mujer u hombre es mera cuestión de capricho, de decisión personal, permanente o sobrevenida, sin ninguna base estable en la realidad biológica, ¿qué sentido tiene hablar de ‘hombre’ y ‘mujer’, mucho menos de discriminación hacia condiciones que son opcionales?

Por el momento, por la necesidad de la izquierda de mantener contentas a todas sus tribus -que es como el malabarista manteniendo todos los platos dando vueltas sobre el palo-, se mantienen ambas verdades incompatibles, con el Ministerio de Igualdad que Iglesias le ha regalado a su churri buscando nuevas formas de lloriquear imaginadas discriminaciones por ser mujer mientras, desde otros foros, se niega que ‘varón’ y ‘mujer’ sean conceptos reales. Es similar a lo que hace en Estados Unidos esa misma progresía con la raza, que al tiempo que urge a aumentar las medidas para luchar contra el racismo sentencia que los blancos son irremediable e irredimiblemente racistas.

Pero la historia enseña que los silogismos no solo acaban llegando a su conclusión, sino que la imponen en la práctica. Y, a la larga, solo puede quedar uno: feminismo o teoría de género, elijan.

La mayoría de las sedicentes feministas aborregadas, aterradas de quedar fuera del rebaño, bajan la cabeza y aceptan que ese señor con pinta de leñador del Canadá que se hace llamar Linda entre en su aseo público y compita en las competiciones deportivas femeninas, llevándose invariablemente el oro. Pero aún quedan, como Rowling. O como la histórica Lidia Falcón, cuyo Partido Feminista de España fue expulsado de Izquierda Unida en una peripecia que, las vueltas que da la vida, le ha llevado a publicar en este mismo medio, ‘El engrudo ideológico del género‘, reconociendo que nunca entendió a qué venía el escándalo con el mensaje del autobús de HazteOír.org.

Y el PSOE, al menos la vicepresidente Carmen Calvo, que pese a no tener mucha pinta de despierta se ha dado cuenta de inmediato de las consecuencias de esta disolución de las diferencias de identidad sexual. Si podrá mantenerlo o no ya es otra historia.

Tienen en contra el Sistema, el de verdad, el de universidades, medios, Hollywood y multinacionales. El de la propia ONU, una de cuyas agencias, llamada “de mujeres”… niega que haya mujeres.  

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