Rosemary West, Myra Hindley y Beverley Allitt (de izqda. a dcha.), tres iconos de la violencia femenina

Hace unos días, el diario El País, sorprendía con la reproducción de un reportaje titulado «Mujeres que torturan, agreden y matan», publicado originalmente por Katherine Quarmby en Mosaic.

Lo sorprendente no es, claro está, la reproducción del trabajo periodístico, sino lo que supone éste para el paradigma sostenido por este medio y otros, recogido en la Ley Integral contra la Violencia de Género, según el cual, la mujer es sí o sí, siempre, sin posibilidad de error, víctima de una sociedad enferma de heteropatriarcado, cuya máxima expresión cultural es la violencia ejercida por el hombre.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

Suscríbete a Actuall y así no caerás nunca en la tentación.

Suscríbete ahora

‘El País’ se cae así, aunque sea un poquito, del guindo del dogma feminista para admitir, aunque con muchos reparos, que existe violencia de la mujer y que ésta se suele producir, precisamente, contra los más desprotegidos: personas de su entorno, que están a su cuidado y que suelen ser ninos, dependientes o ancianos.

Desde hace años, en España el silencio mediático de la violencia femenina ha sido más que evidente. Aún lo es. Apenas unos pocos medios informan de ello.

Y no se entiende, aunque sólo sea por el éxito de audiencia que cosechan. No habían pasado dos meses de su lanzamiento, cuando Actuall abordó el asunto denunciando que al menos 29 hombres habían muerto a manos de sus mujeres el pasado año. Nueve meses después, la noticia sigue leyéndose y ya acumula centenares de miles de visitas.

Pero son muertos de los que casi nadie habla. Aunque al final, es imposible ocultar un asunto tan grave todo el tiempo. Hasta el propio Consejo General del Poder Judicial reconoce que las mujeres son igual de violentas que los hombres, al menos en lo que se refiere a las muertes de menores. 

El mantra feminista de la violencia unidireccional de raíz heteropatriarcal es el eje sobre el que se construye la Ley Integral contra la violencia de Género, que convierte al varón en un ser sospechoso de nacimiento, sin apenas derechos, al que se le puede expulsar de su domicilio, apartar de sus hijos y encarcelar por la mera presentación de una denuncia, aunque el 87% de ellas no desemboque en una condena judicial. 

Reproducimos por su interés el artículo con el que ‘El País’ y el feminismo militante que defiende, se pone en evidencia.

Mujeres que torturan, agreden y matan

Marian Partington ha hecho lo posible por perdonar a Rosemary West, culpable, junto a otros, del asesinato de su hermana. Cree que la única manera de romper la espiral de violencia femenina es comprenderla.

KATHERINE QUARMBY

Es la visita que nadie espera tener que recibir nunca. La Policía se presenta en tu casa para comunicarte que uno de tus familiares ha muerto asesinado. Para Marian Partington, esa visita acabó con 20 años de incertidumbre acerca del destino de su hermana Lucy, un sábado por la mañana, en marzo de 1994.

Lucy desapareció en diciembre de 1973 mientras esperaba al autobús en Cheltenham. Tenía 21 años y cursaba de último año de licenciatura en filología inglesa, en la Universidad de Exeter. Tuvieron que pasar dos décadas para que Lucy fuera encontrada y pudiera revelarse la terrible verdad acerca de su muerte. Lucy fue torturada, asesinada, descuartizada y enterrada en el sótano del número 25 de Cromwell Street, en Gloucester, junto a las otras víctimas de los asesinos en serie Fred y Rosemary West.

Fred West se suicidó en prisión en el día de Año Nuevo de 1995. En noviembre del mismo año, Rosemary había sido condenada por diez homicidios, incluido el de su hija de 16 años, su hijastra de ocho y la amante embarazada de su marido. Fue condenada a cadena perpetua sin libertad condicional.

«Lucy murió por agresión sexual y pura crueldad», recuerda Marian. «Su muerte fue un tormento, fue tortuosa, y no puedo hablar de ello sin enfrentarme al horror por el que pasó. Una de las peores cosas es que no tuviera voz. Lucy estuvo amordazada… sentí que si yo no hablaba sobre lo que le pasó, lo mismo me valdría también estar muerta».

Marian trabaja con una organización secular llamada The Forgiveness Project [El Proyecto del Perdón], y visita cárceles en las que cuenta su historia a los presos, como parte de su labor de justicia restaurativa. En 2004 le escribió una carta a Rosemary West (una de las figuras más odiadas del Reino Unido), una carta llena de compasión y empatía. West le pidió que no volviera a ponerse en contacto con ella.

Aceptar el crimen no ha sido tarea fácil. Marian recuerda el juicio de West. «Yo no uso la palabra vil a la ligera, pero recuerdo estar sentada, escuchando lo que había hecho… y sentirme envilecer. Para mí, trabajar con delincuentes femeninas», asegura, «supone un verdadero desafío».

¿Es la violencia en manos de mujeres de alguna manera diferente a la de los hombres?

Las mujeres son mucho menos propensas a delinquir que los hombres, pero las tasas de violencia femenina han aumentado. El número de mujeres y ninas arrestadas por delitos violentos en Reino Unido se ha más que duplicado entre 1999/2000 y 2007/2008. Todavía está por ver si se debe a un aumento de la violencia en sí, de su visibilidad o de ambas cosas.

La idea de que una mujer pueda ser violenta, que llegue a asesinar incluso, nos resulta desconcertante. Pero, ¿por qué? ¿Es la violencia en manos de mujeres de alguna manera diferente a la de los hombres? Lo que está claro es que no tratamos la violencia de unos y otros de la misma forma. Los medios de comunicación a menudo estereotipan a las delincuentes femeninas con crueldad, y tanto ellas como sus víctimas pueden recibir un trato injusto por parte del sistema judicial.

Aunque la violencia femenina no es fácil de afrontar, existe un creciente número de personas que sostiene que, si queremos rehabilitar a las delincuentes femeninas y ofrecer un mejor apoyo a sus víctimas, tendremos que comprender de una forma más progresiva las razones por las que una mujer decide matar o infligir daño.

Ilustración de maltrato de una mujer a un hombre/ Actuall
Ilustración de maltrato de una mujer a un hombre/ Actuall

Una historia de violencia

En el pasado, el poder y la violencia de las mujeres era algo reconocido e incluso celebrado. Mujeres como Juana de Arco, Boudica o las Amazonas guerreras fueron iconos. De un tiempo a esta parte, las mujeres, tanto de Oriente como de Occidente, han ocupado con frecuencia roles de liderazgo en el ejército. Las mujeres han demostrado ser capaces de desplegar su violencia en formas que denotan método y selección, a veces incluso de manera atroz.

En la Alemania Nazi, por ejemplo, del medio millón de mujeres que se incorporaron al servicio militar, 3.500 sirvieron como guardias en los campos de concentración. Unas pocas llegaron a ser sometidas a juicio por crímenes de guerra.

En Ruanda ciertas mujeres esparcían pimienta de cayena por las casas, a sabiendas de que esta provocaría el estornudo de los ninos escondidos, permitiendo así su captura y posterior muerte

Cuando visité Ruanda por primera vez, en 1997, habían pasado tres años desde el genocidio. Me sorprendió entonces, al entrevistar a supervivientes e infractores, y más tarde, a la hora de traducir los testimonios para una ONG de ayuda a los supervivientes, la cantidad de mujeres que habían tomado parte en la violencia. Lo habían hecho como espectadoras, como instigadoras e incluso como figuras clave en el genocidio, de manera similar a como hicieron durante el Holocausto.

De algún modo, el sentimiento de traición parecía más profundo cuando tomaban parte mujeres, porque una mujer «no debe» hacer ese tipo de cosas. Me atormentaba un testimonio escalofriante en particular, que implica un profundo conocimiento de la infancia: ciertas mujeres esparcían pimienta de cayena por las casas, a sabiendas de que esta provocaría el estornudo de los ninos escondidos, permitiendo así su captura y posterior muerte.

El número de mujeres encarceladas en Inglaterra y Gales casi se triplicó entre 1993 y 2005

Desde los años setenta se ha prestado una especial atención a la violencia machista contra mujeres y ninas. Esto ha modificado, de muchas maneras, el marco de referencia en el que se define la violencia, especialmente la violencia íntima o doméstica, hacia otro que gira más bien en torno al género. No es nada sorprendente; la «brecha de género» en los delitos registrados es de sobra conocida.

Los hombres delinquen en mayor proporción que las mujeres, se ven involucrados en más delitos graves y agresiones (son responsables del 80% de los actos violentos) y tienen más probabilidades de reincidir. También son más propensos a asesinar a sus parejas, a ser condenados por violencia doméstica o a cometer delitos sexuales o de acoso.

Nada de esto significa, sin embargo, que las mujeres delincuentes no existan, y el modo en que son tratadas se ha convertido en una parte importante de la investigación criminológica. «Algunos criminólogos estadounidenses defendieron la tesis de que la liberación de la mujer traería consigo una ola de crímenes agresivos», cuenta Frances Heidensohn, criminóloga y profesora visitante en la Escuela de Economía de Londres.

«La tasa de mujeres delincuentes ha aumentado un poco, pero no hemos observado un gran incremento… Estamos hablando de una modesta contribución a la delincuencia y de una reacción exagerada, se trata a las agresoras de forma muy sensacionalista».

Con frecuencia, la violencia de las mujeres va dirigida contra gente conocida, a menudo gente vulnerable o que depende de sus cuidados: ninos, discapacitados o ancianos

El número de mujeres encarceladas en Inglaterra y Gales casi se triplicó entre 1993 y 2005. Si bien ese número está disminuyendo, en la actualidad todavía hay 2.000 mujeres más, tras las rejas, que en los años 90. Las mujeres representan, aproximadamente, el 5% de la poblacion carcelaria. A finales de marzo de 2016, más de un cuarto de las mujeres encarceladas en Inglaterra o Gales lo estaban por violencia contra las personas.

Con frecuencia, la violencia de las mujeres va dirigida contra gente conocida, a menudo gente vulnerable o que depende de sus cuidados: ninos, discapacitados o ancianos. Sus crímenes suelen ocurrir en ámbitos privados o bien en entornos de cuidados, más que en público.

Las mujeres participan, ya sea como espectadoras o líderes, en todo tipo de crímenes, incluidos los de honor, terrorismo o tráfico de personas. En un caso reciente, una mujer se libró por poco de ser asesinada a manos del hombre que pretendía casarse con ella. Una de las cosas más chocantes es que una familiar suya muy cercana confesó que tanto ella como su esposo estaban al tanto del ataque planificado, y que esperaron junto al teléfono para saber si había tenido éxito.

Las mujeres cometen crímenes brutales contra otras mujeres, tanto como conspiradoras como asesinas directas

Es algo bastante habitual. Un informe reciente del Cuerpo de Inspectores de Policía de Su Majestad sobre crímenes de honor, mutilación genital femenina y matrimonio forzoso, concluye que los agresores tienden a ser hombres o mujeres por igual. «Los miembros femeninos de una familia pueden formar parte de la violencia o los abusos a base de conversaciones, incitando a los varones de su familia a cometer crímenes [de honor] o colaborar en la planificación de las agresiones. También pueden tomar parte activa de la violencia o los asesinatos», menciona el informe.

El Middle East Quarterly dedicó un reciente estudio al análisis de casos de asesinatos «por honor» en los que habían tomado parte mujeres. Descubrieron que las mujeres cometen crímenes brutales contra otras mujeres, tanto como conspiradoras como asesinas directas, y que su participación puede consistir en propagar los rumores que a veces llevan al asesinato.

En el Reino Unido, un número cada vez mayor de mujeres (si bien todavía pequeño) también toma parte activa en el terrorismo, como ocurrió en los años 70 tanto en Irlanda del Norte como Alemania. En 2014 y 2015, 35 mujeres fueron arrestadas por delitos relacionados con terrorismo en el Reino Unido, triplicando el número de cinco años atrás.

La baronesa Helena Kennedy QC, una eminente abogada, dirigió una investigación en 2010 y 2011 sobre la trata de personas en Escocia. «Existe el prejuicio de que las mujeres no toman parte en la trata salvo como víctimas», explica, pero eso no es cierto. Policías y funcionarios suponían, al llegar a la escena de los delitos, que todos los responsables serían hombres. Pero no lo fueron. Al frente de los salones de masajes, saunas y otros lugares donde aparecían las víctimas de trata, había mujeres. «Algunas eran terriblemente crueles con las demás», recuerda Kennedy. «En muchos de los casos que salieron a la luz, las mujeres se habían convertido en la clase directiva».

¿Son las mujeres que cometen crímenes violentos doblemente degeneradas y de alguna forma antifemeninas?

Como una mujer

En mayo de 1993, la enfermera Beverley Allitt, conocida en los medios como el «Ángel de la Muerte’, fue hallada culpable del asesinato de cuatro ninos y de hacer daño a otros tantos. El 5 de mayo, en un diario del Reino Unido, se dijo: «La naturaleza femenina es cuidar, no lastimar. Y en general suele ser así. Incluso hoy en día, la violencia es una especialidad masculina. Se supone que las enfermeras han de ser el paradigma del cuidado femenino. Son la niña bonita de los titulares de prensa. Cuando las mujeres hacen cosas así, resulta antinatural, vil, una perversión de su propia biología.»

El diario hacía un resumen de lo que conocemos como determinismo biológico: que las mujeres, por naturaleza, están hechas para cuidar y educar, en lugar de herir y matar. Los hombres, por supuesto, cometen más actos violentos que las mujeres. Pero ¿son acaso nuestros cerebros y cuerpos, esclavos de la genética y la química, responsables de la brecha de género en el crimen? ¿Son por tanto las mujeres que cometen crímenes violentos doblemente degeneradas y de alguna forma antifemeninas?

Noticia del juicio contra Beverley Allit en la prensa británica /Daily Mail
Noticia del juicio contra Beverley Allit en la prensa británica /Daily Mail

La idea de que existe un carácter o cerebro tipo para «machos» y «hembras» no está respaldada por la investigación actual.

En un estudio, la catedrática Gina Rippon y sus colegas de la Aston University, destacan el «notable solapamiento» entre géneros de los rasgos que solemos considerar masculinos o femeninos. Hablamos de cosas como la agresión física, la predisposición a la ternura o la rotación mental. Otros estudios recientes han determinado hasta dónde es capaz de llegar esta superposición de rasgos masculinos y femeninos. De hecho, insiste Rippon, dividir a los sujetos de estudio entre «masculinos» y «femeninos» es en realidad «obstaculizar el avance» si lo que pretendemos es llegar a comprender la relación existente entre conducta y cerebro.

Con demasiada frecuencia a las delincuentes femeninas se las tacha de «locas», de ‘malas’ o de ‘deprimidas’

Además, mientras que la violencia masculina se valora a veces según las circunstancias, como en la guerra, por ejemplo, o se tolera, como en el caso de las peleas de bar, rara vez ocurre lo mismo con la de las mujeres. Una mujer que comete un crimen atroz nos inspira pena, o bien intentamos distanciarnos de ella. Preferimos no sentir ningún tipo de identificación con ella. Es demasiado arriesgado a pesar de que, si lo pensamos, muchos le habremos soltado alguna vez una patada a un gato o bien pegado en alguna ocasión a nuestros hijos. Nos resulta casi imposible imaginar que un acto tan pequeño y personal forme parte de un continuo de violencia que pueda acabar llevando a una mujer a matar.

En lugar de identificarnos con ella, es mucho más fácil clasificar a cada mujer que agrede o mata como algo excepcional. Los casos particulares se elevan a mitos, y quienes los perpetran son objeto de lástima o desprecio, jamás son comprendidos. La imagen proyectada por una mujer agresora puede resultar muy poderosa, porque transgrede su género. Deja una huella mucho más duradera.

Hay otra forma de negar la violencia de las mujeres: argumentar que sólo actúan bajo la influencia de hombres malvados. Con demasiada frecuencia a las delincuentes femeninas se las tacha de «locas» (para así poder compadecerlas, más que acusarlas), de ‘malas’ (para separarlas del conjunto de mujeres) o de ‘deprimidas’ (forzadas a la violencia, víctimas de las circunstancias, violentas por coacción o represalias).

Normalmente, la sexualidad de una mujer violenta será descrita como degenerada, y su atractivo sexual – o la ausencia de este – será puesto en evidencia. Su papel como mujer también a va ser analizado – ¿fue una mala esposa, una mala madre? Hay que mantener la propia esencia de la feminidad alejada y sin mácula, de las mujeres que matan.

No siempre el agresor es masculino, de la misma forma en que la víctima no siempre es femenina

Intimidad y delincuencia

Nuestro hogar es el sitio donde nos sentimos seguros, el lugar donde uno se nutre y recibe cuidados; cuando la violencia ocurre aquí, o en lugares donde la gente acostumbra a ser atendida, esta nos resulta aún más desconcertante.

La atención que se suele prestar a la violencia masculina en las relaciones de pareja es comprensible; los agresores son hombres con mucha mayor frecuencia, y las mujeres más propensas a acabar heridas, o incluso muertas. Sin embargo no siempre el agresor es masculino, de la misma forma en que la víctima no siempre es femenina.

Según el Sondeo Sobre el Crimen en Inglaterra y Gales, en 2014/15, el 27% de las mujeres y el 13% de los hombres habían sufrido algún tipo de violencia doméstica a partir de la edad de 16 años, lo que sumaría unos 4.5 millones de víctimas femeninas y 2.2 millones de víctimas masculinas.

Las mujeres aparecen con mucha frecuencia como agresoras en los crímenes contra personas con discapacidad

Las relaciones entre miembros del mismo sexo no son menos violentas que las heterosexuales. Un estudio de 2013 llevado a cabo en los Centros Estadounidenses de Prevención y Control de Enfermedades, descubrió que el 44% de lesbianas habían sido agredidas físicamente por sus parejas, contra un 35% de las mujeres heterosexuales. Las mujeres bisexuales son aún más propensas a sufrir una agresión.

Las mujeres aparecen con mucha frecuencia como agresoras en los crímenes contra personas con discapacidad. Los últimos datos de la Fiscalía General de la Corona muestran que en casi una cuarta parte de estos crímenes el acusado es mujer, en comparación con el 15% del resto de crímenes de odio. Este patrón se repite en los delitos contra personas mayores, donde más de una quinta parte de los acusados son mujeres (aunque muchos de los delitos denunciados no se pueden considerar violentos).

El tan ansiado papel de madre, clave para la identidad de tantas mujeres, no puede ser pasado por alto, especialmente cuando se distorsiona, por ejemplo, en los casos de abuso sexual. La Dr. Anna Motz, una psicóloga clínica y forense además de psicoterapeuta, explica lo difícil que es mantener ese rol bajo control: «Ahora podemos hablar de la mujer como ente sexual. Todo gracias a la expansión del feminismo», asegura, «si bien en ese aspecto las mujeres también pueden desviarse, y abusar de su papel como madres y cuidadoras. Esto también se ha vuelto más concebible, algo a lo que ahora podemos prestar atención».

Según la ONG para ninos ChildLine, en el Reino Unido, en el 17% de las llamadas los ninos reportan abusos sexuales por parte de mujeres

Las mujeres que se comportan así, asegura, son vistas como algo raro y se las vilipendia en mucha mayor medida que a los hombres. «Esto deja una profunda huella en los terapeutas que trabajan con mujeres que han cometido abusos sexuales», asegura Motz. «Les supone un verdadero esfuerzo, así que no es de extrañar que los ciudadanos de a pie encuentren difícil reconocerlo como posibilidad siquiera».

Las estimaciones, por parte de las organizaciones benéficas que trabajan tanto con agresores como con ninos varían, pero según la ONG para ninos ChildLine, en el Reino Unido, en el 17% de las llamadas los ninos reportan abusos sexuales por parte de mujeres. La Fundacion Lucy Faithfull, que lucha por proteger a jovenes y ninos de los abusos sexuales, estima que las mujeres son responsables de entre el 10 y el 20% de todos los delitos sexuales contra ninos. Y las estadísticas oficiales dicen que el 1 % de todos los delitos sexuales son cometidos por mujeres. Esta diferencia podría explicarse, en parte, porque no siempre los ninos que dicen haber sido víctimas de abusos por parte de mujeres son tomados en serio.

En el Reino Unido, en 2014/15 (al igual que durante otros años), el grupo de edad que sufrió la tasa más alta de homicidios fue la de los menores de 1 año; fueron el 5% de las víctimas de homicidio a pesar de sólo ser el 1% del total de la poblacion. La mayoría de los ninos asesinados mueren a manos de sus padres o padrastros.

Aunque las madres son responsables de una gran parte de los asesinatos de ninos muy pequeños (son más propensas a matar a sus hijos recién nacidos que los padres) una vez nacidos, son los padres quienes tienden a ser los culpables. Las madres también son responsables de casi todos los casos (si bien son raros) de Síndrome de Munchausen, también conocido como enfermedad inducida o fabricada.

La psicoterapeuta Stella Welldon, autora de "Madre, virgen, puta" sobre la violencia femenina
La psicoterapeuta Stella Welldon, autora de «Madre, virgen, puta» sobre la violencia femenina

La idealización de la maternidad

La doctora Stella Welldon ha estudiado a fondo la relación entre madres e hijos. Esta relación puede, en su peor faceta, volverse ‘perversa’ y dañar a los ninos, a veces de forma irremediable. La violencia de las mujeres, escribe, suele estar dirigida hacia sus propios cuerpos o hacia sus creaciones: los hijos.

«Mis descubrimientos tienen que ver con el movimiento circular interno de la perversión. Cuando algo se repite una y otra vez obtienes un nuevo marco teórico,» explica. El libro de Welldon, «Madre, virgen, puta» llegó a prohibirse en una librería feminista legendaria, en el norte de Londres. Y todavía hoy es vista por algunas feministas como una traidora a la causa. «Me adentré en territorio inexplorado y muchos no son capaces de perdonármelo», dice Welldon. Se mantuvo firme porque sabía que sus conclusiones salían directamente de una observación clínica que ella no podía ignorar.

«Comencé a escuchar y a pensar: ¿de qué están hablando?» Odian a sus hijos…»Lo importante es pensar y no juzgar». Las investigaciones de Welldon han transformado la práctica clínica. Su trabajo en la Clínica Portman de Londres fue pionero en el tratamiento de mujeres violentas, haciendo un uso intensivo del psicoanálisis y las terapias de grupo.

La psicóloga y psicoterapeuta Anna Motz piensa que la idealización de la maternidad y la negación de la capacidad femenina para la violencia pueden resultar una mezcla explosiva, especialmente para las madres que han sufrido abusos en algún momento de sus vidas.

«A las mujeres se les obliga a adoptar el rol de cuidadoras», afirma Motz, «y pueden llegar a sentir envidia de aquellos a quienes cuidan, criaturas vulnerables todas ellas». En el caso de que ellas mismas hayan sufrido malos tratos o abandono, explica, pueden sentir la tentación de recrear esa violencia con esa criatura vulnerable, o cualquier otra que encaje en ese lugar de su imaginación: «Se trataría de un retorcido ejercicio de venganza en contra de su propio maltratador», en su cabeza, al menos.

Normalmente, las mujeres que matan o abusan de sus propios hijos están tratando de aniquilar una parte que aborrecen de sí mismas; y su bebé, tal y como ellas lo sienten, es una parte de sí mismas. En un perturbador trabajo reciente, Motz se ha adentrado en el mundo de lo que ella llama ‘parejas tóxicas’, aquellas donde dos personas heridas crean su propia familia para herirla a su vez. Las manifestaciones más conocidas se dan en parejas de asesinos en serie como los West.

Un hombre que acaba con la vida de sus hijos, incluso en el caso de tratarse de un enfermo mental, rara vez es tratado con una simpatía similar

Contemplamos con horror a las mujeres que cometen asesinatos dentro del ámbito doméstico, a todas menos a las que sufren algún trastorno mental, a las que vemos rebelarse en contra de la violencia doméstica o a las que matan a sus propios hijos «por compasión».

Para algunas mujeres esto podría significar un trato judicial más comprensivo aun a costa de reconocer que no son ‘responsables’ y dejar a los afectados sin posibilidad de ver cómo se hace justicia. Un hombre que acaba con la vida de sus hijos, incluso en el caso de tratarse de un enfermo mental, rara vez es tratado con una simpatía similar.

¿Hasta qué punto esta propensión nuestra a excusar ciertos tipos de violencia femenina ha permitido que ciertas mujeres se salgan, literalmente, con la suya? En un artículo de investigación histórica, la pareja de criminólogos formada por la doctora Elizabeth Yardley y el catedrático David Wilson analizaron el caso de Mary Ann Cotton, responsable de dar muerte a un montón de miembros de su familia – según algunas fuentes pudieron ser hasta 21.

Mary Ann Cotton, una 'viuda negra' que asesinó a varios de sus maridos y sus hijos.
Mary Ann Cotton, una ‘viuda negra’ que asesinó a varios de sus maridos y sus hijos.

Yardley, que llama «homicidas hogareños» a estos asesinos de círculo íntimo, cuenta cómo «Cotton se pasaba la vida recreando expresiones de vida familiar para luego poder borrarlas. Esto nos remite a las expectativas que albergamos sobre las mujeres, de que cuiden y provean. En gran medida esto no ha cambiado. Hasta hace muy poco ni siquiera éramos capaces de reconocer, por ejemplo, que pudieran existir las asesinas en serie. El FBI todavía acostumbra a tomar a las mujeres asesinas por compinches reacias.»

Cotton, sin ir más lejos, mataba en solitario y aparentemente por dinero. Los estudios sugieren, según Yardley, que alrededor del 15% de los asesinos en serie son mujeres – una representación baja, pero no inexistente. En Inglaterra y Gales, los datos más recientes reportaron que un 9% de los sospechosos de homicidio, entre 2014/15, fueron mujeres, y que en el 19% del total de incidentes violentos registrados el agresor era mujer.

Móvil y oportunidad van de la mano en el hogar y demás espacios de intimidad. Ya a finales del siglo XIX hubo quejas por la llamada agricultura de bebés. En Gran Bretaña «alcanzaba niveles epidémicos y no se hacía lo suficiente para ponerle freno».

Está el caso de Amelia Dyer, por ejemplo, que acogía bebés ilegítimos en adopción temporal o permanente a cambio de dinero – pero encontraba mucho más sencillo deshacerse de ellos en un río. Fue apresada en 1896 después de que un barquero pescara el cuerpo de una niña pequeña. Dyer fue ahorcada por asesinato tras una carrera de 30 años, durante la cual habría matado a unos 300 o 400 ninos.

Amelia Dyer acogía bebés por dinero y luego se deshacía de ellos en un río /Wikimedia
Amelia Dyer acogía bebés por dinero y luego se deshacía de ellos en un río /Wikimedia

Existen espacios ajenos al entorno doméstico, como los centros de atención primaria, donde los vulnerables reciben también cuidados. Las mujeres con tendencias violentas pueden acudir a ellos en busca de oportunidad. Yardley y Wilson también han colaborado en la investigación del fenómeno de los «asesinos en serie del sistema sanitario» (HSKs, de sus siglas en inglés; Health Serial Killers). El  caso más célebre es el de la enfermera británica Beverley Allitt.

Estos criminólogos descubrieron que existe un creciente caudal de pruebas que sugiere que los HSKs tienden a escoger a los más indefensos (ancianos o jovenes), que su género es más o menos indiferente (con un número ligeramente superior de mujeres agresoras), y que la mayoría no tiene en cuenta dicho género a la hora de escoger a sus víctimas. Un 63% del total tiene antecedentes de inestabilidad mental o depresión.

«Los científicos sociales hemos estado muy lentos a la hora de prestar atención a las mujeres criminales», confiesa Yardley. «Todavía nos cuesta entender que existan mujeres que cometan crímenes violentos como el asesinato o la agresión». La ubicación donde estas mujeres cometen sus delitos también le resulta particularmente interesante. «Nos devuelve una y otra vez al tema del género. Las mujeres tienden a centrarse en las personas que dependen de sus cuidados. Se sirven del estereotipo para acceder a sus víctimas, haciendo uso del tradicional rol de su género».

Myra Hindley asesinó a cinco ninos en los años 60 en Gran Bretaña
Myra Hindley colaboró en el asesinato de cinco ninos en los años 60 en Gran Bretaña

Hacia el olvido

Myra Hindley es, muy posiblemente, la mujer más demonizada del Reino Unido. Responsable de la mitad de los «asesinatos del páramo», cometidos junto a Ian Brady. Hindley mató a cinco ninos en el norte de Inglaterra entre julio de 1963 y octubre de 1965. De joven, la abogada Helena Kennedy QC, trabajó en la defensa de Myra Hindley en un juicio por intento fallido de fuga.

Kennedy escribió un libro, «La trampa de Eva», sobre las injusticias que sufren las mujeres a manos del sistema judicial. A pesar de ser un texto fundamental sobre la relación de las mujeres con la violencia, ella no se engaña al respecto. «La Myra que yo conocí no era la Myra que había sido, aquella joven analfabeta, enganchada a un tipo carismático que la tenía sexualmente sometida y que ardía por satisfacer cada una de sus necesidades», cuenta.

«Pero, ¿acaso puede uno evadirse de su propia responsabilidad moral? No. Quizás no matase materialmente a ningún nino, pero lo hizo posible; los ninos podrían no haber querido subirse al coche de un hombre desconocido. La presencia de una mujer puede cambiar la percepción de una situación, puede hacerla parecer segura».

Kennedy está convencida de que la cadena perpetua fue adecuada en el caso de Hindley, ya que en Gran Bretaña no existe la pena de muerte, aunque intenta ver el veredicto en un contexto más amplio. «A las mujeres se les perdona menos», asegura. «Existe un doble rasero: el sistema de justicia penal y el ‘otro’ conjunto de normas». Ese otro conjunto, explica, abarca el sentimiento de que has hecho algo que va en contra de las normas de la feminidad.

«Esperamos de la mujer que sea mejor que el hombre. Eso de lo que nunca se habla, que nos sorprende tanto más cuando es una mujer la que hace cosas terribles. Yo misma lo siento así», confiesa. Kennedy se extiende, en su análisis, a la hora explicar el enorme odio que inspiran las mujeres que se atreven a romper con el tabú – o incluso la gente de su entorno, por muy inocentes que sean.

David Smith estaba casado con Maureen, la hermana de Myra Hindley, cuando el 6 de octubre de 1965 fue testigo del brutal asesinato de Edward Evans a manos de Brady y Hindley. Fue gracias a su denuncia que las autoridades pudieron ponerle fin a la masacre. Su posterior testimonio, como principal testigo de cargo, fue decisivo para la condena.

A pesar de ello, Maureen y él no sólo sufrieron el ostracismo de la comunidad, sino que llegaron a ser agredidos físicamente durante los años posteriores. En su propio relato del día, en 1966, en que Maureen, entonces visiblemente embarazada, y él abandonan su piso para servir de testigos en el juicio, cuenta: «La multitud grita enfervorecida… sé por experiencia que la mayoría son mujeres y que muchas se habrán traído a sus hijos… nos llevan a empellones hasta el coche; cuando las puertas se cierran de un portazo se desata una ensordecedora sinfonía de odio, de puños golpeando las ventanas».

Resulta difícil perdonar a las mujeres violentas, condenadas por su doble ofensa: una vez por sus crímenes, otra por infringir normas elementales no escritas. Pero existen personas extraordinarias que son capaces de hacerlo. Por imposible que parezca, Marian Partington es capaz de hablar con empatía de Rosemary West, la torturadora y asesina de su hermana. Su odisea ha contribuido también a que la familia de los agresores pueda pasar página. Douglas, el hermano de Fred, se puso en contacto con ella, como también hizo Anne Marie Davis, la gravemente maltratada hija de West.

Hemos de buscar la forma de ver la violencia femenina sin tapujos, y con una mayor empatía. Tenemos que abordarla de frente, por difícil que resulte, en lugar de desviar la mirada

Perdonar a Rosemary no fue tarea fácil. Marian tuvo que esforzarse para «humanizarla, en lugar de demonizarla». El bucle de la violencia al que hace referencia la psicóloga Anna Motz era evidente para Marian. «Cuando supe de los graves abusos sexuales que Rosemary West había sufrido a manos de su padre y hermano, y que había sido secuestrada de una parada de autobús a la edad de 16 años… lo puedo entender.» No lo excusa, intenta ponerse en el lugar de alguien que crece en ese ambiente. «¿Hubo algo de amor? ¿No hubo más que miedo? ¿Se puede aprender a amar sin recibir amor?»

¿Demuestra el trabajo de gente como Marian que la redención de las mujeres violentas es posible? Anna Motz así lo cree. Ella también habla de perdonar a las delincuentes con las que ha trabajado, pero no sin añadir un matiz de cautela. «Es difícil para mí albergar esperanzas para los asesinos. Es difícil que alguien así pueda volver a confiar en sí mismo».

Fred y Rosemary West convirtieron su hogar en la casa de los horrorres
Fred y Rosemary West convirtieron su hogar en la casa de los horrorres

Como también les cobra un peaje personal a sus terapeutas. Tras 25 años en el ramo, Motz ha tomado la difícil decisión de dejar la psicoterapia y dedicarse a la consultoría y formación en temas relacionados con la delincuencia femenina.

El periplo de Marian Partington hacia el perdón comenzó el 16 de febrero de 1995, al envolver los huesos de su hermana en la morgue. Alzó el cráneo de Lucy y lo besó en la frente. Lo envolvió en la suave manta marrón de Lucy y colocó una ramita de brezo encima. Una vieja amiga, Beryl, colocó a Chocka y al conejito Tuerto, los juguetes de infancia de Lucy, uno a cada lado del cráneo, junto a un ramo de prímulas. Marian colocó entonces un huevo de Pascua pintado en medio de su hueso pélvico.

Hemos de buscar la forma de ver la violencia femenina sin tapujos, y con una mayor empatía. Tenemos que abordarla de frente, por difícil que resulte, en lugar de desviar la mirada y utilizar los prismas del arte, la literatura o los medios para distorsionarla. Esto implica hacer cosas difíciles, y entablar conversaciones con las mujeres que han cometido actos violentos.

«Para mí fue muy importante reconocer que la belleza tiene un lugar en el mundo, a pesar de la atrocidad y del horror», dice Marian cuando cuenta cómo fue enterrar finalmente los huesos de Lucy. «Lo que no somos capaces de afrontar se lo dejamos en herencia a la siguiente generación».

 

Comentarios

Comentarios