Una de las gestas más impresionantes del pasado siglo fue la protagonizada por el noruego Roald Amundsen y el británico Robert Scott en su carrera por llegar primero al Polo Sur. Venció Amundsen por apenas un mes -el 14 de diciembre de 1911; Scott llegaría el 17 de enero de 1912, y al ver la bandera noruega puesta por Amundsen, dicen que rompió a llorar-, pero la hazaña llevada a cabo por ambos exploradores los haría inmortales.
Pocos saben, en cambio, que el tercer hombre que alcanzó el Polo Sur a pie fue también el primero en coronar con éxito la cima de la montaña más alta del mundo, el Everest. Su nombre es Edmund Hillary; más exactamente, sir Edmund Hillary.
Su amor por la montaña surgió en una excursión al volcán Ruapehu, el pico más elevado de su Nueva Zelanda natal. Piloto de hidroaviones durante la Segunda Guerra Mundial, participó en una expedición al Himalaya en 1951 que resultó un auténtico fracaso. No obstante, se resarciría dos años después cuando junto con el sherpa Tensing alcanzó el techo del mundo.
Hubo quien dijo que probablemente los británicos Mallory e Irving tocaron cima en la expedición de 1924, aunque aún a día de hoy tal suposición carece de fundamento alguno. El cuerpo de Mallory fue recuperado en 1999, 75 años después de que la cordada que comandaba desapareciese a 8.500 metros de altitud, razón por la cual se desconoce si fueron ellos los primeros o no. Pero como solía decir Hillary, y con razón, el éxito de una escalada estriba en subir y bajar bien y Mallory se quedó en el intento.
Quiso devolver a Nepal todo lo que a su juicio le había dado y durante los últimos años de su vida se volcó en proyectos humanitarios
Semejante afirmación puede parecer algo pretenciosa, pero no lo es. Fundamentalmente, porque si algo caracterizaba a sir Edmund Hillary era su extraordinaria calidad humana. Afable y campechano, su éxito no sólo no le cambió, sino que le hizo aún mejor.
Quiso devolver a Nepal todo lo que a su juicio le había dado y durante los últimos años de su vida se volcó en proyectos humanitarios tales como la construcción de escuelas y hospitales por todo el país. El gobierno nepalí le homenajeó en 2003, con motivo del 50 aniversario de su ascensión y le convirtió en el primer extranjero nombrado ciudadano de honor. No es para menos. Hillary era conocido en ambientes montañeros por su simpatía y su sencillez.
No era de los que daba consejos, pero tampoco los escatimaba si se los pedían. Y compartía con todo aquel que quería escucharle sus reflexiones acerca del símil entre escalar y vivir. En sus últimos tiempos, a quienes le decían que tenía un aspecto envidiable, les respondía efusivamente: “¡Claro, me estoy preparando para la ascensión más importante de mi vida!”. Porque esa ascensión, añadía, era la que le iba a llevar junto a su querida Louise, muerta en un accidente aéreo en Katmandú el 1975.
Hillary decía también que nunca hay que dejar de subir, pero no por el hecho de llegar, sino por el placer del recorrido. Su huella aún perdura hoy en el corazón del Himalaya. Y del Polo Sur.
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