Quien haya visitado las islas británicas, si llevaba en la cabeza las imágenes de El hombre tranquilo, las series de televisión de Agatha Christie y los documentales sobre Cambridge y las Tierras Altas escocesas, se habrá llevado una desilusión. Londres y Dublín, fuera de los barrios gubernamentales y de clase alta, y no digamos Birmingham, Liverpool y Belfast, son ciudades muy feas. Con horrorosas tiendas de ultramarinos y locutorios con más luces y colores en sus fachadas que un bar de carretera.
Los nativos, fuera del cogollo de las capitales, parecen más protagonistas de anuncios sobre la conveniencia de hacer ejercicio físico o de seguir una dieta saludable que mayordomos de miembros de la Cámara de los Lores, veteranos del SAS o investigadores de asesinatos.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraLo más hermoso del Reino Unido son las viejas iglesias católicas abandonadas cubiertas de musgo y los inmensos parques de césped verde. Hasta la mujer del príncipe de Gales es (perdón) horrible. Y la comida… ¿No dijo alguien sabio que en el infierno los cocineros son ingleses y los camareros franceses?
El funeral del duque de Edimburgo fue una rebelión ante la fealdad y la corrupción de nuestro tiempo
Aun así, la Casa de Windsor nos ha regalado un espectáculo extraordinario en el funeral de Felipe de Edimburgo, fallecido el 9 de abril pasado. Sorprende que una sociedad tan degradada, que ha convertido Londres en el paraíso de los arquitectos que aparecen en las revistas, y tan descristianizada que los jóvenes musulmanes casi superan a los que se declaran anglicanos, haya sido capaz de aceptar un entierro impresionante por su espiritualidad y elegancia.
El sábado contemplé parte del telemaratón de los Windsor. A pesar de las restricciones aplicadas por el Gobierno británico por el covid, el acto fue maravilloso, con la participación de la familia real y de bandas y representantes de diversos regimientos del Ejército y la Armada.
Belleza, silencio, humildad, tradición, respeto, uniformes, túnicas, salvas de artillería, linaje, pendones, música coral, coches antiguos… Una locura para un ‘mad monarchist’ como yo. Sólo eché en falta un escuadrón de coraceros a caballo. ¡Qué elegancia la de Kate Middleton vestida de luto y tocada con un collar de perlas! Begoña Gómez, Brigitte Macron o Kamala Harris jamás podrán hacerle sombra aunque dispusieran de los mejores joyeros y modistos de sus países. Incluso desaparecieron las malditas mascarillas.
En lo que llevamos de siglo, sólo la salida de Benedicto XVI del Vaticano en helicóptero se le parece en solemnidad
No se había visto semejante rebelión ante la fealdad y la corrupción de nuestro tiempo desde que Benedicto XVI abandonara el Vaticano en un helicóptero. Sic transit gloria mundi!
“Lo han hecho por el turismo”, dirá más de uno. Y no digo que no haya sido así, pero los conquistadores españoles fueron a América no sólo por la fama y el servicio al rey, sino también por la riqueza. “Era miembro de la masonería”, aducirá otro. Cierto. Precisamente, en la lectura de los cargos y honores del difunto creo que no se mencionó su condición de tal. Lo importante es el mensaje absolutamente reaccionario y anti-moderno.
Como ya saben los lectores de esta columna, suelo recurrir a Nicolás Gómez Dávila para expresar mis ideas a través de sus palabras: “El ceremonial es el procedimiento técnico para enseñar verdades indemostrables. Ritos y pompas vencen la obcecación del hombre ante lo que no es material y tosco”.
La ceremonia mostró el sometimiento de los poderosos a Dios y el rechazo a la omnipresente cremación
¿Y qué mostró el funeral del sábado a quienes lo vieron? El sometimiento de hombres poderosos a Dios. La renuncia a la cremación. La continuidad representada en la Corona, la dinastía, la patria y el Ejército. El momento culminante en que el féretro del duque de Edimburgo descendió a la cripta real no se emitió por televisión para respetar la intimidad de la familia. El recato por encima de los índices de audiencia.
En unos días de miedo, causados por la epidemia y la ‘emergencia climática’, de pobreza, de odio satánico al ser humano expresado en la eutanasia, el aborto, la ‘ideología de género’ y el animalismo, la Monarquía británica ha conseguido presentarse ante su pueblo como un lazo de unidad nacional, un foco de hermosura y una institución con un discurso y una legitimidad propios. Sorprendente en los descendientes de los unos obesos duques alemanes a los que llamaron los burgueses londinenses para sustituir a los Estuardo.
Por el contrario, la Monarquía española prefirió vulgarizarse y hacerse de izquierdas. Por ejemplo, ni Juan Carlos ni Felipe se han atrevido a usar alguno de los fabulosos palacios de Patrimonio Nacional para sus mensajes de Navidad. El rey actual sólo rompió esa costumbre en 2015, para su primer discurso y luego regresó a los estrechos despachos de La Zarzuela. En España, donde encuentras en los conciertos del Auditorio Nacional a gente en camiseta de deporte y consultando el Whatssap durante el concierto, sólo se opone el mal gusto dominante alguna misa en latín y con coro.