Digo tambalearse, porque aún es pronto para saber el efecto que tendrá el fallo del Tribunal Supremo de EE.UU. Y porque el mainstream cultural no está por la vida, ni muchos menos lo están gobiernos y parlamentos sobornados por los poderosos lobbies antinatalistas (hay mucho dinero en juego). Y no es lo mismo la sociedad norteamericana que la dos veces vieja Europa.
Pero es posible que este sea el principio del fin. Tras el fallo del Supremo, cada estado de la Unión será libre para regular el aborto; ya hay 13 con leyes que lo prohiben y que van a entrar automáticamente en vigor, una vez que el alto tribunal ha levantado el veto; y otros 13 más lo pueden prohibir a medio plazo.
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraA la luz de esto se pueden hacer cinco reflexiones
1. Victoria para la vida, la civilización y el Estado de Derecho.
Se van a salvar millones de vidas inocentes; el aborto va a dejar de ser algo sagrado e intocable como hasta ahora; se cierra un paréntesis de medio siglo, en el que no ha habido Estado de derecho como tal en Norteamérica. ¿Exagero? ¿Creen ustedes que puede haber Estado de derecho cuando la ley ampara el exterminio de inocentes?
El derecho a la vida es la clave de bóveda de la democracia y de la civilización; sin ella todo el edificio se desmorona. Y la defensa del más débil es la garantía más elemental frente a la arbitrariedad. Si nuestras democracias occidentales practican el homicidio legalizado, bajo la cobertura de Gobiernos, parlamentos y tribunales ¿alguien me puede explicar en qué se diferencian de los regímenes dictatoriales?
Acabamos de ver como un tirano ha invadido un país soberano, sembrando la muerte y la destrucción, y poniendo en peligro la paz mundial, y eso ha provocado horror e indignación. Pero llevamos medio siglo viendo como gobiernos y hemiciclos fomentan la invasión de los úteros maternos, sembrando la muerte y la destrucción, y nos parece lo más natural del mundo.
Más de mil millones de víctimas inocentes se ha llevado por delante el aborto desde que se aprobaron las primeras leyes (Reino Unido, 1967 y EEUU, 1973). Una cifra muy superior a los 200 millones de muertos causados por los regímenes totalitarios y las dos guerras mundiales.
Y hablamos de democracias, con sus elecciones, su división de poderes, y su libertad de expresión. Pero todo ello se convierte en una gigantesca farsa, si los más débiles quedan sometidos a la ley de la fuerza.
2. La mentira queda en evidencia
Todos los ordenamientos han protegido la vida y proclamado el derecho a la misma, como base y prerrequisito de todos los demás… hasta que llegaron los totalitarismos. El primero que despenalizó el aborto fue el Gobierno de Lenin en 1920. Significativo. Y para convertirlo en derecho constitucional en EE.UU., con la sentencia Roe vs. Wade en 1973, hubo que recurrir a la mentira. Las abogadas de la demandante, Jane Roe, adujeron que esta había quedado embarazada por una violación en grupo, cuando lo cierto es que concibió a su hijo en relaciones voluntarias, como ella misma confesó años más tarde.
Para justificar lo injustificable se retuercen los argumentos, negando la evidencia científica, como los que sostienen que no puede determinarse si comienza a haber vida humana en el momento de la fecundación. O se llega a decir que un feto de trece semanas es un ser vivo, pero no un ser humano, como hizo una ministra de Zapatero.
3. El aborto es un crimen per se, no (solo) porque lo diga la Iglesia
Los abortistas aducen que el fallo del Supremo americano está sesgado por prejuicios religiosos, y que la postura de los provida está condicionada por la creencia y no por la objetividad científica. “La sentencia es el sueño de una ultraderecha religiosa” (El País dixit). Pero la sentencia se ha atenido a criterios constitucionales (no figura el derecho al aborto en la Carta Magna de Estados Unidos); y decir que los católicos se oponen al aborto porque lo prohíbe la Iglesia, equivale a decir que los católicos no son partidarios del Holocausto porque lo prohíbe su religión. El asesinato es malo per se, independientemente de las creencias; es malo creyentes, ateos, agnósticos o mediopensionistas. Como lo son la tortura, la esclavitud, la trata de blancas, o la explotación de los trabajadores.
Y lo es, porque el derecho a la vida es un derecho humano fundamental, como el derecho a no ser molestado por las opiniones, o a ser discriminado por raza, sexo o creencias religiosas.
No es un tema de religión, sino de sentido común, de ley natural. Hasta un niño pequeño entiende que está feo quedarse con dinero ajeno, mentir o matar ancianitas. La prueba es que hay ateos o agnósticos defienden la vida del no nacido, como el filósofo materialista Gustavo Bueno o el periodista Luis del Pino. Este último se opone al aborto, precisamente por su agnosticismo. Argumenta en Twitter: “No se si existe un Dios, ni si existe otra vida; y en ausencia de datos, doy por supuesto que esta es la única vida de la que disponemos. No hay más oportunidades (…) En esas condiciones, nadie tiene derecho a quitarle la vida a sangre fría a otro ser humano. Porque le estás quitando la única vida que tiene. Se lo estás quitando TODO. Esto no es un videojuego donde puedas volver a empezar. Cuando mueres, no hay reinicio”.
4. Es una liberación para la mujer
Prohibir o restringir el aborto beneficia al nasciturus pero también… a la madre. Lo que Naciones Unidas llama derechos reproductivos son una soga que los gobernantes han echado al cuello de las mujeres. Se trata de una ficción ideológica, un eufemismo para encubrir el exterminio de inocentes y reducir a la madre a la condición de verdugo, quizá involuntario, pero, a fin de cuentas, verdugo.
Una ficción que Naciones Unidas se ha encargado de imponer: su Comité de Derechos Humanos afirma que los no nacidos no tienen derecho a la vida, y que la restricción del aborto es una violación de los derechos humanos. Lo cual es una siniestra paradoja: la misma ONU que proclama tal cosa es la misma ONU que incluyó el derecho a la vida en la Declaración Universal en 1948 ¿?
Cualquier madre sabe, por inculta que sea, y sin conocimientos de obstetricia, que lo que crece en sus entrañas es algo distinto de ella, y que acabar con el problema es algo antinatural. Es posible que lo niegue, sobre todo en público y con espectadores delante; es posible que, una vez resuelto el problema, trate de olvidarlo… pero en su fuero interno sabe perfectamente que nada volverá a ser igual después de lo que ha hecho o le han empujado a hacer, por más que se lave las manos una y otra vez, como Lady Macbeth.
Es cierto que, en muchos casos, las embarazadas se ven obligadas por las circunstancias. Se ven superadas por los acontecimientos, abocadas al aborto por su entorno, por falta de apoyos y de comprensión. Nadie aborta por gusto y ellas son las primeras que padecen el amargo trance. Pero ellas siguen viviendo, sus criaturas no. Ellas sufrirán, nadie lo niega, pero la destrucción de vidas es igual de real que ese sufrimiento. Se podrá discutir hasta qué punto muchas de ellas son también víctimas y eso atenúa su responsabilidad. No se trata de que vayan a la cárcel, ni de estigmatizarlas, porque lo que necesitan son ayudas y acogida, bastante trauma llevan encima.
Se podrá discutir hasta qué punto su grado de culpabilidad es relativo; pero lo que no es relativo es la muerte de sus hijos, lo indiscutible es que las criaturas son víctimas absolutas y absolutamente inocentes.
5. Los gobernantes españoles, en evidencia
El fallo del Supremo ha dejado en evidencia a los gobiernos de Occidente y sus legislaciones homicidas. Ya no podrán invocar el precedente sentado por la sentencia Roe vs. Wade, ni decir que el aborto es un derecho constitucional. Entre esos países que siguen concediendo licencia para matar figura España, donde socialistas y populares han impulsado/consentido la masacre de vidas indefensas. Los primeros, con leyes cada vez más permisivas con el crimen; los segundos por su seguidismo cómplice. Estos tuvieron la ocasión de derogar la ley del aborto en 2011, cuando dispusieron de mayoría absoluta, durante el mandato de Rajoy, y no movieron un dedo. Se conformaron con maquillar el arma homicida y con presentar recurso en el Tribunal Constitucional, lo cual era un brindis al sol, toda vez que el reloj del cementerio de paquidermos se paró entonces ante este asunto y aún no se ha pronunciado. Como era de esperar.
Lo cierto es que desde 1985, en que el Gobierno de Felipe González despenalizó esa práctica, las leyes abortistas se han llevado por delante más de dos millones y medio de vidas en el seno materno. Algunos lo consideran como un derecho de la mujer, la pregunta es si es tal cosa no es una forma de crimen institucionalizado.