Las declaraciones de la directora del Instituto de la Mujer no son más que una pequeña muestra de un ambiente cultural que avanza imparable desde hace mucho tiempo. Un ambiente cultural global sostenido e impulsado por los grandes centros de poder, y que cada vez toma más la forma de un pensamiento único.
Se trata de un cambio de paradigma antropológico, que busca superar radicalmente el modelo hasta ahora considerado “natural”, y que ha sido rebajado a la categoría de “cultural”.
Se propugna una interpretación de la heterosexualidad como un ancestral “constructo” cuya finalidad oculta es mantener el status quo de un modelo patriarcal de sociedad. Es una particular aplicación a la sexualidad de la clásica crítica marxista de las ideologías. Esto significaría que la sexualidad, tal como se concibe en la antropología cristiana, y por tanto en la cultura judeo-cristiana occidental, no es más que la coartada para justificar un supuesto estado de opresión y represión machista.
La forma para combatir esta ancestral dominación masculina sería introducir nuevas formas de relación sexual que desborde las determinaciones morfológicas del cuerpo humano en aras de una equiparación completa de lo masculino y lo femenino, y superar la “diferencia” en la que se basa la sexualidad de la antropología tradicional. Todo este constructo teórico y racionalista -en el sentido cartesiano de la palabra, de espaldas a la experiencia- estaría muy bien si aplicándose aumentara el nivel de felicidad de las personas. Pero parece que no es así, más bien al contrario.
Una vez más, las ideologías dejarán al hombre huérfano, sin respuestas y con el triste sentimiento de haberse sentido engañado
Cada vez es más evidente que mirar al otro con sospecha, mirar al varón como un potencial violador y a la mujer como una potencial amenaza, lejos de favorecer un mundo menos injusto, promueve una sociedad individualista y onanista, alérgica a los vínculos que cualquier ser humano necesita para ser feliz. No puede ser un error que haya hombres y mujeres. Habrá que corregir las equivocaciones que hayan mermado la dignidad del ser humano, y en especial de la mujer. Pero no eliminar la diferencia que constituye la base del encuentro amoroso que desea todo corazón.
No se trata de enfrentar un modelo al otro en términos teóricos, algo estéril en una cultura donde ya nadie escucha al contrincante político ni se lo toma en serio -de hecho, el parlamentarismo ha muerto en aras de la aritmética de votos-.
Se trata de atender al menos a la propia experiencia, de escuchar nuestros verdaderos deseos, a menudo sepultados por el detritus del actual ultracapitalismo radical-burgés que nos devuelve una imagen fake de nuestra propia identidad. Hay que partir de los hechos, no de Twiter o Instagram. Somos como somos. Pero efectivamente estoy en mi derecho de vivir de espaldas a lo que soy, y en ese caso tendré que valorar las consecuencias en términos de felicidad verdadera, y sacar conclusiones.
La única condición es ser leal a la experiencia. Y hoy hay que ser muy libre y valiente para hacer eso. El pensamiento único no quiere disidencias. Las modas pasarán, como han caído todos los grandes imperios de la historia. Pero el hombre y la mujer seguirán ahí, como hombre y como mujer, mendigos de amor, necesitados de un otro que salga a tu encuentro con los brazos abiertos. Una vez más, las ideologías dejarán al hombre huérfano, sin respuestas y con el triste sentimiento de haberse sentido engañado.
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