Un embarazo tendría que ser motivo de alegría, pero no siempre es así. Los embarazos inesperados y la carencia de apoyos para afrontar la la maternidad son los argumentos más esgrimidos para plantearse abortar.
Para Cintia no era el mejor momento ni su situación económica era la mejor, pero su historia tiene un final feliz. Esta joven ecuatoriana de 20 años que vive en España supo de su embarazo a los cuatro meses de gestación. Le cogió por sorpresa porque sólo dos meses antes había acudido a una revisión.
Su situación era complicada. Estaba estudiando bachillerato y acababa de darse una segunda oportunidad con Edu, el padre de su bebé. “En el momento que me dijeron que estaba embarazada me lo planteé todo, si tenerlo o no, si podría mantenerlo, si sabría cuidarlo y decidí buscar información”, recuerda.
Cintia acudió a una clínica con la intención de abortar, pero sospechaba que ya era tarde. «Me confirmaron que estaba de 18 semanas y lo vi tan claro en la ecografía que inconscientemente supe que ya había tomado una decisión«. En aquel momento, cuando oyó el corazón de su hijo se preguntó cómo había sido capaz de pensar en deshacerse de él.
A pesar de todo, consultó varias clínicas que realizaban abortos fuera de los tiempos de gestación contemplados en la legislación española. «Vi en Internet una cámara oculta de la clínica El Bosque y las condiciones no eran buenas… Supuestamente te valora un psiquiatra para realizar el aborto pero se veía que firmaba todas las peticiones, escribía que era peligroso para la madre y así justificaba que era legal», explica.
La falta de apoyos no cambió su decisión
Cuando Cintia le contó a sus padres su decisión, no se lo tomaron nada bien. Hizo las maletas y se fue a vivir unas semanas con una amiga. También le costó grandes discusiones con su pareja.
En este sentido, esta joven recuerda que le decepcionó mucho que Edu la presionara para abortar. Llegó a proponerle continuar con el embarazo pero luego darlo en adopción. Cintia se plantó; no podía entender que quisiera estar con ella pero no con su propio hijo, así que le pidió que se decidiera: o estaba con los dos, o no estaba con ninguno. Finalmente él volvió a buscarla.
Cintia: «Perdoné a mi familia cuando volvieron a acercarse a mí; sé que se arrepintieron de intentar convencerme de abortar»
La joven cuenta que el acercamiento con sus padres fue muy despacio. Se encontraba defraudada porque no le apoyaron desde el principio pero ahora reconoce que su familia no puede separarse del nino. «Les perdoné porque sé que se arrepintieron de intentar convencerme de abortar».
Hoy Daniel ya tiene tres meses y su mamá, orgullosa. Asegura que jamás se ha arrepentido de la decisión que tomó, que su vida ha cambiado a mejor y que volvería a anteponer a su hijo a cualquier cosa.
A Cintia le ayudó la Fundacion Madrina, cuyo objetivo es asistir a mujeres con algún tipo de dificultad durante el embarazo y dar apoyo a las futuras madres. Además, la joven ha contado con el respaldo del Banco de Alimentos, que le ha proporcionado un cochecito, una cuna y ropa para el bebé.
Abortar sí que deja huella
Lidia Esther se dejó convencer para acabar con su hijo. A esta tinerfeña de 35 años, el aborto de su bebé le condujo a separarse de su marido, a caer en las drogas, a perder su trabajo. Cuando tomó esta decisión lo hizo pensando que era lo mejor, como si fuera un mero trámite. Dice que si le hubieran preguntado en aquel momento, hubiera contestado sin dudarlo que abortar es un derecho de las mujeres, que no existe el síndrome post-aborto y que sería feliz en cualquier caso.
Sin embargo, su relación se convirtió en un infierno y sólo duró dos meses más, desde ese momento ya no levantó cabeza. No se considera religiosa pero cuenta que el cura de su parroquia fue el único que la comprendió y no la juzgó. Tras seis largos años necesitaba «sentir el perdón por la muerte de mi hijo, ya que mi angustia apenas había desaparecido».
Lidia: «Seguía sin asumir la carga del aborto, hacía verdaderos esfuerzos por borrarlo de mi vida»
Lidia no consiguió quitarse el sentimiento de culpa tras el aborto, «seguía sin asumir la carga, hacía verdaderos esfuerzos por borrarlo de mi vida». Finalmente acudió al Santuario de Medjugorje (Bosnia) y se reconcilió con Dios. Decidió llamar al que hubiera sido su hijo Iván, y dice que habla con él cada día. «Salí de allí con la satisfacción de que mi hijo me había perdonado y decidida a que nadie más pasara por lo que yo pasé», afirma.
Con todo, Lidia asegura que no basta con reformar la ley del aborto, que defender la vida no es un asunto de izquierdas o derechas, ni de religiosos o no religiosos, sino de que nadie tiene el derecho de matar a nadie.
Un error médico puede costar una vida
Distinto es el caso de Guadalupe. Los médicos le notificaron que su segundo hijo tenía un «problema» y le dijeron que lo mejor que podía hacer por él era abortar. «Me dijeron que tenía un embarazo de riesgo y que el nino tenía muchas posibilidades de morir a los pocos días de nacer». Era un nino con síndrome de Down.
Pero ella lo tuvo claro. Tendría a su hijo «viniera con el problema que viniera». Sin embargo, no logró entender la insistencia de los médicos para que abortara. Pensaba: «¿Qué pasa? ¿lo vas a cuidar tú?».
El joven Arturo: “Soy un argumento a favor de la vida”
El «problema» de Guadalupe se llamó Arturo y hoy está perfectamente sano. El joven Arturo asegura ahora que la ley del aborto es «una especie de licencia para matar gratis». Él explica que se siente «un argumento a favor de la vida» aunque no trata de imponer sus ideas a nadie. Su madre sigue sin entender «la complicidad de los médicos para acabar con vidas inocentes».
«Aunque los gobiernos aprueben leyes abortistas, los médicos están para curar, nunca para matar», asegura. Guadalupe nunca tuvo dudas: la vida de un bebé con síndrome de Down o uno con malformaciones es tan digna como la de uno sano.
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