El horror de la esclavitud, lo que convierte a la ‘peculiar institución’, presente en todas las civilizaciones de la tierra desde que existen, no tiene nada que ver con la eventual crueldad o el maltrato o la miseria. Por supuesto, el amo podía ser indeciblemente cruel, podía someter a sus esclavos a los peores tormentos; pero también podía ser amable, atento e incluso respetuoso. La esclava podría haber sido el aya con la que se crió, y amarla como a una segunda madre.
No, el verdadero horror de la esclavitud es que, bien o mal tratado, el esclavo era un ser humano que pertenecía a otro ser humano como un caballo o un mueble. El amo podía, a su antojo, explotarlo para obtener beneficio (lo más usual), venderlo, alquilarlo o regalarlo. Es decir, lo que convertía la esclavitud en una institución odiosa era que hacía de la persona un producto comercial, un objeto. Que es, precisamente, lo que nuestra ilustradísima época hace cada vez más, sin que se alcen muchas voces para oponerse, con el aplauso, incluso, de la ciudadanía más avanzada y bienpensante, con los niños.
Fíjense en el caso de los Ozturk. Los Ozturk, un matrimonio ruso con posibles, tiene once hijos. Eso, aunque se separa notablemente de la media, no sería noticia ni anécdota digna de comentarse. Lo que lo hace peculiar es que la madre, Christina, tiene 23 años, que solo ha parido uno de esos once y que quieren llegar a tener 105, lo que les hará merecedores de entrar en el Libro de los Récords, aunque la ‘hazaña’ les cueste más de un millón de euros.
Los encargan. El método de los Ozturk para cumplir este absurdo capricho es comprar niños mediante la ‘paternidad subrogada’, más conocida por ‘vientre de alquiler’.
“No conocemos personalmente a las madres sustitutas ni tenemos contacto directo con ellas para evitar problemas después del embarazo”
“En este momento, tengo 11 hijos con la última incorporación, Olivia, que llegó a finales del mes pasado”, declaró Christina al medio Newsflash. “La última incorporación”. Podía estar hablando de un accesorio de moda que le faltaba para completar una colección. No es la espera arrobada de un ser humano que nos es confiado, que llega por el medio natural del amor de dos personas que aguardan al hijo como un don, como algo a lo que no tienen ‘derecho’, que ni siquiera les pertenece, sino que es una expresión de esa asombrosa ‘cocreación’ que es la gloria de nuestra naturaleza sexual; un ser humano como ellos que, más que ‘elegir’, aceptan y acogen.
“Yo misma di a luz a mi hija mayor, Vika, hace seis años. El resto de los niños son genéticamente de mi esposo y míos, pero fueron portados por sustitutas”, declara Christina, que añade en declaraciones al británico The Sun: “No sé cuántos acabarán siendo, pero desde luego no pensamos pararnos en once”.
La familia viven la República de Georgia, donde el procedimiento es legal y viene a costar unos 9.700 dólares. “La clínica de Batumi nos elige a las madres sustitutas y asume toda la responsabilidad del proceso”, dice Christina. “No conocemos personalmente a las madres sustitutas ni tenemos contacto directo con ellas para evitar problemas después del embarazo”, precisó. Pero a Christina le gusta tener control sobre lo que comen, por lo que elabora planes de dieta y nutrición para las madres sustitutas embarazadas.
Naturalmente, los Ozturk son muy ricos y, con bastante probabilidad, esas madres cuyo cuerpo alquila y a las que, como leemos, somete a dietas especiales como se podría hacer con un caballo de carreras o un perro de exposición, son pobres.
La cosificación de los niños es una de las tendencias más siniestras -e inevitables- de la postmodernidad, y en estas mismas páginas hemos dedicado más de una columna a desgranar algunos de sus aspectos más llamativos.
Vemos parejas de homosexuales o incluso solteros y solteras reclamar hijos adoptivos como un “derecho”, actrices que recorren el mundo en busca de hijos suficientemente exóticos a modo de fashion statement, niños de cuatro o cinco años a los que sus padres -más frecuentemente, sus madres- ponen en tratamiento de hormonas para ‘cambiarles’ de sexo, hipersexualización de niñas a edades inverosímiles, hijos adoptados que se devuelven como una camisa de Zara y muchos ejemplos más de que los niños van camino de convertirse en objetos de consumo. Por supuesto, un niño no es más que uno de nosotros a edad temprana, solo que más indefenso, más débil, más vulnerable. La tendencia es tan ominosa como evidente.
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