Las buenas intenciones están condenando al fracaso a la Generación Z -los nacidos entre 1994 y 2010-. Son los niños criados entre algodones, que manejan tabletas antes de aprender el a-e-i-o-u, blindados ante la cruda realidad, y amamantados por la sobreprotección.
Es una de las tesis que desarrolla el psicólogo Jonathan Haidt en el ensayo La transformación de la mente moderna (Editorial Deusto), coescrito con el jurista Greg Lukianoff. Se refiere a EEUU, pero se podría aplicar a España, donde proliferan cada vez más los llamados “padres helicóptero” que sobrevuelan constantemente sobre sus hijos para librarlos de las magulladuras de la vida.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEl autor ha estado en España presentando el libro, y advirtiendo que evitar los traumas a los hijos “les causa un daño irreparable”, porque les incapacita para enfrentarse al mundo real.
Alguien puede pensar: menuda perogrullada, para eso no hacía falta un ensayo, ni que venga un profesor de la Universidad de Nueva York a leernos la cartilla.
El problema es que en las últimas décadas han surgido dos fenómenos inéditos que el libro analiza: el sentimentalismo tóxico y los smartphones. Explosivo cóctel. El primero lleva a primar a la emoción por encima de la razón. El emotivismo impregna el proceso educativo del niño, e incluso el mundo adulto: desde la televisión hasta el debate político.
Y los smartphones y las redes sociales ha generado una burbuja que aísla a niños y adolescentes. Hacia el año 2000, los pequeños jugaban con sus amigos después de la jornada escolar, a partir del 2010 se encierran en sus cuartos con sus móviles. Explica Haidt que los niños necesitan jugar por su cuenta “para acabar el intrincado proceso de desarrollo neuronal de un ser humano”. Si se cambia el juego real por el autismo digital, crecen con raquitismo afectivo., y suelen ser menos competentes, física y socialmente, cuando llegan a la edad adulta. “Se vuelven menos tolerantes al riesgo y más vulnerables a los trastornos ansiosos”. Ni siquiera su capacidad intelectual es igual que la de alguien libre de la adicción a las redes sociales.
Haidt: «Antes de equivocarse una vez online, es importante que se equivoquen miles de veces en la vida real»
El psicólogo se pone muy radical, cuando en una entrevista le piden un consejo: «Que sus hijos no tengan redes hasta los 16 años». Y razona: «Antes de equivocarse una vez online, es importante que se equivoquen miles de veces en la vida real».
El estar en guardia ante la vida genera ansiedad, depresión e incluso suicidios entre los adolescentes. Y cuando llegan a la Universidad se vuelven unos quisquillosos, que se ofenden por todo. Lo peor es que esa mentalidad sobreprotectora ha calado en la propia universidad, como detallan Haidt y Lukianoff, y lo políticamente correcto se ha impuesto en las aulas, lo que supone una amenaza para la libertad de expresión e incluso para la libertad de cátedra.
El debate de ideas, la discrepancia están siendo desterradas en muchas universidades norteamericanas. «El concepto de que una universidad debe proteger a sus alumnos de las ideas que les ofenden es un insulto al legado de Sócrates«, afirma Haidt. «Él se veía como un provocador. Su trabajo era cuestionar, indagar… No por molestar, sino para asegurarse de que los atenienses se acercaran cada vez más a la verdad».
Con esa sobreprotección, lo único que consiguen padres y profesores es agrandar automáticamente el miedo ante la vida. Y alumbrar legiones de fantasmas en la cabecita del adolescente.
De forma irónica lo explicaba Winston Churchill: “Me he pasado más de la mitad de mi vida preocupándome por cosas que jamás ocurrieron”. Y eso que el personaje creció de guerra en guerra (Sudán, Cuba, la de los boers), se curtió en las derrotas (como la de los Dardanelos, en la I Guerra Mundial) y, ya en la vejez, se las vió con Hitler cuando la Luftwaffe machacaba a Inglaterra, a bombardeo limpio.
El dolor representado suele ser peor que el dolor real. “Los peores sufrimientos del hombre son los que se temen”
El dolor representado suele ser peor que el dolor real. “Los peores sufrimientos del hombre son los que se temen”. Lo dice alguien que había mirado de frente el horror: Etty Hillesum, joven judía holandesa muerta en Auschwitz, en 1943, y que narró sus vivencias interiores en unos Diarios, tan conmovedores como los de Ana Frank (pero aún más profundos).
Gente curtida -Churchill o Hillesum-, como nuestros abuelos que vivieron la Guerra Civil, y luego las cartillas de racionamiento. Cuando no había televisión, ni móviles, ni contemplaciones, y se saltaba directamente de la niñez a la edad adulta sin pasar casi por el sarampión de la adolescencia.
Jonathan Haidt lo ilustra con una frase del filósofo musulmán Ibn Jaldún (siglo XIV): «Los malos tiempos crean hombres fuertes. Los hombres fuertes crean buenos tiempos. Los buenos tiempos crean hombres débiles. Y los hombres débiles crean malos tiempos». Los nuestros.