Los amantes del teatro están de enhorabuena, porque la temporada empieza fuerte este año, con el estreno en Barcelona, esta misma semana, del vodevil «Viva la República Catalana», con un elenco de primera fila, en el que destacan actores consagrados como Artur Mas, Carme Forcadell, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.
De aquí al 20 de diciembre, día de las elecciones generales, tendremos la oportunidad de asistir a una sucesión de escenificaciones, destinadas a cumplir un doble objetivo:
Los mismos que ahora fingirán, durante unas semanas, que son enemigos irreconciliables.
De un lado, tensionar y polarizar a los electores para que acudan a votar a los de siempre: a los del 3% catalán, a los de los EREs andaluces o a los de la Púnica madrileña. Los mismos que llevan repartiéndose el pastel durante décadas, para entendernos. Los mismos que ahora fingirán, durante unas semanas, que son enemigos irreconciliables.
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Suscríbete ahoraDe otro lado, lo que se pretende es llevar hasta el límite el desafío separatista, creando como pirómanos un incendio territorial, para poder luego apagarlo con una reforma constitucional, vestidos de bombero. Básicamente, es el mismo mensaje que tanto tiempo llevan intentando vendernos, y que ahora intentarán colarnos por fin: «O aprobamos esta reforma constitucional (que, casualmente, blinda el estado autonómico en el sentido que nosotros los políticos queremos), o España se rompe«.
El gobierno de España tampoco va a defender nuestros intereses ni en Gibraltar, ni en Marruecos.
El primer acto del vodevil se iniciaba con el discurso de Carme Forcadell en el Parlamento de Cataluña, que constituía toda una apelación a la desobediencia al Estado y a la proclamación ilegal de la independencia. ¿Efectos jurídicos del discurso? Ninguno. Simple teatro. Un brindis al sol. Aunque eso no quiere decir que el discurso no sea pernicioso: el efecto en la imagen exterior de España es demoledor. ¿Qué creen ustedes que piensan nuestros vecinos cuando ven que el gobierno español se muestra incapaz de responder incluso a los desafíos que se le plantean en su propio territorio? Marruecos o Gibraltar pueden constatar, viendo que los intereses de España no se defienden ni en Barcelona, que el gobierno de España tampoco va a defender nuestros intereses ni en Gibraltar, ni en Marruecos.
Al discurso de Carme Forcadell ha respondido Rajoy reuniéndose con Pedro Sánchez para acordar… que harán frente conjuntamente al desafío. O sea, nada entre dos platos. Una simple declaración de intenciones, carente también de cualquier efecto jurídico. Tan solo puro teatro.
En realidad, basta con echar la vista atrás y contemplar qué ha hecho cada uno de los actores, para constatar cómo todo es una escenificación:
Puestos a desobedecer, Artur Mas podía haber declarado una independencia unilateral en 2012, cuando los partidos separatistas sumaban 76 escaños y un 50,03% de votos. Pero en lugar de hacerlo, convocó elecciones. Podía haber desobedecido de nuevo este mismo año, cuando los separatistas sumaban 74 escaños y un 53,02% de votos. Pero en lugar de proclamar la República Catalana, volvió a convocar elecciones. Y ahora pretenden hacernos creer que declararán con 72 escaños y un 47,74% de votos esa independencia que no declararon cuando los números les eran más favorables.
Rajoy podía haber recurrido a la Fiscalía al primer incumplimiento de una sentencia.
En el otro extremo del ring, Mariano Rajoy podía haber parado el desvarío separatista en cualquier momento a lo largo de estos cuatro años de mayoría absoluta. Podía, por ejemplo, haber aplicado el Artículo 155 de la Constitución y haber asumido competencias autonómicas, en vista de la reiterada desobediencia del ejecutivo catalán a las leyes españolas y las sentencias judiciales. Podía también, simplemente, haber cortado el grifo de la financiación, usando la ley de estabilidad presupuestaria aprobada por el propio gobierno del PP: asumiendo directamente los pagos, el gobierno de Rajoy podría haber seguido pagando hospitales, escuelas, funcionarios y farmacias, pero haber cortado las aportaciones a embajadas autonómicas, ejércitos de normalización lingüística o medios de propaganda separatista. Incluso si no le gustaba usar el artículo 155, ni emplear la coacción económica, Rajoy podía haber recurrido a la Fiscalía al primer incumplimiento de una sentencia. Había, en fin, muchas formas de parar todo este desvarío. Pero Rajoy no sólo no lo ha parado, sino que lo ha estado financiando generosamente. Y ahora pretende que creamos que va a parar, en las últimas semanas de legislatura, un proceso separatista que en cuatro años no ha querido detener y que ha financiado con entusiasmo.
Lo dicho: de aquí al 20 de diciembre iremos viendo cómo la tensión va en aumento, con escenificaciones tremendamente wagnerianas por uno y otro lado, pero sin ninguna virtualidad jurídica. Es todo simple teatro. Teatro de baratillo, para animar la campaña y para manipular a la opinión pública con el fin de que acepte la reforma constitucional que la casta política quiere: una reforma que blinde las comunidades autónomas, porque no en vano son el chollo del que todos ellos (todos esos que ahora simulan enfrentarse) viven estupendamente.