Siempre que nos asomamos a esa gran epopeya que fue la Evangelización y Civilización del Nuevo Mundo, nos sorprende más la talla de sus protagonistas así como la ingente obra realizada por todos ellos.
Una labor sin parangón que tuvo lugar de Norte a Sur del continente americano y que, siguiendo la ruta del sol, llegó hasta las Islas Filipinas.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraY es así como admiramos la misión heroica realizada entre los guaraníes por los jesuitas en las Reducciones del Paraguay, a quienes se debe el primer ensayo exitoso por construir una sociedad tan perfecta que allí se vio como si era posible construir el Reino de Cristo en la tierra.
Yendo hacia el norte, en el antiguo Virreinato de Nueva Castilla (hoy Perú) admiramos a un San Francisco Solano, a un Santo Toribio de Mogrovejo, a un San Martín de Porres y a una Santa Rosa de Lima.
La Ciudad de Lima fue conocida como “La Ciudad de los Reyes” siendo que, al coincidir varios santos al mismo tiempo, lo más apropiado sería llamarla “La Ciudad de los Santos”
Y más hacia el norte, en el Virreinato de la Nueva Granada (hoy Colombia) brilló todo un apóstol de la caridad: San Pedro Claver, quien consagró su vida al servicio de los esclavos negros.
Ya en tierras de la América central, concretamente en Guatemala, otro gran santo dedica su vida a los enfermos y desamparados al fundar la Orden de los Bethlemitas: El Hermano Pedro San José de Betancourt.
En las lejanas latitudes de la Alta California, civiliza y evangeliza –y con ello a sí mismo se santifica- San Junípero Serra.
Si hubiera que enumerar la lista de todos los misioneros españoles que llegaron a tierras de América predicando y civilizando nos hallaríamos ante una lista interminable.
De manera muy especial deseamos resaltar la figura del Venerable Vasco de Quiroga quien cristianizó a los aborígenes que vivían en las riberas del Lago de Pátzcuaro (Michoacán)
Este gran personaje (“el español más grande que ha cruzado el Océano”, según Marcel Bataillon) demostró como si era posible llevar a la práctica la “Utopía” de Santo Tomás Moro.
Y dentro de la obra civilizadora nos encontramos con varias universidades fundadas por los españoles a todo lo largo del continente, destacando de manera especial las de San Marcos de Lima y la de México.
Una gran labor castellanizadora realizaron los misioneros desde la Alta California hasta la Tierra del Fuego; una gran labor castellanizadora que hizo posible que lo que antes era una Babel lingüística se unificase por medio de la sonora lengua de Castilla.
Aquí es oportuno señalar que esta labor unificadora en lo idiomático se logró gracias a los misioneros puesto que en aquellos tiempos cada convento era una escuela de idiomas.
Otra proeza que hizo posible que durante un cuarto de milenio se diera un incesante tráfico comercial entre Asia, América y Europa fue posible gracias a que el fraile agustino Andrés de Urdaneta encontró una ruta segura de regreso desde las Filipinas.
Eso sin contar caminos como los que construyó el Beato Sebastián de Aparicio, acueductos como los que levantó Fray Francisco de Tembleque e incluso obras portentosas como el que, gracias a Fray Diego de Chávez, se construyera la Laguna de Yuriria.
Todas estas obras de indudable beneficio material no tenían otra finalidad que aliviar las carencias de los indígenas; de este modo se demostraba como el Cristianismo llevado a la práctica se traduce siempre en la más excelsa manifestación del amor.
Ante tales prodigios de cristianización que traía consigo la civilización no fue de extrañar que muy pronto se dieran mártires entre los nuevos cristianos, como fueron los casos de Cristobalito, Antonio y Juan, los Niños Mártires de Tlaxcala.
Una prueba evidente de que los aborígenes habían aceptado gustosos la Fe de Cristo.
En menos de un siglo, en todo el continente –incluidas las Filipinas– la Nueva Cristiandad había dado frutos al ciento por uno.
Ahora bien, todos estos prodigios de fe heroica, de civilización y de cultura no hubieran sido posibles si una gran mujer no lo hubiera dispuesto pocas semanas antes de morir.
Nos referimos a Isabel la Católica quien, apenas tuvo noticia del Descubrimiento realizado por Cristóbal Colón, se dio cuenta de que en las tierras recién descubiertas vivían almas que esperaban con ansiedad la salvación que solamente trae la Fe de Cristo.
Fue así como en su Testamento redactado el 12 de octubre de 1504 (otro 12 de octubre como el del Descubrimiento de América) Doña Isabel dispuso que a sus nuevos súbditos no se les esclavizase, que se les tratase con justicia, que se les predicase el Evangelio y que se les enseñasen los elementos básicos de la civilización occidental.
Todas las maravillas que acabamos de mencionar jamás hubieran sido posibles si antes no contasen con el impulso inicial que les dio esta gran mujer.
Una gran mujer que por todo ello y mucho más debe ser considerada como la madrina espiritual de los pueblos de América.
Isabel la Católica, digna de ser venerada a los altares.
En fin, de su posible canonización así como de los beneficios que ello produciría hablaremos con más detalle en otra ocasión.