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“Me avergüenzo de no haber tenido esclavos”

Imagen referencial /Pixabay

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En la campaña electoral de 1840, un candidato a presidente de EEUU, el general William Henry Harrison, proclamó su ascendencia humilde diciendo que había nacido en una cabaña de troncos (log cabin) de pionero o colono. Tanto gusto esa imagen que un senador declaró en un mitin de apoyo a Harrison que se avergonzaba por no haber nacido en una de esas cabañas, aunque añadió que al menos su hermano y su hermana mayores sí lo habían hecho.

En las últimas semanas, justo después de la absolución completa del presidente Donald Trump por la llamada ‘trama rusa’ y del crecimiento del empleo después del desplome de los meses de marzo y abril, ha surgido una nada espontánea campaña antirracista que se ha extendido a todo el mundo occidental.

La fiabilidad de las afirmaciones de esa campaña sobre el racismo institucional en EEUU es la misma que la que sostiene por parte de las feministas que España “no es un país para mujeres”, cuando, como sabemos, en España los asesinatos machistas suponen un porcentaje bajo de la ya baja tasa de homicidios. Y eso que la cifra se infla con muertes que no corresponden a esta calificación penal.

Los demócratas de California pretenden suprimir de la Constitución local la garantía del trato de igualdad

Pero la realidad no importa a los ‘guerreros del bien’. Porque pretenden liberarse ella en su pretensión de alcanzar la felicidad completa en la Tierra.

Cuando California, el mayor estado de EEUU, ingresó en la Unión en 1850, lo hizo como estado libre. Por tanto, allí no hubo nunca esclavos ni tampoco estuvieron en vigor las leyes discriminatorias que aprobaron los demócratas en los estados del Sur a partir de los años 70 del siglo XIX. En cambio, esas manchas se encuentran en lugares que votan a los demócratas, como Maryland, Virginia, Delaware y Washington DC.

La eliminación de la ‘discriminación positiva’ se hizo mediante referéndum en 1996. ¿Dónde están esos votantes?

Sin embargo, en California los demócratas dicen estar tan avergonzados por la esclavitud que se sienten en deuda permanente con los negros. Estoy convencido de que a Nancy Pelosi, cuyo padre levantó en Baltimore un enorme monumento a los generales confederados Robert Lee y ‘Stonewall’ Jackson, le encantaría tener un antepasado esclavista para que sus lágrimas de arrepentimiento fueran sinceras.

Por ello, se ha presentado en la Asamblea californiana una propuesta para derogar un artículo de la Constitución local que prohíbe a las Administraciones aplicar cualquier tipo de discriminación por motivos de raza o sexo, sobre todo en los ámbitos de empleo público, contratación y educación. Es decir, que erradica la ‘discriminación positiva’.

En una muestra del cambio de las sociedades, los demócratas pretenden revertir una enmienda que se introdujo en la Constitución después de un referéndum ganado en 1996 con casi diez puntos de ventaja. Esperan que ahora, después de años de bombardeo propagandístico, los californianos lo acepten el regreso a la sociedad estamental, con funcionarios haciendo las veces de condes y caballeros.

¿Qué deuda tienen con los supuestos descendientes de los esclavos los habitantes de un estado donde nunca hubo esclavitud?

Entre los más perjudicados por el regreso de la ‘discriminación positiva’ en las universidades estarán, no los blancos, sino los asiáticos. Una de las conclusiones de este tinglado es que la progresía fomenta las guerras entre minorías raciales. De la misma manera que hay víctimas de primera y de segunda. Pablo Echenique cree a toda mujer que diga haber sido maltratada, salvo que se trate de una diputada de Vox y entonces le exige el parte médico y la denuncia policial.

¿Conseguirán los demócratas derogar este control a la Administración? Seguramente, porque desde hace treinta años California, el estado natal de Richard Nixon y en el que Ronald Reagan fue elegido gobernador dos veces, se ha convertido en la Disneylandia del progresismo. Y además el virus del progre es muy contagioso y persistente.

California está perdiendo habitantes, que huyen de las regulaciones, la incompetencia, los incendios, la delincuencia y hasta las defecaciones en las calles. Muchos de esos emigrantes se establecen en Texas, que está aumentando su población, pero, en una conducta para mí incomprensible, votan a los candidatos demócratas. Quieren reproducir en su nuevo hogar aquello de lo que huyen.

La izquierda cree a toda mujer que denuncia una agresión, siempre que no sea diputada de Vox. Entonces, le exige el parte médico

¿Tan degradada está la sociedad más ‘cool’ de EEUU que una mayoría de los ciudadanos aceptaría ser despojada de derechos básicos en una democracia por los profesionales de la ‘diferencia’ y las ‘víctimas’? ¿O es que nos lo parece porque hasta los periódicos que no son de derechas, pero leen los derechistas proclaman en Madrid y Sevilla el mismo mensaje que los blogueros de extrema izquierda de Seattle y Nueva York?

«Dos medios de comunicación supuestamente de derechas claman contra una crítica al lema ‘BlackLivesMatter’, con las mismas palabras que podemos encontrar en los medios progres».

Quizás es que el Poder ha decidido acelerar sus planes de establecimiento de una dictadura aprovechando el coronavirus, los cuales incluyen la implantación de la censura en las redes sociales con la excusa de reprimir los ‘delitos de odio’, y la derrota de Trump en noviembre, al que el columnista Hughes define como “solitario líder del mundo libre”.

O quizás es que la reacción popular contra esta nueva tiranía se ha vuelto, fuera de España, imparable y por ello el Poder, furioso como un demonio vencido, aumenta su presión. ¡Dios lo quiera!

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