Josefina Miró Quesada Gayoso, abogada que patrocinó los casos de Ana Estrada y María Benito, ha experimentado un retroceso llamativo en su discurso en favor del derecho a la eutanasia. Desde que empezó esos procesos judiciales hasta hace unos días se multiplicó en entrevistas de medios afines a su pensamiento, anunciando que por primera vez en la historia del Perú se había reconocido el “derecho a la muerte digna”, proclamándolo como derecho autónomo. El coro mediático y las declaraciones de sus aliados la acompañaron siempre con frases como “sentencia histórica”, y por increíble que pueda parecer, celebraron su camino a la muerte como un triunfo de la vida.
Este peculiar triunfalismo de Miró Quesada la llevó a desdeñar el Juramento Hipocrático, criticar tanto al Colegio de Abogados como al Colegio Médico. Y creo que, en este punto, su relato comenzó a desinflarse. Pronto se alzaron muchas voces de cordura tanto de la medicina como del derecho. Seguramente nunca esperó que se alzaran tantas voces
Algunas personas creen que La Sexta da información.
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Suscríbete ahoraActualmente las declaraciones de Josefina son más austeras. Hace pocos días en una entrevista que ofreció al diario Peru 21, ha reconocido abiertamente que no es el Poder Judicial sino el Poder Legislativo quien tendría que promulgar una ley que reconozca la legalidad de la eutanasia en el Perú. Textualmente reconoció que lo que llamaba “derecho a morir con dignidad” se trata en todo caso de “un derecho nuevo, no explícitamente reconocido en la Constitución”.
Lamentablemente, dos vidas terminaron en función de casos de activismo judicial y un protagonismo personal que pronto quedarán en el olvido.
Pasados los días de la euforia mediática, se puede ver en perspectiva cuál fue la valoración de cada elemento de esta narrativa sentimentalista, cuál fue el objetivo final y cuáles los medios para lograrlo. En una entrevista Miró Quesada explicaba que el caso de Ana Estrada se originó mientras ella laboraba en la Defensoría del Pueblo cuyo titular en ese entonces Walter Gutiérrez dijo “esto lo tomamos y lo llevamos hasta al final”.
¿Por qué escogieron ese caso y no las otras docenas de pacientes de ESSALUD que pudieran estar sufriendo tanto o más? Pues, acabados los dos casos en mención no vemos a ninguno de estos abogados seguir preocupados por el dolor de los otros pacientes. No más entrevistas, no más fotos. Y si esto es cierto, entonces ni siquiera fue la eutanasia para el bien de Ana sino Ana para el bien de legalización de la eutanasia. Estaríamos ante un caso de instrumentalización del sufrimiento de una persona para lograr un cambio legislativo exponiéndola mediáticamente.
Hace unos días, un reportaje de TV mostró que los jueces vienen recibiendo cursos de capacitación dictados por ONGs que luego son litigantes en procesos judiciales que tienen que decidir sus capacitados. Y es que esa es la fórmula del activismo judicial, producir nuevos derechos o cambios legislativos a partir de demandas judiciales en la oscuridad donde controlan el discurso y los argumentos hasta en la mente de los jueces. Y estos jueces que deberían dictar sentencias en función al cumplimiento del marco jurídico vigente se arrogan una competencia que no tienen para “descubrir” nuevos derechos.
Pasados los efectos del activismo judicial y mediático, el “derecho a morir” se va muriendo. Hasta la misma Josefina Miró Quesada sabe que un proyecto de ley a favor de la eutanasia no tiene chances de aprobarse en el Perú. En un debate democrático más abierto en el parlamento su reinterpretación de la Constitución no alcanzaría. No podría transformar el espíritu constitucional que reconoce la protección de la vida, la autonomía y el libre desenvolvimiento y mucho menos convertirlo en “derecho a matarse”.
Y no es por los argumentos en los que cree el activismo pro eutanasia, sino porque el derecho a la vida hasta la muerte natural es un valor apreciado por los peruanos. El lenguaje orwelliano de convertir la muerte en vida choca en primer lugar con el sentido común pero fundamentalmente con realidades más profundas que el militante de agendas progres no entiende.
Como diría el Cardenal Robert Sarah:
“Cuando el camino en esta tierra llega a su fin, lo que necesita el hombre no es una fría jeringuilla que lo mate: necesita una mano compasiva y amante… Morir con dignidad es morir amado”.