Si una asociación quiere recibir este año alguna de las generosas ayudas que reparte el Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades, dependiente del Ministerio de Igualdad que le cayó en la tómbola a Irene Montero, y, cuyo valor total asciende a 1,5 millones de euros, tendrá que acreditar que las mujeres representan, al menos, el 65% de su plantilla.
Olvídense de la igualdad ante la ley, esa a la que obliga la Constitución, tan poco 2020. Eso era antes, hace ya mucho. Ni los miembros del Tribunal Constitucional, esos magistrados que llevan una década sin decidirse sobre la Ley del Aborto pero que tardaron 48 horas en decretar que a Franco se le podía exhumar sin problemas, se acuerdan ya de tan pintoresco anacronismo.
Pero no se alarmen, fundaciones machirulas, que aquí están las leyes de género para que todo esto quede en agua de borrajas y tengan ustedes su paguita pública, faltaría más.
Lo descubrí en una reunión urgente de la Sociedad Nacional para el Fomento de la Numismática con Perspectiva de Género (SNFNPG), a la que llevo la comunicación.
Tal como están las cosas, cuando Víctor, el jefe, convocó la reunión urgente, todos nos temimos lo peor, tal como están las cosas con la crisis del Covid, así que ahí estábamos los siete de plantilla antes incluso de la hora fijada. El último en llegar fue Víctor con su mujer, Elena, la presidente.
Víctor fue directo al grano: la sociedad estaba en las últimas. Si no había cerrado todavía era porque esperaba como el maná una subvención del Instituto de la Mujer, que para algo había cambiado él el nombre a la asociación original. Pero, con las nuevas condiciones, no había nada que hacer: éramos en plantilla tres mujeres y cuatro varones. No cumplíamos el requisito.
Tranquilicé a Pedro, ni siquiera tendría que afeitarse su magnífica barba de prócer decimonónico. Si hay mujeres con pene, con más razón podrá haber mujeres con barba, ¿no?
Lo único que se le ocurría era despedir a tres de los varones y recontratarlos como autónomos, es decir, fuera de plantilla. Pero ni para el despido había dinero, así que tendría que hacer un ERE o cerrar directamente la sociedad. Fue entonces cuando hablé:
– No es necesario, jefe. Basta que Mariano, Manolo y Pedro se cambien de sexo.
Hubo un pequeño revuelo, risas, incluso algún gruñido de quien no pensaba que aquel fuera momento para bromas. Tuve que insistir en que estaba hablando completamente en serio. No tendrían que hacer otra cosa que ir al registro y pedir el cambio.
Y empecé a responder a la indignada catarata de objeciones. No, no tendrían que someterse a ningún tratamiento hormonal, mucho menos a una operación quirúrgica. Ni siquiera necesitarían el certificado de un psiquiatra, psicólogo o experto de cualquier tipo: gracias a nuestras avanzadísimas leyes, bastaba con su declaración. ¿Quién tenía nada que decir si ellos ‘sabían’ que eran mujeres?
No, tampoco tendrían que maquillarse ni ponerse faldas. La idea misma era terriblemente machista: ¿es que el maquillaje hace a la mujer, machirulo? No, tranquilicé a Pedro, ni siquiera tendría que afeitarse su magnífica barba de prócer decimonónico. Si hay mujeres con pene, con más razón podrá haber mujeres con barba, ¿no?
¡Claro que no tendrían que dejar a sus novias y mujeres! ¿Es que llevaban tanto tiempo entre monedas polvorientas que no se habían enterado de que hace años que disfrutamos del matrimonio de personas del mismo sexo?
De hecho, no tenéis que cambiar vuestras vidas en el mínimo detalle, les animé. Todo puede seguir exactamente igual, podéis hasta olvidaros del asunto salvo cuando rellenéis formularios oficiales. Incluso podéis conservar vuestros nombres. ¿Tiene prohibido una mujer llamarse Mariano? Si había una modelo brasileña que se llamaba Carlos, ¿quién dice que una hermana en lucha no puede responder al nombre de Manolo o Pedro? ¿Dónde está escrito?
Por lo demás, tendréis otras ventajas. Si una mujer os acusa de maltrato, por ejemplo, no os detendrán automáticamente ni presumirán de oficio vuestra culpabilidad. Y con la camarada Irene al frente de ese bendito ministerio, concluí, podéis apostar a que las ventajas de ser legalmente mujer no harán más que aumentar.
Que me perdone doña Lidia Falcón, pero la necesidad es la primera ley.
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