La sombra de la leyenda negra ha llegado a la Edad Media. Se ha puesto de moda últimamente discutir el concepto de Reconquista. Incluso de negarla explícitamente. Quizá porque Isabel y Fernando se asocian con el franquismo y  la caricatura para escolares del Cid de la Enciclopedia Álvarez, con el nacional-catolicismo. Pero ¿realmente es así?, ¿hubo o no hubo Reconquista?

Lo primero que hay que decir es que el término Reconquista es una convención de historiadores, una denominación con la que se designan unos hechos o un periodo, con la perspectiva del tiempo. Fernán González, primer conde de Castilla, no sabía que era uno de los personajes de lo que convencionalmente llamamos Reconquista, ni Alfonso VI, Fernando III el Santo, doña Urraca o Alfonso X el Sabio. Del mismo modo que los franceses, ingleses y alemanes que se peleaban en las trincheras de Verdún no sabían que “aquello” era la I Guerra Mundial, porque desconocían que 25 años después llegaría otra aún mayor. 

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Los ochocientos años que van desde la invasión de Muza y Tarik hasta la toma de Granada es un periodo demasiado extenso,  demasiado complejo, como para embutirlo en una etiqueta. Obvio. Como decía Ortega y Gasset en “España Invertebrada”: “No entiendo cómo se puede llamar reconquista a una cosa que dura ocho siglos”. Del mismo modo que resulta reduccionista la etiqueta de Edad Media para describir el periodo de mil años que va desde la caída de Roma (siglo V) hasta la toma de Constantinopla por los turcos (en el siglo XV).

El término Reconquista surge en el siglo XIX, es decir cuatrocientos años más tarde. Pero al margen de disquisiciones terminólogicas, ¿se puede negar que los reinos cristianos recuperaron el territorio de la antigua Hispania goda, invadida por los musulmanes en el año 711, en un largo proceso que concluyó con la toma de Granada en 1492, y la recuperación de la unidad de todos los reinos, bajo el cetro de los Reyes Católicos? 

Despojemos esos nombres de adherencias o retóricas ideológicas posteriores (el franquismo, la Enciclopedia Álvarez), Llamémosle Recuperación, en vez de Reconquista, si se quiere. Pero ¿es cierto que se produjo? He ahí la cuestión. 

Sin embargo, hay una insistencia por parte de historiadores revisionistas en subrayar que el concepto de Reconquista es más ideológico que científico. Fruto de la terminología romántica del siglo XIX, cuando las naciones europeas buscaban un relato, mitad mítico, mitad histórico, para buscar una legitimación (Inglaterra con el rey Arturo; Alemania con los Nibelungos; Italia con la antigua Roma; y España con el Mío Cid). 

Sin duda que en esto, como en todo, influyen factores culturales y políticos. Pero los hechos son los hechos. Si negamos el concepto de Reconquista, estamos negando que hubo una conquista previa: la que se produjo con la invasión musulmana del 711, y su consolidación con el emirato de Córdoba, cuarenta años más tarde. 

Y que esa conquista se tradujo en la aplicación de la dimma, que sometía a los cristianos de Al Andalus que no se convertían al islam al pago de fuertes impuestos. En concreto, abonaba dos: uno sobre la tierra que podía alcanzar la mitad de la cosecha; y otro, que se denominaba jizya, a cambio de que la comunidad islámica le perdonase la vida. Es decir un humillante expolio que convertía al cristiano poco menos que en esclavo. Salvo que apostatara de la fe y se convirtiera al islam. 

El arabista Serafín Fanjul ha llegado a comparar el sometimiento de los cristianos en Al Ándalus con el apartheid 

El arabista Serafín Fanjul ha llegado a comparar ese sometimiento con el apartheid (no racial pero sí religioso) dado que, además de dinero, lo que la dimma perseguía era que los infieles vivieran en la humillación. Los musulmanes pretendían -y así consta en tratados de la época- “el reconocimiento de la superioridad del musulmán para que así reconozcan su miseria” como explica el catedrático de Historia Medieval Rafael Sánchez Saus, autor del libro Al-Andalus y la Cruz (Stella Maris).

Pero admitir la conquista, la sumisión, la humillación e incluso el exterminio físico de cristianos (como ocurrió con San Eulogio y los mártires de Córdoba del siglo IX), supondría romper el mito de un Al Andalus civilizado, tolerante y edénico frente a una España cristiana fanática, brutal, atrasada y genocida.

Y ese Al Andalus idealizado supone otra deformación ideológica de los hechos, en la que incurren precisamente muchos de los historiadores revisionistas que cuestionan la Reconquista. Así como medios de comunicación, novelas, películas y series de televisión. 

Si negamos el concepto de Reconquista, también estamos negando el ideal de la unidad de España que implícitamente era la referencia de los reinos cristianos. Y esta no es una interpretación de la historiografía romántica o que nos hayamos sacado de la manga en el siglo XXI. ¿Cómo se explica si no que en el Cantar del Mío Cid -escrito en el siglo XIII doscientos años antes de los Reyes Católicos- se invoque cinco veces a “España”, como santo y seña de una conciencia colectiva? 

Claro que los reinos cristianos no siempre  actuaron unidos; a lo largo de todos esos siglos hubo luchas intestinas, querellas dinásticas, alianzas con reinos musulmanes… el proceso fue accidentado, pero poco a poco fue imponiéndose la voluntad de unir territorios que poseían, desde antiguo, la conciencia de su identidad común.  La nostalgia por la unidad perdida de la monarquía goda es la argamasa invisible que une, por ejemplo, a caballeros castellanos, navarros, aragoneses y catalanes en las Navas de Tolosa

Sin ese ideal, sin ese sueño de una España unida, los reinos cristianos no hubieran sido capaces de crear y hacer triunfar “una alternativa a la sociedad islámica que al-Andalus representaba. Esa alternativa es España” como apunta Sánchez Saus.

Tal cosa dota a la -llamémosle- Reconquista de una singularidad única en Europa. Pudiendo ser musulmana -lo tenía todo a favor- eligió ser cristiana -y todo lo tenía en contra- y, consecuentemente, luchó por ello a lo largo de ocho centurias. Por eso, sostiene Julián Marías en su ensayo ‘España inteligible’ que España es el país más europeo del Continente. Porque las demás naciones (Francia, Inglaterra, Alemania) no podían ser otra cosa que europeas y cristianas; en tanto que España es europea porque lo ha querido: podía ser un país musulmán más como los del norte de Africa y sin embargo “prefirió lo que parecía, inasequible, irrealizable, casi una utopía”. E hizo la Reconquista.

¿Será casualidad que muchos de los críticos y revisionistas de la Reconquista lo sean también de la Conquista (de América)?

Nada de esto se explica sin el cristianismo. Como tampoco se explica sin el cristianismo el corolario de la Reconquista y de la unidad sellada por los Reyes Católicos: el Descubrimiento y Evangelización de América, otra singularidad de España, única en el devenir de la Historia, mal que les pese a los corifeos de la leyenda negra. ¿Será, por cierto, casualidad que muchos de los críticos y revisionistas de la Reconquista lo sean también de la Conquista (de América)?

Pero esos datos molestan a quienes pretenden manipular la Historia para arrimar el ascua a su sardina. Es políticamente incorrecto recordar las raíces cristianas de España y (a través de España) de América, o que Al Andalus no fue un oasis de tolerancia precisamente.

Quizá por ello se pone en cuestión que existiese la Reconquista. Pero los hechos son como son. “La Historia nos suministra unos datos, algo preexistente, independiente de nuestras ideas, de nuestros prejuicios, de nuestros sistemas”, señalaba la medievalista francesa Régine Pernoud. 

Si alguien como Miquel Iceta no quiere entenderlo y se empeña en ver en España ocho naciones en lugar de una, quizá debería ir al oculista.

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.