
Notre Dame se ha restaurado. El mal tiempo provocó que los políticos paganos tuvieran que teatralizar dentro del Templo su homenaje laicista a los bomberos y los operarios de la refacción. ¿Debió permitirse esto? Los Templos cristianos son el lugar en el que damos culto a Dios y no el espacio en el que teatralizar lo políticamente conveniente. Pero sucedió así. La lluvia fue el pretexto para que dentro del Templo se celebrara una ceremonia pagana y no una Misa. Se me dirá que eso da lo mismo, que lo importante es “amarnos” y que, en fin, que todo está “bien” mientras seamos tolerantes. Lo que pasa es que la tolerancia no es un valor superior al Bien, de manera que se puede ser muy malo siendo muy tolerante con el mal. Fuera del Templo esto era evidente. Se desplegaron grandes medidas de seguridad porque la tolerancia política con todo lo anticristiano en Francia ha hecho que el mal que Carlos Martel detuvo en los Pirineos hoy campe a sus anchas por Paris y Europa.
Pero es que, además, el acto de homenaje-inauguración de Notre Dame tuvo visos sacrílegos. Delante del Santísimo, en el corazón de un Santuario dedicado a la Virgen, el presidente de la República de Francia, es decir, nada más y nada menos que la persona que ha blindado el asesinato en masa de niños gestantes como derecho constitucional dijo que, si ese edificio era importante, lo era, entre otras cosas, por lo artístico, por haber sido testigo de ciertos acontecimientos de la Revolución francesa y, naturalmente, de la coronación del primer tirano “moderno” europeo (Napoleón). Después de soltar ese disparate (naturalmente convenientemente envuelto en el guante de seda de las vacuas buenas palabras), pasó a ocupar el lugar principal que se le había reservado en la primera fila de la nave principal del Templo. A su lado, el nuevo presidente de los Estados Unidos. Un señor que ha usado el nombre de Dios y la popularidad mediática de ciertos pastores Evangélicos para ganar unas elecciones y, así, librarse de la cárcel.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraComo decimos, el día de la reapertura de Notre Dama no se celebró el Santo Sacrificio. La Iglesia, en su Templo, no dio culto a Dios de la manera que Él mismo nos dejó para estar a nuestro lado siempre. ¿Es esto admisible? ¿De verdad que tenemos que dejar al Señor para el día después de los políticos? ¿Tenemos los católicos que estar tolerando constantemente que el mundo se meta en medio de muestras creencias para infectarlas con las ideologías políticas? ¿Es que van a ser personajes como Macron los que nos digan qué debemos creer, a Quien adorar y cuándo hacerlo?
Que el mal campee por el mundo no es algo que a los cristianos nos tenga que sorprender. Ni tampoco es algo a lo que debamos tener miedo. Las promesas del Señor no ocultan la persecución a la que llevará la creencia en su Palabra (Mt 5, 11-12). Por esta razón, los católicos ni debemos enfrentarnos al mal con las armas de la política y, por ello, tampoco podemos aceptar que el pensamiento político del siglo venga a dictarnos cuáles son nuestros valores. Si está mal que la mentira y la violencia sean un recurso dentro de nuestra creencia, tan malo cómo eso es que las ideologías del siglo disuelvan el contenido de nuestra fe.
En este sentido, lo realmente lamentable es ver los compromisos a los que llegan ciertos cristianos con lo políticamente conveniente, precisamente por temor a lo que el mundo piense o diga. Dejar a Dios para el día después de los políticos no es un acto neutral. Ni los colores de Miró de los ropajes del Arzobispo de Paris, ni su báculo galáctico de Hollywood, ni sus palabras condescendientes, ni los cantos del coro, ni la música del violín, el chello y el órgano, nada de eso digo, ocultará el hecho de que en este día, lo más sagrado, la Santa Misa, se dejó para después.
Dicho esto, Dios sí estuvo muy presente en medio de esta ceremonia. Lo estuvo allí donde justamente no se fijaban las cámaras de televisión. En el Sagrario y en los bienaventurados. Son los dos elementos capitales de la teología del “resto”. La que intenta explicar la manera en que es imposible que el mal acabe nunca totalmente con el Bien y que éste, sorprendentemente, en las horas más oscuras, aparezca escondido en lo que la mayoría no repara. Observando la ceremonia de Notre Dame con cuidado esto podía verse. Mientras sucedía la ceremonia, y las cámaras de televisión enfocaban de allá para acá, mostrando los arreglos en del edificio y a los protagonistas de la ceremonia, en la nave lateral derecha, detrás de las arcadas, a veces, las cámaras captaban un grupo de personas muy singular. Se componía de lisiados, enfermos y deficientes. Fijándonos un poco más en las imágenes flas que la televisión ofrecía de estas personas destacaba una cosa. Siempre que la cámara sorprendía a este bendito grupo, muchos de ellos estaban rezando, persignándose o santiguándose. Estos bienaventurados son para quienes el Señor vino al mundo, los que atendían en ese momento a lo verdaderamente fundamental; a saber, al otro Olvidado, al que se dejó para el día después, al Señor en el Sagrario de Notre Dame. Este Dios bueno, al que señalaban los bienaventurados en sus oraciones, es la causa de que hace siglos se levantara esta Catedral para darle culto y la razón principal por la que los católicos nos tendríamos que alegrar de que ahora se haya restaurado.
Ojalá que la imagen del incendio y reconstrucción de la Catedral de Notre Dame se convirtiera en una buena metáfora del incendio y restauración del alma cristiana europea. Ojalá que el laicismo de corte individualista y colectivista, que lleva quemando políticamente el alma cristiana europea desde hace más de trescientos años, se apagara ante la evidencia de que, al renunciar a Cristo, los europeos se han quedado sin alternativa. Quienes viven sin Él lo hacen sin otra posibilidad que confiar su felicidad futura en la promesa política. Hoy la política y el Estado ocupa toda la vida personal y social del ciudadano europeo. Le dice qué es lo bueno y lo malo. Le define cómo persona señalándole cuáles son sus derechos, los que no lo son y hasta donde llegan. Le vigila en su intimidad médica, personal y familiar. Le educa en sus creencias. Tiene fiscalizado todo su patrimonio. Le controla cuándo va de vacaciones, con quién y con qué las paga, etc. Hoy el edificio de Notre Dame está restaurado, pero sigue ardiendo el templo del alma cristiana y, con ese incendio, se acumulan las cenizas de la libertad del vasallo ciudadano europeo.
Emilio Eiranova Encinas