Andres de Urdaneta, el descubridor del Tornaviaje

Hace ya más de un año que, en este mismo espacio, comentamos la intención del actor y productor Mel Gibson de filmar una película en la cual el héroe principal fuese Don Pelayo, el inmortal guerrero que iniciara la Reconquista tras derrotar a los moros en Covadonga.

Aprovechamos aquella ocasión para resaltar como España -con su historia y tradiciones- ofrece material inagotable de inspiración para novelistas, pintores, músicos y -por supuesto- cineastas.

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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Todo esto nos sirve de antecedente para traer a tema a un gran español cuya vida, hazañas y descubrimientos geográficos son capaces de inspirar al mejor de los novelistas.

Como es el caso de José Luis Olaizola quien, en su novela “Las islas de la felicidad” tiene como protagonista principal al vasco Andrés de Urdaneta.

¿Y quién fue Urdaneta?

Andrés de Urdaneta nació en Villafranca de Oria (Guipúzcoa) en 1508. Tenía 17 años cuando trabó amistad con un coterráneo suyo que había alcanzado la inmortalidad al dar la vuelta al mundo por vez primera: Juan Sebastián Elcano.

Muy pronto Elcano decide volver a navegar por aquellas remotas aguas del Océano Pacífico. Urdaneta no lo piensa dos veces y es así como -junto con su inmortal paisano- se embarca en la expedición que dirige García Jofre de Loaisa.

Al hallarse navegando por el Pacífico, murió Loaisa y, pocos días después, Elcano cuyo cuerpo fue sepultado en el mar.

A partir de ese momento la expedición pasa por mil vicisitudes hasta que, en octubre de 1526, llegan a las Islas Filipinas donde tuvieron que luchar tanto contra los nativos como contra los portugueses que merodeaban por aquellos rumbos.

Uno de los momentos más dramáticos en la vida de Urdaneta fue cuando, al estar luchando contra un grupo lusitano, explotó un barril de pólvora que le desfiguró el rostro e incendió las ropas que llevaba puestas. Nuestro personaje se salvó arrojándose al mar y huyendo a nado mientras los portugueses le perseguían bajo una insistente lluvia de balas. Logró alcanzar una playa y, gracias a la hospitalidad de los nativos, ocultarse y sanar de sus heridas.

Urdaneta vivió varios años en aquellas islas paradisíacas. En 1535 regresa a España, pasando por Java, Malaca, Ceilán, el Cabo de Buena Esperanza, la isla de Santa Elena y -finalmente- Lisboa.

Habían pasado casi diez años desde su salida en La Coruña. De los 450 marinos que habían embarcado, solamente sobrevivían 17 y Urdaneta era uno de ellos.

En su natal Guipúzcoa, sus ancianos padres reciben con sorpresa y alegría a un hijo que daban por perdido y allí, en las frías noches de invierno, al calor de la hoguera y animados con un vaso de sagardúa, le oyeron contar aventuras extrañas y poco dignas de crédito.

En 1538 vuelve a embarcarse rumbo al nuevo Mundo. Ya en tierras de América, vemos a nuestro hombre en Guatemala y Santo Domingo. Tras una serie de trágicos sucesos, decide quedarse en la Nueva España, con lo cual México pasa a convertirse en su segunda patria.

Tras desempeñar importantes cargos encomendados por el virrey Antonio de Mendoza, el experimentado marino y explorador decide darle otro rumbo a su vida y es así como, un feliz día, decide hacerse fraile agustino.

El otrora valiente marino se ha convertido en un humilde fraile que gusta de contar sus ricas e increíbles experiencias a los jóvenes legos que le escuchan con asombro.

Un día de septiembre de 1559 fray Andrés recibe una carta del mismísimo Felipe II quien le ordena incorporarse a la expedición que, desde la Nueva España, saldría muy pronto rumbo a las Islas del Poniente.

Y es que existía un problema: Sí era posible llegar hasta tan lejanas islas, pero, debido a vientos que soplaban en contra, resultaba imposible regresar.

Tal parecía que una enigmática maldición oriental impedía que los navegantes que llegaban a costas asiáticas pudiesen regresar por donde habían venido.

Conocedor de la experiencia de fray Andrés, el rey le ordena que se incorpore a la expedición que va al mando de Miguel López de Legazpi.

La flota se hizo a la mar el 21 de noviembre de 1564 y, después de una serie de aventuras, llegan a las Filipinas el 13 de febrero de 1565, archipiélago del cual toman posesión en nombre de España.

A pesar de que la conquista de Filipinas se desarrolló sin mayores contratiempos, faltaba la parte más difícil de la aventura o sea el retorno a la Nueva España, el ansiado “tornaviaje” en el cual tantos habían fracasado.

Solamente así se podría garantizar que los primeros españoles llegados a las Filipinas no quedasen aislados y que, detrás de ellos, llegasen más soldados, frailes y todo lo necesario para la colonización.

Sólo un hombre estaba seguro de hallar la ruta de regreso y ese hombre era Urdaneta.

El ‘tornaviaje’

Legazpi le encomienda iniciar el “tornaviaje” y es así como el 1 de junio de 1565 zarpa del Puerto de Cebú. Y aprovechando las corrientes de vientos que, a partir del grado 44 latitud norte, empujan hacia América, el monje marino emprende la aventura.

Después de varios meses de tan solo ver cielo y mar, el 26 de septiembre avistan las costas de la Alta California, desembarcando en Acapulco el 8 de octubre de 1565.

La hazaña estaba consumada. El regreso desde Oceanía era posible. Las Filipinas quedaban incorporadas al imperio español.

La enigmática maldición oriental que impedía el regreso había sido rota por un valiente español que era a un tiempo monje y marino.

Después de un corto descanso en el convento de San Agustín de la ciudad de México, Urdaneta viaja a España en donde es recibido por Felipe II en octubre de 1566.

Regresa a la Nueva España donde fallece en su querido convento mexicano el 3 de junio de 1568.

¿Acaso la vida y aventuras de Urdaneta no son dignas de ser también llevadas a la pantalla grande? 

Un héroe de carne y hueso que no fue un personaje imaginario.

Un hombre fuera de lo común como aquellos que se producían a granel en la España gloriosa del siglo XVI.

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