La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha decidido financiar este verano un campamento para menores destinado en exclusiva a los llamados LGTBI.
Una esperaba, ilusa, que esta locura impuesta por la pandemia impondría una pausa, moderaría un tanto, la locura institucional por la que el poder ha decidido dividirnos por grupos e incluso utilizar un dinero que ya no tenemos en ahondar las divisiones.
Ya, ya sé que quizá esté usted a la cuarta pregunta, angustiado viendo como se vacía la nevera y se forman telarañas en su cuenta bancaria, porque ha perdido su trabajo y no le llega el dinero del ERTE y su casero empieza a impacientarse. Pero, antes de caer en la desesperación, consuélese pensando que en Barcelona, los niños LGTBI –los niños ya bien encasillados desde pequeñitos en un destino inamovible– podrán pasar el verano juntos y alejados de toda nociva influencia heterosexual, cortesía del Ayuntamiento de Barcelona.
“Si tienes entre 13 y 17 años y eres lesbiana, gay, bisexual o trans… Ven a Oasis, los campamentos de veranos para adolescentes LGTB”, es como el ayuntamiento de la Ciudad Condal anuncia uno de sus campamentos de verano en el que -especifican- sólo pueden ir menores que respondan a esa sopa de letras, según leo en OK Diario.
El propio departamento de juventud del consistorio dirigido por Ada Colau ha distribuido la iniciativa financiada por el Área de Feminismos y LTTBI del Ayuntamiento y otras entidades dependientes de la Generalitat de Cataluña, como la Dirección General de Juventud. Ademas, está desarrollada por una cooperativa llamada Candela, un asociación basada en los valores del feminismo y la “perspectiva comunitaria”.
“Área de Feminismos”, “Dirección General de Juventud”. Una descubre, leyendo estas cosas, lo formidablemente ricos que debemos de ser como país para tener estas cosas. O, quizá, deducir que el progresismo es un pobre disfraz para disimular el propósito de esta casta infame de vivir a costa de los demás, como una plaga de langosta que se lanza sobre nuestra capacidad productiva.
Si a usted se le ocurre organizar actividades de verano para chicos y se le ocurre indicar en un cartel “abstenerse homosexuales”, está usted perdido. Para siempre
Por supuesto, aunque nos saliera el dinero por las orejas, montar un gueto de verano para que tiernos infantes, todavía bajo la patria potestad de sus familias, se afiancen en unas ‘sexualidades alternativas’ de cuestionable continuidad, separándolos del mundo circundante, es directamente perverso. Porque este tipo de campamentos tiene como objetivo «construir vínculos positivos entre iguales y pasar un verano diferente en un entorno que potencia el empoderamiento y los cuidados entre adolescente». La actividad, que tiene una semana de duración, está dirigida también por educadores gays, lesbianas, bisexuales o trans, tal y como informan en su página web. Pero, no se preocupen, que seguro que en un campamento de niños definidos exclusivamente por su orientación sexual a cargo de adultos con iguales tendencias no hay el menor riesgo de que se produzcan abusos, no sé ni cómo se les ocurre.
El gueto veraniego, al parecer, se da todos los veranos en la Barcelona de Colau, siempre generosa con el dinero de los barceloneses cuando se trata de repartirlo entre los chiringuitos amigos.
Hace ya años que se puso de moda -por machacona repetición- el estúpido verbo ‘visibilizar’. Una vez que las personas con alguna de las sexualidades que surgen sin parar alcanzaron, lógicamente, total equiparación de derechos con los que conservamos inclinaciones más aburridas, para seguir dando la vara y cobrando del presupuesto había que inventar cosas nuevas, y una de ellas fue la de que había que ‘visibilizarlos’.
Por alguna extraña razón, todos los demás teníamos que enterarnos al detalle de los gustos sexuales de esta gente, nos importara o no un comino. Eso era visibilizar, por lo visto. Como ‘runners’ o veganos, era muy importante que supiéramos que ese tipo de ahí es gay, y aquella joven de allá, lesbiana, y el vecino del quinto, bisexual. Era como la vieja del visillo, pero al revés: en lugar de averiguar lo que hacen los otros, son los otros los que nos imponen saber qué hacen, nos guste o no. Era por la cosa de la integración, decían.
O de aburrirnos, porque, como en el caso de este campamento, cuando lo prefieren es mejor segregarlos que integrarlos. Si a usted se le ocurre organizar actividades de verano para chicos y se le ocurre indicar en un cartel “abstenerse homosexuales”, está usted perdido. Para siempre. No solo es que le cerrarán el negocio y le caerá una buena sanción, sino que probablemente no podrá volver a levantar cabeza. Pero si contra quien discrimina es la abrumadora mayoría de heterosexuales, ya ve, no solo no va a decir nadie ni pío sino que posiblemente se lo financie un ayuntamiento o dirección general o consejería con impecables credenciales de santa progresía.
Porque vivimos en esa granja orwelliana donde unos animales son más iguales que otros, que todavía hay castas.
Comentarios
Comentarios