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El Iwo Jima personal de Gibson: de la sima del alcohol a la redención, a través del cine

‘Hasta el último hombre’ de Mel Gibson.

El Mel Gibson de carne y hueso es como un personaje de sus películas: del fango del alcohol y el deshonor hasta la redención a través de una obra cinematográfica que culmina con ‘Hasta el último hombre’.

Lo cuenta Roberto Marchesini en un análisis donde desmonta tópicos, publicado en La Nuova Bussola Quotidiana y que por su interés reproducimos:

Hasta el último hombre: el heroísmo de un pacifista cristiano

Maravillosa película Hasta el último hombre. Espléndida desde el punto de vista técnico, conmueve, apasiona y eleva el espíritu.

Pero antes de hablar de ella, recorramos la carrera del autor, el célebre Mel Gibson. Quien es, tal vez, paradigma de la evolución del pensamiento de un católico en los Estados Unidos…

Gibson se convierte en una estrella de Hollywood en los años 70 y 80 gracias a la serie de películas Mad Max y Arma letal.

En Arma Letal, Gibson dio a luz junto a Danny Glover a una de las parejas policiales más populares de la historia del cine.

Parece destinado al género de acción cuando, en 1990, Zeffirelli le propone interpretar a Hamlet. Gibson acepta y demuestra ser un gran actor.

En 1993 sale su primera película como director: El hombre sin rostro. Una gran película, conmovedora y dramática, sobre la figura paterna, objeto de desconfianza y también de odio, pero necesaria.

Tres años después, la épica y monumental Braveheart. De esta película recordamos el realismo, la violencia y uno de los discursos más grandes de la historia del cine («Y al morir en vuestro lecho, dentro de muchos años, ¿no estaréis dispuestos a cambiar todos los días desde hoy hasta entonces por una oportunidad, sólo una oportunidad, de volver aquí a matar a nuestros enemigos? Puede que nos quiten la vida, pero jamás nos quitarán la libertad«), probablemente inspirado en Enrique V de Shakespeare. Emerge también el tema político: la independencia de Escocia de la tiranía inglesa. La película le regala a Gibson, además de enormes recaudaciones, 5 premios Oscar.

https://www.youtube.com/watch?v=vprzI-mN-Us

En 2000 Gibson interpreta El patriota. Aparentemente es una película sobre la independencia de los Estados Unidos, pero esconde algo muy distinto. Primero, el patriota del título no combate por la patria, más bien al contrario: cuando le piden que se enrole se niega, anteponiendo sus deberes de padre a los de la «nación americana» («¿Por qué debería cambiar un tirano a tres mil millas de distancia por tres mil tiranos a sólo una milla?»). Guerrero feroz, Benjamin Martin defiende con firmeza la paz («Hay alternativas a la guerra»).

Más que una película patriótica, El patriota es sobre todo una película libertaria; su bandera no es la bandera de las barras y estrellas, sino la que utilizará años después el Tea Party: «No me pisotees». En 2008 Mel Gibson apoyó a Ron Paul como candidato a la presidencia de los EE.UU.

En 2002 Mel Gibson protagoniza la película Cuando éramos soldados, en la que interpreta a un coronel católico, muy heroico, que participa en la guerra de Vietnam. Estamos en los inicios de la presidencia de Bush Jr: Gibson parece conceder un mínimo de confianza a las instituciones estadounidenses después de dos mandatos del presidente Clinton.

En 2004 sale La pasión de Cristo: una película brutal y realista sobre la pasión, muerte y resurrección de Jesús, con una luz «caravaggiesca» e interpretada en arameo, hebreo y latín. Antes de su estreno se difunde la noticia según la cual el padre de Mel Gibson es un católico sedevacantista y antisemita. En cuanto sale, personas como Natalia Aspesi («Una orgía de sangre…») y Vittorio Zucconi («Sangre, torturas e integrismo») la atacan; incluso prelados eminentes critican el realismo de la película, añorando la pasión proletaria de Pasolini.

Pero la acusación más grave (aunque no bien detallada) es de antisemitismo: Jim Caviezel, que interpreta a Cristo, dirá más tarde que se jugó la carrera con esta película. No obstante, la película recauda más de seiscientos millones de dólares. Otros juicios acompañan las acusaciones de antisemitismo: Mel Gibson es padre de ocho hijos y siempre ha estado casado con la misma mujer, un unicum en Hollywood.

Dos años después Gibson estrena otra obra maestra: Apocalypto. Ambientado en la brutal y feroz América precolombina, narra la historia de Garra Jaguar que consigue escapar de la muerte para salvar a su familia. Al final de la película, cuando el protagonista está a punto de ser asesinado, llega una nave que transporta soldados, religiosos y la cruz de Cristo. La película podría acabar con Garra Jaguar arrodillado delante de la cruz, salvado por ésta; pero no es así. «¿Deberíamos acercarnos?», le pregunta la esposa al protagonista. «No», responde él. «Nuestro lugar está en la jungla».

Además de la lucha por la familia, emerge con fuerza otro tema, el del aborto. ¿Qué es el sacrificio humano practicado incesantemente por los jefes del pueblo maya si no el asesinato de millones y millones de ninos? ¿La sociedad americana pre-cristiana corresponde, por lo tanto, a la sociedad estadounidense? Lo mejor entonces es retirarse a la jungla.

Tras la salida de Apocalypto, la carrera de Gibson se desmorona. Decae su imagen de padre de familia irreprensible: a su lado aparece una joven instrumentista de origen ruso y judío, Oksana Grigorieva, (¿pero Gibson no era antisemita?), se divorcia de su esposa y se va a vivir con ella.

Es detenido ilegalmente por un policía ante las cámaras de televisión mientras conduce en estado de embriaguez: se le escapan frases antisemitas («los judíos son responsables de todas las guerras del mundo»). Tiene otros proyectos cinematográficos: uno sobre Judas Macabeo -¿pero Gibson no era antisemita?- y otro sobre los insurgentes italianos, pero renuncia a ellos: como dirá posteriormente, eran películas que sólo le interesaban a él.

Se quedan a su lado sólo unos pocos amigos: (Robert Downey Junior y la activista lesbiana Jodie Foster -¿pero Gibson no era intolerante?

En 2010, con su carrera destruida, la instrumentista rusa le abandona acusándole de haberle proferido por teléfono frases racistas, grabadas en cinta. A partir de este momento Gibson actúa en distintas, y óptimas, películas de acción: Al límite [Edge of Darkness], Vacaciones en el infierno [Get the Gringo], Machete Kills y Blood Father. Pero como autor y director parece acabado.

Hasta el último hombre

Y llegamos al año 2017 con su nueva obra como director: Hasta el último hombre [Hacksaw Ridge]. Es la historia verdadera de Desmond Doss, un objetor de conciencia que se enrola voluntario durante la Segunda Guerra Mundial. No quiere tocar un arma por motivos religiosos (pertenece a la Iglesia Adventista del Séptimo Día), pero no se siente inferior a los otros jovenes que deciden servir a su país en guerra. Nadie entiende su postura y, considerado por todos un cobarde, durante el adiestramiento le insultan y golpean. Incluso es incriminado por haber desobedecido las órdenes y corre el riesgo de acabar en la cárcel, pero no renuncia a sus principios. Al final, gracias a la intervención de su padre, alcohólico y violento, traumatizado por la Primera Guerra Mundial, se reconoce su estatus de soldado objetor de conciencia y es asignado a la sanidad militar.

Sus compañeros y los oficiales siguen considerándolo un cobarde, pero Doss conseguirá demostrar lo contrario. Es enviado al Pacífico y participa en la batalla de Okinawa; es asignado a Hacksaw Ridge, inaccesible montaña controlada por los japoneses. El primer día de combate es cruento, pero los estadounidenses se alzan con la victoria; sin embargo, al día siguiente los japoneses reconquistan la posición. Llega el momento de la retirada, pero no para todos: Doss se queda en la cima y recupera uno a uno a sus compañeros, bajándolos desde la cima con cuerdas. Él baja el último, después de haber salvado a conmilitones y a japoneses heridos. Unos cincuenta, dijo Doss: un centenar, le corrigieron sus compañeros. Al final fueron setenta y cinco.

La película es excelente técnicamente y tiene unas óptimas interpretaciones de todo el reparto de actores, sobre todo de Andrew Garfield, al que le habían «desaconsejado» trabajar con Gibson.  Sorprenden también la castidad del noviazgo de Doss (¿cuándo se ha visto algo así en las películas de Hollywood?) y los diálogos, que nos transportan a los valores más nobles. La película está llena de heroísmo y fe religiosa: cada vez que Doss hace bajar a un compañero se detiene para rezar: «Ayúdame a salvar a uno más». Gibson aclara que la verdadera fuerza no es la de los músculos (el recluta «Hollywood» -¡sutil ironía!- no se distingue en la batalla por su valentía), sino la interior: la virtud de la fortaleza.

Y vuelve, de nuevo, el tema de la guerra. El realismo (que había maravillado en Salvar al soldado Ryan) es terrible y espectacular: la guerra es muerte, dolor y sufrimiento. Mirando esas escenas horripilantes es muy probable que no haya sido el único en recordar las palabras -aún más horripilantes- de Hillary Clinton («Fuimos, vimos y él murió. Jajaja.» [palabras de burla de Clinton ante la muerte de Gadaffi], de John McCain («Bomb Iran, bomb bomb, bomb» [respuesta de McCain, utilizando un estribillo de una canción de los Beach Boys, ante una pregunta sobre un posible ataque a Irán], la invocación «¡Botas sobre el terreno!» [Boots on the ground!: expresión que sugiere que la victoria militar solo es posible ocupando el territorio con soldados].

Aunque Gibson ha realizado películas de guerra, nunca ha sido partidario de la guerra. Pero con esta película parece que cumpla un paso ulterior: «Con todo el mundo empeñado en destruirse, no me parece tan horrible que alguien quiera contribuir a reconstruirlo”, dice Desmond Doss. ¿Es lo que piensa también Gibson después de ocho años de presidencia del premio Nobel para la Paz, Obama?

Su mensaje es claro: la guerra no es, de por sí, heroísmo. El heroísmo es el de quien -también en guerra- está dispuesto a entregar la vida por sus hermanos, aunque sean de otra nación. El heroísmo es el de Doss, que salva uno a uno a sus compañeros y a sus enemigos y que reza: «Ayúdame a salvar uno más». No para matarlo. Para salvarlo.

Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).

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