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Durante la Guerra de Independencia, los soldados franceses profanaron la tumba del Cid, esparciendo después sus restos por media Europa. Dos siglos después, un puñado de mediocres -salvo alguna honrosa excepción- ha intentado hacer lo mismo en la serie española sobre el citado personaje. Si aún no la ha visto, mejor que emplee el tiempo en algo de provecho o, al menos, en algo entretenido.

En materia audiovisual los historiadores suelen negar cualquier licencia a la ficción. Así, con arreglo a ese integrismo academicista, denostan todo lo que no se ciña estrictamente al contexto que toque. Aquí, la idea del director era la de hacer una serie de entretenimiento basada en la figura de Rodrigo Díaz de Vivar, no un compendio doctoral. De hecho, pocas semblanzas biográficas llevadas a la pantalla suelen ajustarse a la realidad. Además, está el recurrente y generalizado error de analizar a personajes de épocas pasadas con la óptica actual; algo, por lo demás, absurdo.

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Los vídeos promocionales de la serie como el de la figura “empoderada” de doña Urraca dan vergüenza ajena

Ridley Scott, sin ir más lejos, ha sido despedazado por dos de sus películas más taquilleras, El Reino de los Cielos y Gladiator. Él mismo reconoció que su intención no era dar una clase magistral de historia, sino la de hacer un producto de entretenimiento con un trasfondo histórico concreto. En el primer caso, el personaje interpretado por Orlando Bloom, Balian de Ibelin existió en la vida real, pero ni huía de Europa, ni estaba enamorado de la princesa Sibila ni hacía discursos laicistas. Estaba felizmente casado con la viuda del rey Amalarico I de Jerusalén, a quien sucedería el joven Rey Leproso Balduino IV (de quien era madrastra). El gran maestre del Temple que hizo un deshonroso papel en a batalla de los Cuernos de Hattin fue Gerald de Ridefort en vez de Reinaldo de Châtillon, que no era templario sino caballero francés.

Por lo que respecta a Gladiator, el general hispano llamado Máximo es una invención. Sí fueron reales, en cambio, Marco Aurelio y su hijo Cómodo, el cual tuvo un final bastante menos pomposo que el de la película -asesinado por su propia guardia-. Y el personaje del joven Lucio Vero no era su sobrino sino su tío, hermano adoptivo de Marco Aurelio.

Rusell Crowe interpretó al general Máximo en ‘Gladiator’ de Ridley Scott.

¿Diferencias? Varias. Para empezar, las interpretaciones de Russell Crowe, Richard Harris, Liam Neeson o Jeremy Irons están a años luz de los españoles, por no hablar del deplorable papel de los figurantes. Los guionistas de Ridley Scott hacen un producto hilvanado y solvente; los de El Cid -me niego a dar publicidad a sus nombres- optan por un panfleto feminazi y metido con calzador. El resultado de unos y otros a la vista está. Al mismo tiempo, los vídeos promocionales de la serie como el de la figura “empoderada” de doña Urraca dan vergüenza ajena.

Al elenco español, pues, no se le puede echar en cara que se alejen del rigor histórico, porque lo que pretendían era otra cosa, totalmente lícita. Sí, en cambio, que actúen tan sumamente mal, que vayan por la vida con ínfulas de divos y que estén más pendientes de clichés políticos que de aprender un poquito de interpretación, que falta les hace.

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