Araceli, de 96 años, primera persona en recibir la vacuna contra el covid 19 en España. /EFE
Araceli, de 96 años, primera persona en recibir la vacuna contra el covid 19 en España. /EFE

El año que acaba se recordará como el año de la peste. Y no sólo por el patógeno y sus innegables estragos, sino también porque nos hemos topado de frente con el sinsentido del dolor y con el vacío de la incertidumbre, sin acertar a explicarlos. 

Será el año del fracaso del progreso, de la política, de la economía y de la medicina, que nos parecía el soma de Un mundo feliz. Cuando no hay fármacos que valgan, te asomas al precipicio, te quedas sin asideros existenciales. Y eso es lo que nos ha pasado este año a los occidentalitos por primera vez desde la II Guerra Mundial, cerrando un ciclo de más de medio siglo de paraíso artificial.

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Un año más tarde estamos más desvalidos (por el zarpazo del sufrimiento), más pobres (económicamente pero también anímicamente), y más amenazados (por los poderes globalistas que con la pandemia como excusa tratan de apuntalar el Nuevo Orden Mundial, a través del Gran Reinicio, y arrebatarnos la poca libertad que nos queda). 

¿Qué hacer? 

Necesitamos reflexión para entender el sentido de la pandemia. No para saber si las vacunas serán efectivas; si se podrá conseguir fármacos que garanticen la inmunidad inmediata -como los que se están probando en el Reino Unido-; o si volveremos a la normalidad -si es que esta palabra tiene ya algún significado- sino para saber interpretar los acontecimientos.

Y para leer lo ocurrido, nada mejor que un libro. Hace unos meses se publicó una obra colectiva, Pandemonium, firmada por 17 intelectuales de diversos países, con acertados diagnósticos y esbozo de posibles soluciones. Los autores, varios de ellos colaboradores de Actuall, alertaban, entre otros aspectos, de que el virus más peligroso no era el biológico sino el político y económico.

Acaba de aparecer ahora otra obra colectiva, que sin dejar de lado aspectos políticos, económicos o incluso sanitarios, incide además en la raíz antropológica e incluso teológica del problema. Se trata de Covid-10: lo humano en cuestión (Editorial Didáskalos), editado por José Noriega y Carlos Granados. Dividido en cuatro grandes bloques (El hombre en cuestión; Dios en cuestión; La Iglesia en cuestión; El futuro en cuestión) su tesis (y su hilo conductor) se podría resumir en que la pandemia no ha hecho otra cosa que desvelar la crisis del hombre contemporáneo. Una crisis que existía previamente. El Covid-19 no es la causa, sino la circunstancia.

Algunas de las observaciones de los 14 autores son particularmente certeras. He aquí algunas pinceladas, de un libro rico en reflexiones y argumentos, que vale la pena leer con detenimiento. 

Jakob Gryegel, especialista en geopolítica, señala que la pandemia ha mostrado algunos de los espejismos del pensamiento moderno. Habla de tres: la existencia de una comunidad global en la que los vínculos locales y los amores particulares (familia, amigos, nación) están supeditados a una entidad global abstracta; el avance imparable del conocimiento científico que reemplaza al juicio prudencial; y la creencia en la habilidad humana para controlar la historia. 

Fernando del Pino, analista económico, afirma que es una falacia “la supuesta elección entre salvar vidas o salvar la economía… pues la economía salva vidas”.

En el terreno sanitario, la oncóloga Blanca López-Ibor, recuerda que el papel del médico no es solo curar, sino también acompañar al enfermo; y que su vocación es “en esencia, dar. Dar lo mejor de uno mismo para ayudar al enfermo a curarse”. 

La modernidad ha sido “el gran experimento de la inmunización de las personas con respecto a las relaciones naturales”

En el capítulo ¿Qué destino espera a las relaciones humanas? escribe el filósofo italiano Pierpaolo Donati. “Sin relaciones el virus no existe. Pero como no podemos vivir sin ellas, debemos confrontarnos con el virus en las relaciones, con las relaciones, y a través de las relaciones”. Y advierte que la modernidad ha sido “el gran experimento de la inmunización de las personas con respecto a las relaciones naturales, a las relaciones procreativas, a las familiares y profesionales y continúa así, pensando que podemos jugar con las relaciones de género e identidad”. Y apostilla que “las relaciones más sagradas para la dignidad humana se combaten hoy día como una carga”.

El teólogo Juan de Dios Larrú alude, en el capítulo ¿Dónde estaba Dios?, al miedo que atenaza al hombre contemporáneo, y explica que nace de “su obsesiva manía vinculada a la búsqueda incesante de seguridad”.

El español Ignacio Ribera formula una pregunta que puede resultar incómoda para una sociedad profiláctica como la nuestra: si la vida buena consiste simplemente en conservarla, en estar sanos y no morir o si, por el contrario “hay algo más grande”… “si la vida biológica es un fin absoluto en sí mismo, que se ha de salvar a toda costa o está abierta a una vida eterna y a entregarla”. Y recuerda que “amar es entregarse, no protegerse”. 

En esta misma línea, el problema radical -apunta el teólogo José Noriega-, “no es sobrevivir, sino por qué merece la pena vivir, qué hace la vida buena y bella”. Y José Granados incide en ello: “vivir es, en realidad, estar siempre fuera de uno mismo para hacer, de este modo, que la vida se agrande y multiplique”. Lo que remite al verbo castellano desvivirse tan apreciado por Julián Marías y que no es fácil traducir a otras lenguas: no se vive de verdad -decía el discípulo de Ortega- si  la persona no se desvive por algo o por alguien.

«Ser cristiano no inmuniza de la enfermedad, pero da luz y fuerza para que esta no nos encierre en nosotros mismos»

En Las epidemias en la Historia de la Iglesia el profesor de Derecho Canónico, Nicolás Álvarez de las Asturias, recuerda el ejemplo heroico de innumerables cristianos e instituciones religiosas que, a lo largo de los siglos, atendieron al enfermo, despreciando el miedo al contagio y humanizando la civilización. Como son los casos de San Camilo de Lelis o el padre Damián, formas heroicas de conjugar el verbo desvivirse. Y es que “ser cristiano no inmuniza de la enfermedad, pero da luz y fuerza para que esta no nos encierre en nosotros mismos”. 

Las respuestas que ofrece Covid-19: Lo humano en cuestión remiten a la paradoja cristiana, porque la salud no es un absoluto, y porque no es la ciencia o tal o cual fármaco la que salva al hombre, sino el amor y la belleza. Como decía Benedicto XVI citando a Dostoyevski, “la humanidad puede vivir sin la ciencia, puede vivir sin pan, pero nunca podrá vivir sin la belleza, porque ya no habrá motivo para estar en el mundo”. 

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Nacido en Zaragoza, lleva más de 30 años dándole a las teclas, y espera seguir así en esta vida y en la otra. Estudió Periodismo en la Universidad de Navarra y se doctoró cum laude por el CEU, ha participado en la fundación de periódicos (como El Mundo) y en la refundación de otros (como La Gaceta), ha dirigido el semanario Época y ha sido contertulio en Intereconomía TV, Telemadrid y 13 TV. Fue fundador y director de Actuall. Es coautor, junto con su mujer Teresa Díez, de los libros Pijama para dos y “Manzana para dos”, best-sellers sobre el matrimonio. Ha publicado libros sobre terrorismo, cine e historia.