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Una Galicia gobernada por el colaboracionista Feijóo es, a la larga, el peor escenario para los que aún conservamos los principios y valores del centro-derecha. La supuesta moderación de Feijóo (y de otros dentro del PP como Juanma Moreno o Díaz Ayuso) no es otra cosa que rendición.

Alberto Núñez Feijóo pertenece a la camarilla de políticos “progres” travestidos que hoy controlan gran parte del Partido Popular. Feijóo da la espalda a los ciudadanos de centroderecha que le exigen compromiso con sus valores mientras agasaja a los de izquierda favoreciendo sus leyes.

La gente de arriba no son los ricos, sino la casta que nos enfrenta y nos utiliza, que nos tensiona y nos crispa como se haría con la madera de un arco. Un arco que, al soltar tras el tensado, genera una inercia imposible de parar.

“No es lo que parece”. Es la estrategia del gobierno para defender lo indefendible.

La izquierda es idealista. Y muchos de sus sueños y postulados son válidos para todos. ¿Quién no querría más justicia social, un planeta más verde, menos racismo, más solidaridad entre todos los hombres? El problema pasa a la hora de convertir esos sueños en realidades. La izquierda llama a la revolución, al cambio, a la transformación total, pero no dice cómo va a actuar tras la revolución.

A pesar del nuevo intento hacia una sociedad “postnacional” no hay razones para inclinarnos hacia un gobierno mundial como única salida a la crisis. El debate está entre una nueva forma de estatismo o el individuo que halla cobijo en la familia y el resto de instituciones intermedias.

Se tata de un comportamiento inquisidor que pretende marcar a todo aquel que no le baila el agua a la izquierda. Estamos asistiendo al funeral de la izquierda real, -que ironía que pereciera la semana pasada Julio Anguita-, y al nacimiento del progresismo de pacotilla.

Socialistas contra comunistas; podemitas radicales contra podemitas aburguesados; feministas contra trans. Es el sino de la izquierda. Lo que le pasa al Frente Popular y al Frente Feminista está escrito hace dos mil años: “Todo reino dividido contra sí mismo, es asolado”.

Los auténticos rebeldes desconfiábamos de la alarma del coronavirus desde el principio y no solamente cuando abundan los que se afanan en desmontar el mito. Cabe recordar aquella reflexión de Aristóteles, esa que dice que la virtud, en exceso, puede derivar en vicio.