Al inicio de la Reconquista se produjeron dos batallas con intercesión divina que recogen las crónicas como propaganda medieval de la Iglesia y la monarquía que junto a la nobleza se unieron para ostentar el poder sobre el solar hispánico. Una parte de esta alianza daba golpes con la espada a los hispanomusulmanes de la península y la otra legitimaba con ayuda divina las campañas militares.
Las sociedades peninsulares de la cruz y la media luna se enfrentaron durante 8 siglos. Estos vecinos se desafiaron y en el lado hispanocristiano se defendían y atacaban por medio de la violencia, con la espada, y el clero lo hacía de forma consagrada, con la palabra y las hostias bendiciendo un espacio que se reconquistaba para la Cristiandad Occidental.
En la literatura de las crónicas de estos primeros tiempos se mezclan los hechos increíbles con detalles más terrenales. Quizás la suerte y la naturaleza salvaje de aquellos días estén detrás de victorias inmemoriales, pero el principal problema para investigar la verdad son las pocas fuentes islámicas y cristianas que nos narran aquellos hechos extraordinarios tan importantes para el inicio de la historia de los núcleos hispanocristianos del norte peninsular.
«A Pelayo se le achacaba urdir una trama para matar al líder enemigo y de esta manera unos 300 aguerridos hispanos vencieron a 20.000 soldados»
La primera batalla con intervención de los cielos fue la Batalla de Covadonga (c 722) que marcó el inicio de la Reconquista. Debió haber un enfrentamiento, o incluso varios, cerca de Cangas de Onís (la primera capital de Asturias) que no conocemos su verdadera importancia, pero que fue ensalzado hasta la leyenda por la intervención de la Virgen que apareció entre los cielos para iluminar a los soldados de Cristo frente a las tropas de Alá.
La leyenda cuenta que el protagonista fue empujado por la Virgen hacia la victoria recibiendo una rama de roble con forma de cruz. Además, por lo que cuentan las fantásticas crónicas, las piedras que enviaban los honderos musulmanes daban la vuelta y se dirigían hacia los propios lanzadores. A Pelayo se le achacaba urdir una trama para matar al líder enemigo y de esta manera unos 300 aguerridos hispanos vencieron a 20.000 soldados, lo que no tiene mucha lógica salvo si añadimos la estrategia y el conocimiento del terreno sumados al milagro de la Virgen. Al menos así nos lo han contado las páginas de la historia.
Don Pelayo parece que era, necesariamente, un visigodo huido al norte por la invasión musulmana del 711 y allí se gestó el primer capítulo de los 8 siglos de reconquista territorial (711-1492) que fue bautizada por la Iglesia como “Santa Cruzada de la Cristiandad”.
La Batalla de Covadonga quizás ni existió, o fue una hostilidad de poca importancia, pero ensalzada por la propaganda de los reyes castellanos posteriores publicitaba la fuerza de la alianza entre la monarquía y la Iglesia legitimando la sucesión del Reino Visigodo cristiano con una monarquía hereditaria. Por ello Don Pelayo debía ser visigodo y para reconquistar la tierra española los nuevos aspirantes a propietarios del solar hispánico debían ser sucesores o herederos de los antiguos dueños. De lo contrario no tenía sentido una “reconquista”.
La leyenda cuenta que en la batalla de Clavijo apareció Santiago entre los cielos para dar la victoria a los cristianos
En esta línea la propaganda realizada desde el poder debía legitimar con más episodios históricos el liderazgo y la preponderancia de las sociedades cristianas que surgen al norte de una península Ibérica musulmana. Asturias, Galicia, Navarra (Reino de Pamplona) y los condados pirenaicos (Aragón, Sobrarbe, Ribagorza, Pallars, Urgel, Cerdaña, Rosellón, Besalú, Ampurias y Barcelona). Todos comenzaron una carrera hacia el sur para extender sus territorios a costa de las poblaciones de Al-Ándalus.
La batalla de Clavijo
La Batalla de Clavijo probablemente tampoco existiera. Se atribuía su ubicación a un lugar cercano a Clavijo (La Rioja) en el año 844. Todo apunta a que en realidad se cocinó la Batalla de Albeada. Este fue un combate real producido en Albelda de Iregua (La Rioja) pocos años después en la década de 850. En realidad hubo dos batallas allí, en la primera vencieron los hispanomusulmanes y en la segunda los hispanocristianos. Esta victoria permitió a los habitantes del norte repoblar con mayor seguridad la zona al sur del Duero y al norte del Ebro. La leyenda cuenta que en esta batalla apareció Santiago entre los cielos para dar la victoria a los cristianos.
Para agradecer la intervención divina se creaba el Voto de Santiago (ya en el siglo XII) que no era otra cosa que un impuesto terrenal para satisfacer la ayuda religiosa que sería suprimido con nuestras Cortes de Cádiz en 1812.
Aquellos reyes, primero llamados asturianos, luego leoneses y finalmente castellanos, invadían el territorio enemigo con cabalgadas arrasando lo que podían y creando territorios vacíos que actuaron como fronteras. Al tiempo, los de la media luna, realizaban razzias penetrando en territorio cristiano que también provocaban el pánico para robar hasta las campanas de las iglesias. Mientras se consolidaban las fronteras y, poco a poco, estas fueron bajando hacia el sur las fortificaciones salpicaban el territorio para defender cada uno su estilo de vida. La cruz y la media luna lucharon por “la tierra donde se forjan metales”, como era llamada en la antigüedad por las sociedades mediterráneas que nos empezaron a visitar.
Las sociedades cristianas debían legitimar a través de la religión la idea de que “Dios lo quiere”, como se gritaba en las cruzadas para justificar el ataque a los Santos Lugares. Para ampliar el reino y quedarse con el territorio rival se debían dar razones que nadie pudiera discutir. Por ello se creaba la figura de “Santiago Matamoros” como héroe que dirige las tropas cristianas subido en su caballo blanco y regando los campos de sangre mahometana que, según las crónicas, llegaría a verter hasta el río Ebro (o por allí cerca). La peregrinación a Santiago de Compostela quedaba legitimada para honrar al héroe cristiano cuya hazaña quedará registrada en las parroquias de toda España con el andar del tiempo.
El estilo de aquella imagen icónica pertenece al pasado. Quedaban así en nuestros templos un montón de esculturas y lienzos de “Santiago Matamoros” que en estos tiempos de globalización se miran de reojo porque sin una formación adecuada sobre su significado el cura de la parroquia podría terminar en un juzgado de lo penal o la escultura secuestrada por un grupo yihadista. Cosas más raras hemos visto; nosotros desde aquí enviamos paz y amor a todos los hombres de buena voluntad.
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