Retirada en 2021 de la estatua dedicada a Francisco Franco en Melilla por sus servicios en la Legión antes de la Guerra Civil. /EFE
Retirada en 2021 de la estatua dedicada a Francisco Franco en Melilla por sus servicios en la Legión antes de la Guerra Civil. /EFE

Cambiar la historia o embellecerla no nos enseña los errores del pasado. Esta es una  de las conclusiones que se extraen al oír y leer a Irene Vallejo, la autora de El infinito en un junco, el bestseller de la temporada, una declaración de amor a los clásicos y a la cultura, que no me cansaré de recomendar. 

La filóloga y escritora desenmascara dos patologías actuales: juzgar el pasado con las gafas del presente; y enarbolar el martillo de herejes para corregir lo que hicieron nuestros bisabuelos. Dos actitudes absurdas, porque si hay algo que ya no se puede cambiar es la historia. Para bien o para mal, ahí está. Lo más práctico -o lo menos necio- es quedarse con lo positivo y aprender de lo negativo, para no repetirlo.

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“Si leemos a Mark Twain pero eliminamos los aspectos racistas de su literatura, falseamos el pasado y ciertas actitudes con las que no estamos de acuerdo pero que necesitamos conocer para evitar volver a incurrir en ellas” ha dicho sabiamente Irene Vallejo. 

Han demostrado sus limitadas luces al confundir churras con merinas, la Guerra Civil con la Guerra del Rif, y el comandante Franco con el Generalísimo Franco 

Las dos patologías (miopía y martillo de herejes) son las que han movido a las autoridades melillenses a retirar la estatua de Franco de la antigua Rusadir. Se habrán creído que están luchando por la libertad y la concordia al borrar del mapa la efigie del dictador. En realidad, se han comportado como los cafres del Califato Islámico destrozando los restos arqueológicos de Irak, o los nazis saqueando las pinturas del Louvre. 

Y encima se han puesto en ridículo. En su obesión por colgarse la medalla de antifascistas, han demostrado sus limitadas luces al confundir churras con merinas, la Guerra Civil con la Guerra del Rif, y el comandante Franco con el Generalísimo Franco. 

Ellos más que nadie, deberían saber que la estatua fue erigida para conmemorar el papel de la Legión -cuyo Tercio Gran Capitán I mandaba el joven comandante Franco- cuando en julio de 1921, acudió en socorro de Melilla, que estaba a punto de caer en manos de los guerreros de Abd El Krim, tras el desastre de Annual.  El problema es que lo saben, ése es el problema. 

Si no hubiera sido por la actuación del Tercio, fundado por Millán Astray, y de los Regulares, la plaza norteafricana hubiera sido engullida por la harca rifeña y muchos paisanos pasados a cuchillo o hechos prisioneros. Y uno de los personajes decisivos en aquella campaña fue Franco, al frente de la I Bandera, que recorrió los 100 kilómetros a pie en 30 horas, para ir en auxilio de Melilla.  Nada que ver, pues, con la Ley de Memoria Histórica.

Pero aunque tuviera que ver, conviene recordar que esa norma carece de fundamento histórico. Carece de rigor tanto en su concepción como en la manera de aplicarla. En su concepción, porque la II República carece de legitimidad para acusar al golpe de Franco de falta de legitimidad

Resulta anacrónico calificar de democracia plena un régimen como el salido de las urnas en abril de 1931. Pese a sus iniciales buenas intenciones, la República española terminó siendo títere de la URSS. Recurrió al crimen (recuérdese el asesinato de Andreu Nin, a manos de agentes soviéticos, con la complicidad del jefe de Gobierno Juan Negrín, a la sazón miembro del PSOE, el mismo partido de Pedro Sánchez).

Y también usó fraudulentamente las urnas para hacerse con el poder. Un libro reciente, 1936; Fraude y violencia (Espasa) de Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa, demuestra que el Frente Popular llegó al Gobierno en febrero de ese año haciendo trampas. ¿Qué legitimidad podía exhibir ante el golpe del 18 de julio un Régimen que ya estaba fuera de la ley?

La Comisión de la Memoria Histórica no se dió por aludida cuando salió a la luz el trabajo de Álvarez Tardío y Villa, evidenciando así que no estaba formada por historiadores sino por comisarios políticos.

Pero también ha carecido de rigor la aplicación de esa ley. Recordemos que la alcaldesa Carmena se vio obligada a dar marcha atrás tras retirar la placa de ocho seminaristas, entre 18 y 23 años, fusilados a sangre fría en el 36. Y en la lista está Millán Astray -que no participó en el Alzamiento-; o los caídos de la División Azul -que fueron a la URSS a combatir contra el estalinismo-.

El afán por reescribir el pasado es lo que tiene: chapuza, incoherencia… fake-history. Además, la caza de brujas es unilateral y selectiva. ¿Por qué sigue en pie la estatua de Largo Caballero, el Lenin español, el de la Revolución de Asturias? Y, ya puestos, a apear a espadones del callejero, ¿por qué no quitar al general Serrano, que primero colaboró con Espartero, pero luego le derrocó uniéndose a Narváez y posteriormente participó en la Vicalvarada apoyando el retorno de Espartero? ¿Y qué decir de O’Donnell y de Prim?

Y así podríamos remontarnos hasta la Antigüedad: ¿por qué no limpiar España de restos de monumentos romanos, el Imperio que oprimió y exterminó a los primitivos pobladores de Hispania (Numancia)?

¿Se imagina alguien a Macron sacando los restos de Bonaparte de los Inválidos? Porque con las anteojeras buenistas, al generalote le cuadran los apelativos de golpista, dictador, censor y fascista. 

Recordemos: Da un golpe de Estado -el 18 de Brumario (1799)-, que liquida el Directorio de la República, y se hace amo de Francia, al convertirse en cónsul. Y no sólo eso, sino que cuatro años más tarde, tiene la osadía de autoproclamarse emperador.

Después “suprimió todas las libertades públicas, censuró, encarceló, fusiló, torturó, robó, hizo la guerra a todos los pueblos de Europa, restableció la esclavitud en las Antillas, promulgó leyes racistas anti judías… Un dictador solo superado en muertos por Hitler«. Como escribió Roger Caratini, en el libro Napoleón, una impostura. Y Lionel Jospin, ex ministro socialista dice de él que desarrolló «una forma de dominación extrema», un «despotismo» y «un estado policial»…

Es verdad que fue un genio militar, legó el Código Civil y engrandeció Francia, pero dejó al país desangrado (solo en la campaña rusa 40.000 hombres) y en la ruina. 

Podemos no le perdona a Franco que fuera el único general capaz de vencer al comunismo en Europa occidental

¿Entonces por qué Franco sí y Napoleón no? ¿Cuál es la diferencia? Porque en España tuvimos a un cobarde (Zapatero) que pretendía ganar una guerra con 80 años de retraso, y se sacó de la manga la Ley de Memoria Histórica; mezquina tarea en la que, a falta de otra cosa mejor que hacer, se ha empleado el más desastroso gobernante que ha tenido España desde la Guerra de Cuba (Sánchez). 

Si a eso le sumamos la presión de Podemos, que no le perdona a Franco que fuera el único general capaz de vencer al comunismo en Europa occidental, ya tenemos la respuesta.

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.