
Lo ha descrito mi estimada Candela Sande muchas veces, pero hay que reiterarlo. El pensamiento progre, la ideología de género, el feminismo, el discurso del imperio LGTBI, digamos, «lo de la diversidad», tiene un grave problema: es insatisfactorio por su propia naturaleza y, por tanto, es autodestructivo.
No es Saturno quien devora a sus hijos, sino los hijos quienes devoran a Saturno y a éstos, sus nietos, en una espiral liberticida que va de lo gay a lo trans; de lo trans a lo queer; de lo queer a lo woke y así hasta el infinito. Lo que antes era feminismo rompedor y vanguardista (véase los casos de Lidia Falcón o Lucía Etxebarría) hoy es caspa despreciable terf, que es algo así como feminista radical trans-excluyente (sic) por sus siglas en inglés.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLa última prueba de la locura («privación del juicio o del uso de la razón», según la Real Academia Española) apartada de casi cualquier contacto con la realidad se da en la vertiente cromática del asunto.
El movimiento que se identifica por la bandera multicolor (no confundir con el arcoíris, símbolo bíblico de la alianza de Dios con el seer humano) reparte sentencias sumarias o absoluciones plenarias a conveniencia y capricho. Ya saben, lo importante es lo que se siente, no la realidad, la naturaleza, el bien y la belleza.
Así ha sucedido con Harry Shearer, el autor de la voz en inglés del personaje de ficción de Los Simpson Dr.Hibbert, que ha sido relevado de esta tarea después de 30 años. Ni Shearer lo estaba haciendo mal, a tenor de la antigüedad acumulada en la tarea, ni se ha enfrentado a Matt Groening, creador de la serie.
Simplemente, es blanco. Y el personaje del Dr. Hibbert, negro. Lo que no ha sido un problema durante 30 años, ahora es señalado por «lesa diversidad».
El sentido común ayuda a entender que en siglo XVI, a una noble, para más señas, inglesa, los rayos de sol no le tocaban la piel ni por casualidad. ¿Una actriz negra para interpretarla?
Shearer tiene la suerte de que es también quien pone voz a un buen número de personajes de la serie como el archimillonario Montgomery Burns, el taimado pelota Waylon Smithers, el «vecinito» Ned Flanders, el reverendo Lovejoy o el omnipresente conductor televisivo Kent Brockman al que ustedes probablemente recordarán, ya saben.
Semejante decisión no responde, hemos dicho, a un calentón de los productores, sino a la determinación consciente de avanzar en «medidas relacionadas con la diversidad». Caso aparte es el de Hank Azaria, otro veterano del equipo de Los Simpson quien renunció a dar voz al tendero de origen indio Apu Nahasapeemapetilon tras una campaña que denunciaba el uso de estereotipos «racistas» para la construcción del personaje.
Oigan, pero ni una palabra de que este lío de colores se produzca, precisamente, en el ámbito de una serie en el que sus principales protagonistas son amarillos como las mimosas en febrero.
Voluntarios o involuntarios, estos coloridos movimientos censores que responden con docilidad a la imposición de los dogmas de lo políticamente correcto son recogidos con alborozo por los medios vasallos de la nueva religión, tan laicista como inhumana de nuestro tiempo.
Al tiempo, lejos de causar estupor, se aplaude hasta enrojecer las palmas de las manos que una actriz negra interprete nada menos que a Ana Bolena, desdichada esposa de Enrique VIII de Inglaterra que acabó sus días asesinada, en un crimen machista atroz, que tenía como fin la obtención de un hijo varón de Jane Seymour. Enrique VII perdió la cabeza, a la Bolena se la arrancaron, pero esta es otra historia.
Como atestiguan los retratos, Ana Bolena no era campeona mundial de melanina y el sentido común ayuda a entender que en siglo XVI, a una noble, para más señas, inglesa, los rayos de sol no le tocaban la piel ni por casualidad. ¿Una actriz negra para interpretarla?
En nombre de la diversidad, como en el de tanto otros dogmas de la ideología de género, se cometen auténticos disparates cada día. Estos que les traemos hoy, son sólo los últimos y seguramente no de los más perniciosos, salvo por su influencia en el sustrato cultural de Occidente, que por este sendero se va al guano.
Salvo por una cosa. La verdad siempre triunfa, la realidad se impone. Antes o después, volverán las aguas a su cauce. Pero no sabemos ni cuántas vidas quedarán arruinadas por el camino, ni si quedará rastro de Occidente.