Nunca lo han sido. Ninguna película de Hitchcock ganó el Oscar a mejor película. Ninguna de Kubrick. Ni de Chaplin. Ciudadano Kane no lo ganó. Ni E.T. el extraterrestre. Ni Blade Runner. Ninguna interpretación de Kirk Douglas. Ni de Cary Grant… y un largo etcétera en todas las categorías. A algunos de ellos les dieron al final de su vida un Oscar honorífico para que se fueran a la tumba sin acritud. No sé por qué les damos tanto crédito a unos premios que se caracterizan por un historial de injusticias y agravios. De olvidos sencillamente injustificables.
Este año, sin ir más lejos, ¿cómo se explica que Vida Oculta, de Terrence Malick, una obra maestra de indiscutible valor estético, no haya obtenido ni siquiera una nominación a las palomitas? Y ¿cómo se justifica que una boutade cinematográfica como Parásitos haya sido reconocida por encima de 1917 y haya acaparado las mejores estatuillas?
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraEstá claro que la grandeza de una obra de arte no se puede establecer por un sistema de mayorías. Ni la bondad de algo. Hitler llegó al poder democráticamente. También es cierto que no parece fácil encontrar otro método para que los académicos de Hollywood elijan las películas del año que más les han gustado.
No necesitamos que nos digan lo que nos tiene que gustar y lo que debemos pagar para ir a ver
El problema no lo tienen ellos, lo tenemos nosotros, que les damos a los Oscars un valor que no tienen, llegamos a creernos que la mejor película del año en términos artísticos y dramáticos es la que se ha llevado el Oscar. Nos conformamos con un papanatismo acrítico que extendemos por ejemplo a los grandes Festivales internacionales, cuyos palmarés suelen ser aún más discutibles que los Oscar.
Nos olvidamos casi siempre que en Hollywood los votantes pertenecen a un sector profesional que tiene sus intereses, sus parámetros de corrección política y sobre todo, sus proyectos culturales, que sino compartidos por todos, sí lo son por la mayoría. Olvidamos que tienen su agenda, sus simpatías y antipatías políticas, sus cuentas pendientes… y los convertimos en sumos sacerdotes del séptimo arte, en la última palabra, y lo que es peor, en el criterio del buen gusto cinematográfico y cultural.
El amor a nuestra libertad debe hacer abdicar del trono de la cultura a la academia de Hollywood, al Jurado de Cannes y de Berlín, y por qué no, a los académicos de España. Basta nuestro sentido común, nuestro sentido estético y el criterio de nuestro corazón y de nuestra razón. No necesitamos que nos digan lo que nos tiene que gustar y lo que debemos pagar para ir a ver. Está muy bien que voten y elijan. Nosotros también votaremos y elegiremos, pero no al dictado de su alfombra roja.