Una vez que se produjo el Encuentro de dos Mundos, consecuencia inevitable fue que se uniesen españoles e indígenas fundiéndose para dar origen a la gran nación mestiza que es Hispanoamérica.
Esta fusión de razas fue algo propio de los dominios de la Corona Española y que jamás se dio dentro del mundo anglo protestante.
“La mezcla de sangres”, nos dice Borja Cardelús, “se produjo porque, a diferencia de los ingleses que llegaron al Nuevo Mundo con sus mujeres, los españoles viajaban sin ellas, y por más esfuerzos que hizo la Corona para que las esposas se reuniesen con sus maridos, lo cierto es que siempre hubo grandes contingentes de hombres solos, para quienes ayuntarse con las naturales fue una simple necesidad biológica” (La Civilización Hispánica. El Encuentro de Dos Mundos. Página 352)
Esto no es del todo exacto puesto que se inició desde el momento mismo en que, tanto los misioneros como los colonizadores que llegaron a tierras del Nuevo Mundo lo hicieron firmemente convencidos de que para Dios no existen razas inferiores ni superiores por la sencilla razón de que todos somos hijos de un mismo padre.
Esto hizo que el mestizaje se diera con relativa facilidad y fue así como, a los pocos años de que España dominaba gran parte del continente americano, empezaron a predominar elementos mestizos provenientes de la unión de ambas razas.
Una vez que los diferentes virreinatos del imperio español se consolidaron en lo político, jurídico, administrativo y social, preocupación constante de las autoridades -tanto civiles como eclesiásticas- fue que las uniones entre españoles e indios se diesen dentro del Matrimonio.
Como dato interesante diremos que fue el 14 de octubre de 1526 -a los cinco años de la caída de Tenochtitlán- cuando se celebró el primer matrimonio entre indígenas.
Apoyándose tanto en la visión católica (universal) de la existencia según la cual no existen razas superiores ni inferiores, así como en el Magisterio de la Iglesia, cristalizado en la Bula “Sublimis Deus” de Pablo III fue posible que se diera en mestizaje a todo lo largo del Mundo Hispánico.
La fusión de sangres (española e indígena) trajo dos consecuencias para ambos pueblos:
- Entre los emigrantes españoles desapareció el regionalismo puesto que, al llegar al Nuevo Mundo, dejaron de verse como asturianos, andaluces o aragoneses para considerarse únicamente españoles.
- Entre los indígenas desapareció el sentido tribal puesto que, gracias tanto a la Evangelización como al mestizaje, diferentes etnias pasaron a unificarse en lo religioso, en lo lingüístico y en lo cultural.
La realidad es que -pese a quien le pese- todos los pueblos hispánicos (incluidos Guinea y Filipinas) son pueblos mestizos, razón por la cual está fuera de lugar cualquier polémica que pretenda ensalzar lo indígena en detrimento de lo español, así como elogiar lo español menospreciando lo indígena.
Y citamos una anécdota muy significativa.
Fue a fines de 1982 cuando, en un barrio virreinal de la Ciudad de México llamado Coyoacán, se erigió un monumento a Hernán Cortés que no solamente representaba al Conquistador sino también a su amante la Malinche y a Martín, hijo natural de ambos que es considerado símbolo del mestizaje.
Al pie de dicho conjunto escultórico la siguiente frase: “Nuestro origen y vocación mestiza”
Esto provocó la indignación de grupos indigenistas controlados por la Masonería que amenazaron con dinamitar dicho conjunto escultórico.
El fanatismo hispanófobo cegaba a dichos radicales impidiéndoles aquilatar la realidad puesto que, si una bomba hubiera hecho volar a don Hernando, junto con él volarían también los elementos indígena y mestizo que configuran las raíces tanto del México actual como del resto de Hispanoamérica.
El caso es que, para evitar mayores problemas e incluso alguna tragedia personal, el conjunto escultórico fue retirado para ser arrinconado en un jardín desconocido, cuyo acceso es difícil de localizar puesto que tiene una entrada que, por su aspecto, más parece la de una simple casa particular.
Que diferencia con otros países -valga el ejemplo del Perú- en donde la estatua del conquistador Francisco Pizarro luce majestuosa en la Plaza Mayor, justo frente a la catedral de Lima.
En fin, frutos amargos de ese fanatismo indigenista de raíces masónicas que pretende que los pueblos hispánicos renieguen de una de sus dos vertientes, en concreto la que tiene su origen en la España Eterna.
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