Ecografía de un bebé de más de seis meses de vida prenatal.
Ecografía de un bebé de más de seis meses de vida prenatal.

Fue hace una semana escasa, en La Lengua Moderna, un programa de humor gamberro presentado por el Héctor de Miguel Martín, más conocido como Quequé, emitido por la Cadena Ser a través de Internet.

El presentador y una colaboradora, tratando de ser graciosos, comenzaron a hablar de forma distendida de las ecografías 4D que, cada vez más, muchos padres hacen de los hijos que están esperando. Mientras proyectaban imágenes de bebés en ecografías, los dos ingeniosos comunicadores decían cosas como esta:

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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  • “Es una especie de muñeco antropomorfo.”
  • “Es un muñoncito.”
  • “Es que se parece mucho a Alien.”

El broche de mal gusto y zafiedad, en este caso, lo puso la mujer: “Yo te digo que yo hago cacas más humanas y no les hago fotos”.

Mientras tanto, la cuenta de Twitter del programa publicaba un terrible tuiteo: “Las ecografías en 3D tienen que parar. Pocos abortos hay.”

El video se viralizó de forma inmediata y recibió miles de críticas en redes sociales. Sin duda si estos periodistas hubieran hecho bromas similares sobre personas de otras razas, discapacitados o cualquier tipología de miembro del colectivo LGTBi+, la emisora hubiera tenido que pedir disculpas y quien sabe si despedir a estos periodistas gamberretes.

Para la izquierda el aborto se ha convertido en un signo de identidad y, sobre todo, en una forma de agredir a la derecha provida y de provocar su indignación para, a continuación, tacharla de intolerante, machista, fascista, etc.

Pero, al fin y al cabo, se trata de seres humanos en el seno de su madre. Los únicos miembros del género humano absolutamente desprotegidos por nuestras leyes, que disfrutan de menor protección legal que un cachorro de pastor alemán.

Así que la emisora, no solo no pidió disculpas y retiró el video, sino que sacó en su página web la noticia de que el corte se había viralizado, jactándose de que el programa había indignado a “miles de abortistas y usuarios de Twitter de ideología conservadora”.

Este desafortunado episodio no es más que una muestra de la forma en la que la izquierda política y mediática utiliza la batalla cultural para generar un continuo enfrentamiento social. Y es que, como muchos otros, el debate del aborto hace tiempo que dejó de ser un debate social y se ha convertido en un elemento identitario de la izquierda.

Hasta hace unos pocos años, los que defendían posiciones favorables al aborto lo hacían argumentando el derecho de la mujer a disponer de su propio cuerpo. Había también quienes justificaban la legalización del aborto como una forma de mal menor, que evitaba la muerte de las mujeres más pobres en clínicas clandestinas. En todos los casos, el debate del aborto se dirimía como un conflicto de bienes jurídicos. Por un lado, la libertad y la salud de la embarazada, por otro, la vida del ser humano que llevaba en su seno. Nunca escuché a un abortista en los 80 deshumanizar de esta forma al nasciturus ni mofarse del drama humano que, en cualquier caso, es siempre un aborto.

Del mismo modo que los nazis o los comunistas deshumanizaban a sus víctimas, a las que llamaban parásitos o alimañas antes de llevarlas a los campos de exterminio o al gulag, los abortistas han desprovisto al nasciturus de toda su humanidad

Pero desde hace unos años, para la izquierda, cualquier tipo de apelación a la razón ha desparecido en el debate sobre el aborto. De lo que se trata ya no es de justificar la moralidad o la conveniencia de la interrupción del embarazo. Para la izquierda el aborto se ha convertido en un signo de identidad y, sobre todo, en una forma de agredir a la derecha provida y de provocar su indignación para, a continuación, tacharla de intolerante, machista, fascista, etc.

La realidad es que ya no se puede debatir de forma racional sobre el aborto. La intransigencia de los abortistas hace absolutamente imposible que exista un debate público que tenga como objetivo encontrar la Verdad.

Del mismo modo que los nazis o los comunistas deshumanizaban a sus víctimas, a las que llamaban parásitos o alimañas antes de llevarlas a los campos de exterminio o al gulag, los abortistas han desprovisto al nasciturus de toda su humanidad. Una auténtica locura porque todos nosotros, incluidos los más furibundos defensores del aborto, hemos sido niños por nacer.

En el año 2018 hubo en nuestro país más de 95.000 abortos. Uno de cada cinco embarazos. De ellos, 5.000 tenían más de 16 semanas. Bebés exactamente iguales que los que mostraban divertidos esos dos locutores, que fueron eliminados por tener síndrome de Down, una cardiopatía o, simplemente, no ser perfectos.

Es normal que los abortistas le tengan a las ecografías 4D tanta inquina. Estas ecografías desmontan la mayor de sus mentiras. No se trata de masas informes de células. Ni siquiera de  “muñecos antropomorfos menos humanos que una caca”. Se trata de seres humanos plenamente formados, con actividad cerebral plena, que disponen de un sistema nervioso y sensorial completamente desarrollado y sienten dolor en el momento en el que son vilmente asesinados en el vientre de su madre.

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