Lo que nos faltaba. Una escritora polaca se aprovecha de la tribuna del Nobel para restregarnos en la cara a los españoles, la faena que hicimos descubriendo y conquistando América. Y para contraponer a los codiciosos que iban con Hernán Cortés con los seráficos pueblos de ese paraíso virgen que era la América precolombina.
Nadie niega que hubo codicia entre los españoles que cruzaron el Océano, y que se cometieron crímenes y atrocidades. Pero de ahí a desempolvar el tópico del exterminio de los conquistadores o del carácter edénico de incas y aztecas media un abismo, como puntualiza Iván Vélez.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraHabría que recordar a Olga Tokarczuk y a la legión de oportunistas que se apuntan a la imperiofobia y al indigenismo progre una serie de datos básicos, que deberían saber desde su etapa escolar.
Habría que recordarles, en primer lugar, que el apocalipsis no llegó a América con las tres carabelas. Más bien el apocalipisis terminó, porque muchos pueblos precolombinos vivían en el barbarie y el desprecio por la vida humana. Deberían saber que incas y aztecas, por ejemplo, perpetraban ejecuciones masivas de sus prisioneros. O que los segundos hacían sacrificios humanos, sacando el corazón de sus víctimas con cuchillos de obsidiana. Lo ha reflejado el cine -con la película Apocalypto, de Mel Gibson-; y la literatura, con un relato tan estremecedor como La noche boca arriba, de Julio Cortázar.
La máquina azterca de matar de los indígenas tiene un sesgo totalitario, que sería comparable al del nazismo o el estalinismo
Lo más escalofriante es que esa forma de exterminio requería una organización y un carácter sistemático. Se sabe que eran capaces de liquidar a unas 20.000 personas en cuatro días, en la consagración de templos aztecas. Eso implicaba una burocracia y control exhaustivos para ejecutar a tanto prisionero. En este sentido, la máquina de matar de los indígenas tiene un sesgo totalitario, que sería comparable al del nazismo o el estalinismo.
Debería saber la flamante Nobel que quienes practicaban el canibalismo y el infanticidio no eran los conquistadores, sino los indígenas. Ahí está, para demostrarlo, la torre de cráneos hallada, con las marcas en los restos óseos. En el estanque sagrado de Chichen Itzá (Yucatán) a púberes de 12 años les cortaban los brazos y los tiraban para aplacar a los dioses y conseguir buenas cosechas.
Entérese, estimada Olga: el Descubrimiento salvó vidas. Es cierto que los microbios llegaron en barco a América y españoles -e ingleses, holandeses, portugueses- transmitieron enfermedades que provocaron mortandad entre los indígenas. Pero no es menos cierto que los conquistadores acabaron con ese autoexterminio que eran los sacrificios humanos. Hernán Cortés evitó, por ejemplo, que los aztecas eliminaran a otros pueblos como los totonecas o los chacaltecas, como apunta el historiador Jesús Ángel Rojo. Estos se aliaron a los españoles para combatir contra los aztecas. Y gracias a España se puso freno a aquellas carnicerías.
Debería saber la señora Tokarczuk que Isabel, Fernando, Carlos V, Felipe II y así hasta Carlos IV, jugaron un papel decisivo en esa empresa humanizadora y pacificadora. No consideraban colonias las tierras del Nuevo Mundo, ni esclavos a los indios sino ciudadanos. Todo ello gracias a un decreto firmado por Isabel la Católica en 1500, solo ocho años después del Descubrimiento. Queda para la Historia, negro sobre blanco, lo que la reina determinó sobre los indios en su testamento: «Y no consientan ni den lugar que los indios reciban agravio alguno en sus personas y sus bienes, mas manden que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido, lo remedien».
Habría que recordar a Torkaczuk que el primero que proclamó esa verdad tan repetida -y tan mal entendida- de que los hombres nacen libres e iguales no fue Abraham Lincoln, sino un fraile de Burgos, trescientos años antes, en la España carca y oscura de los Reyes Católicos. Fue el gran defensor de los indios y uno de los padres del Derecho Internacional. Se llamaba Francisco de Vitoria. Filósofo, teólogo, jurista, fundador de la Escuela de Salamanca, este dominico luchó porque se reconociera la dignidad inviolable que como personas tenían los amerindios, siglos antes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Debería distinguir, la señora Tokarczuk entre la América hispana de la América anglosajona. Porque no es lo mismo. La palabra exterminio solo es exacta en el segundo caso, en el de los sioux, los comanches y otros pueblos de los actuales Estados Unidos. Un exterminio consentido y alentado por políticos e intelectuales. En el país vecino del sur, en cambio, sólo el 10% de la población mexicana es blanca, otro 60% es mestiza y un 30% es indígena. Ergo, no es lo mismo.
La América hispana era superior en urbanismo, transportes, comercio o universidades a la anglosajona
Seguimos. Contra lo que propala la leyenda negra -y sus corifeos actuales- la América hispana no estaba más atrasada, ni era menos próspera que la anglosajona. Era superior en urbanismo, transportes, comercio o universidades porque no fue Harvard la primera del Continente: las dos primeras fueron la de San Marcos de Lima y la de Santo Tomás de Aquino de Santo Domingo, casi un siglo antes que Harvard, como ha recordado Elvira Roca en su Imperiofobia.
Y el geógrafo y naturalista Alexander Von Humboldt -luterano por más señas- llega a decir, en fin, que «ninguna ciudad del Nuevo Mundo, sin exceptuar las de los Estados Unidos, posee establecimientos científicos tan grandes y sólidos como los de la capital mexicana», cuando esta todavía era Nueva España.
Ser Premio Nobel no le da a uno derecho a tomar el pelo a la gente. Y no sólo porque el Nobel tiene mucho de galardón politizado e injusto (el de la Paz lo tienen Obama o Yasser Arafat), o arbitrario (¿por qué dieron el de Literatura a Bob Dylan y Dario Fo, y no a Borges, Joseph Conrad o Tolkien?); sino también porque poseer el premio no convierte al necio en sabio, o al farsante en héroe (véase el caso de Al Gore).
Con elementales conocimientos de Historia, la señora Tokarczuk, y los papanatas que se tragan la leyenda negra, deberían saber que el Descubrimiento y la Conquista no fueron ni un genocidio, ni un retroceso para América, sino todo lo contrario. Claro que vete tú a saber la Historia que le enseñaron en el cole a la polaca cuando, siendo ella niña, su país estaba sometido por los soviéticos. Ellos sí que sabían de genocidios y exterminios.