Imagen referencial / Pixabay
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«El lugar donde la muerte no nos alcance no existe. No existe en el espacio, no existe en el océano, ni si te yergues en mitad de una montaña». Buda

«No sabemos dónde nos espera la muerte; esperémosla en todas partes. La meditación de la muerte es la meditación de la libertad. Quien aprende a morir, desaprende a servir». Montaigne

Algunas personas creen que La Sexta da información.

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El Dalái Lama nos llama a que aceptemos que la muerte es el curso natural de la vida, pues una vez se reconoce este hecho es que podremos comenzar a vivir auténticamente. Es la conciencia de la muerte la que nos permite tener conciencia de la vida, hasta entonces, negarse a dialogar con la muerte es negarse a dialogar con la vida. Heidegger quizás sea quien de forma más precisa lo explicó en Ser y tiempo, enseñándonos que mientras las plantas y los animales fenecen, el hombre (Dasein) es el único ser que muere, pues solo él es capaz de tener conciencia de su existencia. La inevitabilidad de la muerte le produce angustia, el hombre es un ser vuelto hacia la muerte, consciente de su finitud. Amén de lo anterior, ¿qué será del hombre que le ha dado la espalda a la muerte?

Los eventos de este año con la COVID-19 nos mostraron que nunca el mundo estuvo menos preparado para reflexionar sobre la muerte. Cuando filósofos antiguos entendían que la vida era la preparación para la muerte, hoy, el mundo, solo espera la muerte.

Las plantas y los animales dejan de vivir, el hombre, muere. La muerte del hombre entraña algo más que la mera terminación de sus funciones fisiológicas, ya que el hombre tiene conciencia de su existencia como de su caída.

Si el hombre le ha dado la espalda a la muerte y con ello, a todo sentido de contemplación y trascendencia, tenemos los ingredientes perfectos para la servidumbre

Perdido en el vaivén cotidiano, el hombre intenta esquivar y rechazar la negatividad de la muerte. No es casualidad que el imperativo de la sociedad actual demande que todo lo que hagamos sea divertido, entretenido y saludable. La hiperludificación de la mano con la fetichización de la salud, el intento de estar siempre joven, como de aumentar los años de vida son reacciones frente a la inminencia de la muerte. El hombre moderno no está preparado para la contemplación de la muerte, la muerte le parece algo extraño y ajeno, pero en realidad, huye de sí.

Esclavitud

El hombre huye de sí mismo, no se enfrenta contra su existencia. Si el hombre le ha dado la espalda a la muerte y con ello, a todo sentido de contemplación y trascendencia, tenemos los ingredientes perfectos para la servidumbre.

La reflexión sobre la muerte es la reflexión sobre la libertad. La libertad es libertad para morir, es asumir el riesgo de vivir. Negadas a la reflexión de la muerte, las masas, sin rechistar, renuncian a todos sus derechos y libertades. Con tal de vivir, sin importar cómo, el hombre se convierte voluntariamente en esclavo. Escribe Byung-Chul Han: “No se arriesga a morir, no se arriesga a la vida. Prefiere la esclavitud a la posibilidad de morir. Se somete al otro como su amo”, y más adelante: “Si uno no se arriesga a morir se quedará atrapado en una existencia meramente animal, que carece de autoconciencia enfática”.

Lo anterior, es la dialéctica del amo y del esclavo, una situación hipotética entre dos seres en conflicto, que sirve para ilustrar cómo por el temor a la muerte uno se somete —incluso sin luchar— a la voluntad de otro. Mientras el ganador vive para sí, el perdedor vive para el otro. Escribe Kojève:

Ese Esclavo es el adversario vencido que no ha ido hasta el final en el nesgo de la vida, que no ha adaptado el principio de los Amos: vencer o morir. Ha aceptado la vida elegida por otro. Depende pues de ese otro. Ha preferido la esclavitud a la muerte, y es por eso que permaneciendo con vida, vive como Esclavo.

No se trata de que el Gran Otro tenga mayor fuerza o destreza, simplemente él tiene la capacidad de morir, no teme. Libre es aquel que se arriesga a morir.

En todo el globo las personas han sido reducidas a meros animales de granja, reducidos a la mera vida biológica o bestial. A falta de la resolución de la muerte, la vida del hombre se ha atrofiado en un fenecer, en la vida desnuda, un vivir por vivir, en la negación de su naturaleza racional que le permite elevarse sobre el miedo y la angustia alcanzando su plena autoconciencia (libertad), su yo más propio.

En la concepción política hobbesiana, el hombre, antes que un lobo, es un miedoso, su miedo lo mueve hacia el contrato social y su miedo garantiza que no se saldrá de él

No importan los años que pasen ni los avances científicos y tecnológicos, si el hombre no enfrenta la muerte, siempre estará dispuesto a someterse. Solo bastará una gigantesca campaña de terror recordándoles a las masas la posibilidad de morir para que todos renuncien a su libertad por la promesa de un poco de seguridad del Estado. Toda conversación sobre la libertad sin tener en cuenta la de la muerte se torna superflua.

Seguridad

La pandemia nos recuerda nuestra mortalidad, y como es normal, en la mayoría de las personas resuena uno de sus impulsos más primitivos: el miedo. No cualquier tipo de miedo, el miedo máximo, el miedo a la muerte, en palabras de Bauman: “El miedo primario a la muerte es, quizás, el prototipo o el arquetipo de todos los miedos, el temor último del que todos los demás toman prestados sus significados respectivos”. El miedo a la muerte turba nuestra existencia. Por el miedo renunciamos al contacto con nuestros amigos y familiares, nos encerramos y aceptamos horarios de salida, renunciamos al acompañamiento de nuestros familiares en sus últimos momentos como también a enterrarlos y despedirlos, renunciamos a nuestras creencias y fe, renunciamos a nuestros derechos y libertades, renunciamos incluso a lo que nos hace humanos, nuestro rostro.

Precisamente en la concepción política hobbesiana, el hombre, antes que un lobo, es un miedoso, su miedo lo mueve hacia el contrato social y su miedo garantiza que no se saldrá de él. El miedo es impotencia de poder, los sujetos exigen ser sujetados. Esperamos seguridad para superar el miedo de los encargados del terror sanitario.

Estamos arrojados en el mundo bajo todo tipo de posibles desastres, no es dable una seguridad absoluta. Menos, cuando la naturaleza hizo al hombre con tanta economía, como mencionaba Kant: “no lo dotó de los cuernos del toro, de las garras del león ni de la dentadura del perro, sino de simples manos”.

Nunca la humanidad gozó de tanta seguridad y bienestar, cuestión ya sobradamente documentada por Steven Pinker , y, sin embargo, no nos diferenciamos de ese hombre primitivo que sacrificaba su libertad por algo de seguridad y alimento. Como explica Bertrand de Jouvenel:

La probabilidad de muerte violenta no es la misma en la época de las invasiones bárbaras que en el siglo XIX. Pero el hombre no valora los riesgos según su valor matemático. Si es de temperamento sanguíneo, los subestima; si es nervioso, los exagera.

En momentos de crisis, miedo e incertidumbre, la mayoría de la población se torna securitaria y de este modo el poder toma para sí mayor control sobre las personas y las cosas, invadiendo más capas de la sociedad civil

Con esta dificultad sumada al sesgo de disponibilidad en un mundo hiperconectado, es sencillo que el pánico de los medios con su conteo de fallecimientos diarios lleve a la población a la desesperación por ser protegidos, y mientras más temerosos más estarán dispuestos a dar al más frío de los monstruos fríos. La relación es directamente proporcional, a mayor el temor, mayor es la disposición de sometimiento.

Jouvenel cuenta la tensión entre dos tipos de grupos, unos que se sienten poco protegidos, quienes reciben el nombre de securitarios, y otros que no se sienten lo suficientemente libres, llamados libertarios. En momentos de crisis, miedo e incertidumbre, la mayoría de la población se torna securitaria y de este modo el poder toma para sí mayor control sobre las personas y las cosas, invadiendo más capas de la sociedad civil. No obstante, vale decir que es probable que esto casi se dé como una relación matemática, pues la sociedad tendrá la libertad correspondiente a los riesgos que este dispuesta a asumir, como sería el caso de una sociedad pusilánime viviendo sometida a la medida de sus temores.

La seguridad tiene un precio, y este es, la libertad. Es posible que hoy seamos los últimos hombres libres que, por temor a la muerte, estemos asegurando la arquitectura de la opresión en la que nuestros descendientes nacerán siendo esclavos. Presenciamos el desarrollo de un pactum subjectionis en el que se abandona la libertad por la seguridad.

Vida

¿Cómo hemos podido caer hasta este punto? La crisis ante todo no es un problema sanitario o económico, es un problema religioso. Los contrapesos frente a la muerte se han fracturado. En un mundo materialista, antirreligioso y sin sentido de la trascendencia el hombre hará cualquier cosa con tal de vivir. Recordemos cómo Sócrates fue capaz de desafiar la muerte con toda tranquilidad y templanza. Él, estaba convencido de la inmortalidad del alma, al igual de que la muerte es un evento del que no tenemos conocimiento para saber si sea un mal o quizá el mayor de los bienes. Esta convicción de trascendencia libra al filósofo de la angustia, aunque pudo, nunca huyó de la muerte, no se sometió.

La superación del miedo a la muerte nos restituye el auténtico sentido de la vida. La política constantemente busca privar nuestra vida de todo su valor volviéndola “«sólo vida», «pura vida», «vida desnuda»”, ¿vale la pena vivir de este modo?, ¿un vivir por vivir? ¿o deberíamos considerar la buena vida, la vida digna? Walter Benjamin explica que la nuda vida, a saber, la vida desprovista de todo su valor, no es diferente de la vida de las plantas o animales.

Asistimos a la banalización de la vida. Por miedo nos sometemos, la vida pierde su sentido, solo se vuelve importante sobrevivir. El hombre moderno fenece. Mañana puede ser otro virus, prepararse para la muerte es prepararse para la libertad.

* Este artículo forma parte de ‘Pandemonium II: La cura’. Alejandro Bermeo es abogado y fundador de Mises Report.

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