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Cristianos en Reino Unido, entre la defensa de su fe y sus carreras: mi abuelo tenía algo de razón

Querido lector:

¿Se ha preguntado por qué no muestro mi rostro en mi perfil? Yo sí; muchas veces. Todavía no he logrado una respuesta nítida y clara. Quizás porque los humanos somos seres complejos y las decisiones pueden tener varias razones de pesos variados. En parte, creo que las pocas ideas que pueda aportar este humilde servidor al debate público sólo tendrán un valor intrínseco. Puede que mi cara o incluso mi nombre sean irrelevantes y aporten poco. Pero aunque estoy de acuerdo con lo anterior, le mentiría si le dijese que es la única razón.

Y es que necesito poner comida en la mesa para mis vástagos. Así de crudo. Sé perfectamente que mis oportunidades laborales se verían seriamente mermadas si mi identidad personal se viese ligada a las opiniones que aquí expreso y los hechos que relato.

Si hace veinte años me hubiesen dado a leer el primer párrafo de esta misiva me hubiese reído del pobre escritor y ni se me hubiese pasado por la cabeza que algún día ese pobre sería yo.

Desde una edad muy temprana me aficioné a la radio -por no decir que se convirtió en casi una adicción- y no había día en que me fuese a la cama sin escuchar al gran César Vidal comentando la jornada. Recuerdo aquellos días como días de libertad -quizás de forma muy subjetiva, por no tener que trabajar-, en los que podían expresarse opiniones de toda índole sin ser censurado o considerado un apestado por la sociedad.

Es cierto que a veces creaba polémica y que a veces mis opiniones no agradaban, como con asuntos como el aborto, por ejemplo. Todavía millones de personas se echaban a la calle a clamar contra el genocidio que lleva décadas entre nosotros y los periódicos nos sacaban en primera plana; no sólo para insultarnos y menospreciar nuestras posiciones sino para hacer el un reflejo fiel de lo que una gran parte de la sociedad pensaba.

Yo era joven -algunos dicen que todavía lo soy – y no sabía que las libertades eran frágiles y los sistemas políticos cambiantes. Mi abuelo sí lo sabía pues ha vivido una guerra civil y una mundial y había visto fronteras crearse y desaparecer además de regímenes de todo tipo florecer y perecer cual flores de primavera. Cuando le decía que me gustaría meterme en política algún día, se le cambiaba la cara, ponía un semblante serio y me advertía con solemnidad: «No, hijo, que nunca se sabe; es mejor no significarse en público». Hoy también me lo diría, pero ya no le saco el tema para no preocuparle en demasía.

Mi cabeza se llenaba de pensamientos de todo tipo. Me apenaba por ver los efectos de una guerra civil en la psicología colectiva. A su padre le apresaron por haber sido concejal de cultura de un partido católico. Se salvó de la quema -literalmente, pues intentaron quemar la cárcel con los presos dentro- gracias a los regulares marroquíes, musulmanes ellos, que le acompañaron a casa tras meses de penurias.

Con esto quiero poner de manifiesto que sus miedos no estaban infundados, sino que eran fruto de su experiencia cercana y bastante real. No obstante, yo me negaba a creer que esos tiempos aciagos pudiesen volver de alguna u otra forma y me atrevía a pensar que el mundo en el que nací no cambiaría jamás. ¿Persecución religiosa a mí? ¿Censura en estos tiempos? ¿Vetos profesionales a mi generación? ¿En países desarrollados y democráticos?

La persecución es cada vez peor y la autocensura es muchas veces la única forma de mantener el empleo

Que se lo digan a James Caspian, psicoterapeuta que pretendía investigar sobre personas que se habían sometido a operaciones supuestamente para cambiar de sexo (léase «castraciones» o moldear el cuerpo humano como si fuese de plastilina y demás barbaridades) tras percatarse de que muchos de sus clientes durante 10 años se había arrepentido. Obviamente, la Universidad de Bath lo prohibió por miedo a su reputación. El caso judicial sigue abierto.

Seyi Omooba, joven actriz y cantante iba a representar a Celie en El Color Púrpura, puede contarnos algo también sobre el rumbo que toma nuestra civilización. Al parecer esta cristiana había criticado los actos homosexuales en Facebook en 2014 y uno de sus compañeros dio la voz de alarma, tras lo cual le informaron de que no podían contar con ella y le ofrecieron el sueldo completo para callarle. Un tribunal en Reino Unido le ha dado la razón a la productora. Una carrera arruinada. Una de tantas.

Otro de los casos más preocupantes fue el de Kristie Higgs. Trabajaba en un colegio en Gloucestershire, Reino Unido. Al parecer usó su cuenta personal de Facebook, con su nombre de soltera, para pedir firmas en contra de la enseñanza de ideología de género en el colegio de su hijo, colegio anglicano, por cierto. Alguien vio estos comentarios y lo denunció de forma anónima al colegio donde trabajaba nuestra protagonista. Decidieron despedirla con celeridad para evitar tener una empleada homofóbica y transfóbica, whatever that means. En octubre del año pasado un tribunal decidió que el despido por conducta grave era justificado y que no se había producido discriminación alguna por razón de sus creencias religiosas. Resumiendo: si es usted profesor en Reino Unido, olvídese de poder expresarse libremente en sus cuentas en redes sociales o perderá su puesto de trabajo.

La persecución es cada vez peor y la autocensura es muchas veces la única forma de mantener el empleo.

He puesto estos ejemplos del país en el que resido simplemente para probar, con nombres y apellidos, que mi abuelo tenía razón en preocuparse. No obstante, sigo creyendo que si las circunstancias personales lo permiten, es necesario dar la batalla de frente. De hecho yo espero poder hacerlo cuando no dependa de un salario mensual. Esperemos sea pronto.

No quisiera despedirme sin antes dar las gracias a todos los cuasi-mártires que dedican su tiempo y arriesgan su vida por defender un mundo donde la dignidad humana esté en el centro. Gracias de verdad.

Esperemos que el torno de la historia nos devuelva la cordura y podamos salir de nuestras trincheras intelectuales.

Un cordial saludo,

Álvaro de la Peña.

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