Dustin Hoffman y Robert Redford interpretaron en 'Todos los hombres del presidente' a los periodistas Bernstein y Woodward que destaparon el Watergate.
Dustin Hoffman y Robert Redford interpretaron en 'Todos los hombres del presidente' a los periodistas Bernstein y Woodward que destaparon el Watergate.

El gran periodista Rafa de Miguel escribe un interesante artículo en el diario El País, en el que expone varias reflexiones que le sugieren las trayectorias paralelas de Alan Rusbridger, director del diario The Guardian durante 20 años (1995-2015), y de Lionel Barber, que ha dejado la dirección del Financial Times después de quince años en el cargo. De Miguel alimenta estas ideas con su propio bagaje, claro, pero a partir de la entrevista que le hizo al propio Barber. 

El periodista bascula sobre la idea de cuál es la relación entre los medios de comunicación y el poder. En la entrevista, y un alarde de imaginación, llega a preguntar a Barber si los medios pueden llegar a presionar al poder. Éste le responde con una soberbia negativa. “En ocasiones”, dice, “podemos influir sobre él”. Y es cierto. Como, en ocasiones, un ministerio puede ejercer alguna influencia sobre otro ministerio del mismo gobierno: Hacienda practicando su negativa a Cultura, Exteriores explicándole un par de cosas a Economía… Pero a nadie se le ocurriría decir que el ministerio de Exteriores, pongo por caso, ha estado ejerciendo su independencia.

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Lo que podemos exigirle a los periodistas, y a los medios, es honradez, honradez intelectual

En realidad, los medios de comunicación no tienen un verdadero poder. El poder es el ejercicio ordenado de la coacción, y ello exige el apoyo de alguna fuerza armada. Los medios son el lugar del diálogo del poder con la sociedad, y dentro de la misma sociedad. Y se puede observar su función desde dos puntos de vista: el que podríamos llamar epistemológico, y el de su sustento.

El primero hace referencia a la relación que tenga el periodista con lo que acaece; con la realidad. Aquí entra el mito de la objetividad. Es un imposible, porque la realidad es muy compleja, y no se puede observar sin mirada, no se puede ver sin una concepción sobre cómo son las cosas. La realidad no puede asaltar los periódicos sin la mediación de los periodistas, y éstos no serían capaces siquiera de entenderla si no se hubiesen formado un conjunto de ideas previas sobre cómo es esa realidad. Por eso lo que podemos exigirle a los periodistas, y a los medios, es honradez, honradez intelectual. 

No hay apenas independencia en los medios españoles, y particularmente en los más grandes, porque el Gobierno tiene una capacidad casi ilimitada de sostener o hundir un medio de comunicación

El segundo se refiere a la crematística. ¿Cuáles son los ingresos de los medios, y qué les permite mantener su actividad? ¿Qué favores puede conceder el poder a los medios? ¿El de asegurar su actividad ruinosa gracias al comprado apoyo de algún banco, por ejemplo? ¿El de regar sus espacios con publicidad institucional? ¿El de susurrar a los grandes anunciantes su actitud hacia tus páginas o minutos?

La independencia de un medio de comunicación la marca su propiedad, que es la que fija la estrategia del medio. Y esa independencia es posible sólo si las interferencias posibles del Gobierno sobre el valor de la propiedad están limitadas. Por eso no hay apenas independencia en los medios españoles, y particularmente en los más grandes, porque el Gobierno tiene una capacidad casi ilimitada de sostener o hundir un medio de comunicación. Si hay diversidad en los medios no es por su independencia, sino por el sistema autonómico, entre otras cosas. No hay independencia periodística sin independencia empresarial. 

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